Cuaresma | José Enrique Galarreta
En camino hacia la Pascua
En el
camino de cuarenta días (la vida humana) hacia la Resurrección, hoy se nos
invita a una reflexión sobre el sentido del camino. El sentido del camino viene
dado por su final.
No
pocas veces se nos ha presentado la muerte como una amenaza para que, sintiendo
miedo ante ella, nos comportemos mejor. Esto es una manipulación, pero está
hecha sobre un tema válido.
El
valor de esta vida no está en ella misma. La vida es, esencialmente, camino, y
el sentido del camino lo da el lugar a donde se ha de llegar. En este sentido,
los tres textos de este domingo presentan tres motivos fundamentales de la
Escritura y de la vida:
. Sal
de tu tierra
.
Cristo destruye la muerte
.
Caminamos hacia la luz
1. Sal
de tu tierra
Tema
básico en todo el AT., esencial como sentido de la aventura humana y
fundamental para toda espiritualidad cristiana. En el AT. todo está planteado
como la invitación de Dios a "salir", abandonar un pasado -
presentado muchas veces como más agradable - para "ir al encuentro de
Dios". Es el tema de muchos de los personajes del AT. y el tema
fundamental del libro del Éxodo. Salir de la cómoda esclavitud, llamado por
Dios al desierto, y, a través del desierto, a la patria.
Esto,
que se entiende no pocas veces en el AT. de una manera aún muy material y
política, cobra su plena dimensión espiritual en el NT. Salir del pecado,
muchas veces agradable, liberarse, lanzarse al desierto que puede parecer el
Reino, fiarse de la Palabra de Dios, hacia la Patria.
El desierto
es una imagen de la vida humana sin más. Vivir, comer, trabajar, amar, sufrir,
triunfar, fracasar... morir. Puede ser insoportable y llena de sufrimiento.
Puede ser confortable y llena de satisfacción.
Generalmente
los dos extremos están presentes en la vida. Y los dos son absurdos si no están
encaminados a algo más. Una vida llena de pobreza, injusticia, dolor... es una
esclavitud al mal, a lo más físico y áspero del mal. El ser humano se siente
esclavo de un destino amargo e inexplicable. "Esto no es vida",
decimos, por mucho menos que eso, y con razón. Pero también una vida llena de
satisfacciones, comodidad, bienestar, es deshumanizadora.
Su
final en la muerte la hace insatisfactoria y aun absurda. Pero, sobre todo,
empequeñece al ser humano. Esta sí que puede llamarse esclavitud, aunque las
cadenas parezcan doradas.
¿No te
sientes esclavo? Sal de ahí, vete al desierto, deja atrás tanta comodidad,
tanto qué dirán, tanta competencia, tanta vanidad, tanto afán de consumo ... Y,
sobre todo, camina, libérate, que tú eres más que eso...
Más
aún: ¿no te duele el dolor de tus hermanos? ¿Piensas que puede existir fe en
Dios junto con indiferencia por los que sufren? Sal de ahí, sin entrañas de
misericordia jamás podrás salir de tus doradas cadenas.
2.
Jesucristo el libertador, vencedor de la muerte
La
palabra que nos llama desde la esclavitud es Jesús. Él es La Palabra.
La
Palabra nos muestra ante todo que "hay que salir", es decir, que
somos pecadores y hay que salir de ahí. El primer rasgo de toda religiosidad
cristiana es que hay que caminar. Es cristiano, es de Jesús, antes que nada, el
que no se conforma con la situación presente del ser humano (personal y común),
sino que la entiende como "pecado", "engaño", porque es
apartada de Dios, porque no es digna de los Hijos de Dios.
"Salir
de tu tierra" es fiarse de Dios, de que la realidad humana, nuestra
tierra, no es nuestro final, ni nuestro destino. "Salir", para
cualquier persona cristiana que "va caminando" es aspirar
continuamente a más en el camino hacia Dios. "Aspirar a más" es la
continua conversión, que continuamente nuestro espíritu se acerque más a Dios y
convierta sus valores en los de Jesús. "Salir" es renunciar para
liberarse.
Poniendo
el ejemplo más concreto, los bienes, lo que poseemos, "salir" será
liberarse de necesitar, cada vez más, ir teniendo cada vez más sólo lo que es
útil para el Reino, poseerlo todo solamente como medio para trabajar por el
Reino... liberarse cada vez más de ser poseído.
En
expresión más drástica, "salir de tu tierra" es salir de la muerte,
entender que esta vida no es vida sino vida medio muerta si no está alentada
por un espíritu superior, por el Viento de Dios. Si entendemos la vida como
mera biología hemos renunciado a lo más vivo de la vida, al Espíritu, estamos
medio muertos.
El
Libertador ha vencido a la muerte.
Porque
la muerte sólo es temible cuando es el fin de todas las ilusiones humanas. La
Resurrección revela qué es la muerte. Si "El Hijo" ha podido morir,
es porque la muerte no es aniquilación. La muerte es parto, doloroso quizá, a
la Vida. "La Creación entera suspira con gemidos de parto hasta que se
revele lo que será..."
La
muerte es el fin de toda ilusión y el acceso a la realidad total. La muerte es
el "sal de tu tierra" definitivo. Podríamos aplicar aquí,
sesgadamente, la palabra de Jesús: "donde está tu tesoro, allí estará
también tu corazón". Y las frases de Pablo: "Deseo ser liberado y
estar con Cristo". "Para mí, vivir es Cristo, y morir ganancia".
Para un cristiano la muerte no significa más dolor que los dolores físicos o
las consecuencias que la acompañan, y la separación de los seres queridos. Y ya
es hora de que los cristianos demos muestra de nuestra fe a la hora de la
muerte.
Pero
no se puede dejar de temer a la muerte si no se desea más vida, una vida más
plena, que merezca verdaderamente el nombre de vida. "He venido para que
tengan vida, vida en plenitud". Eso es lo de Jesús: no conformarse; lo
contrario es simple resignación, indigna de un ser humano.
3.- Caminamos
hacia la luz; los ojos de la fe
Vemos
en Jesús la realidad humana transfigurada. Pablo en la primera carta a los
corintios afirma que seremos "revestidos de inmortalidad" (1 Cor
15,53). Juan en su primera carta avisa que aún no se ha mostrado lo que somos
(1 Jn 3.2).
Nuestra
condición de hijos de Dios está aquí como encerrada en una condición animal.
Tendemos a creernos de nosotros mismos sólo lo más burdo que ven los ojos. Pero
hay más en nosotros y en nuestro destino, como había en Jesús más de lo que
veían los ojos de los que no creían en él.
Este
es un domingo para hacer un acto de fe en Jesús y en nosotros. Y para revisar
si vivimos como hijos de la luz o como hijos de la tierra. La Cuaresma debe ser
para nosotros la reflexión sobre la vida.
No
podemos ayunar en Cuaresma porque está mandado, sino reflexionar sobre todo lo
que nos sobra en todos los días de la vida: nos sobra, y nos encadena.
No es
bueno quedarnos en una "penitencia por los pecados", o en una
petición de misericordia. Hay que hacer más: reconsiderar nuestra condición de
pecadores, darnos cuenta de que sólo miramos a la tierra y olvidamos quiénes
somos.
Y
contemplar a Jesús, que es el Libertador, el ideal, la revelación del Amor de
Dios. Por eso, es fundamental en Cuaresma contemplar a Jesús, en cualquiera de
los momentos de su vida, para poder examinar nuestra vida, para que se vaya
convirtiendo al Reino.
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