Actualidad | Aníbal Pastor N.
Mujeres
empoderadas de AL analizan feminismo en la iglesia y la sociedad
8M, Día
Internacional de la Mujer
Este año,
el Día Internacional de la Mujer registra como motivación, según ONU
Mujeres: "Por un mundo digital inclusivo: Innovación y tecnología para la
igualdad de género". De este modo, se busca reconocer y
homenajear a las mujeres y las niñas y a las organizaciones de mujeres y
feministas que están luchando por el avance de la tecnología transformadora y
por el acceso a la educación digital.
En América
Latina, sin embargo, aún hay demanda de derechos básicos que son causa de esa
misma brecha digital, tales como práctica del machismo, los altos índices de
femicidios, la violencia y abuso patriarcal figuran entre otros. Diríamos,
incluso, que la tecnología aumenta y sofistica la violencia de género.
Conoceremos la
opinión de seis mujeres empoderadas en la iglesia y las sociedades
latinoamericanas. Las seis son grandes lideresas en sus respectivos entornos y
países.
Avances y retrocesos feministas
Liliana Franco
Echeverri, teóloga, religiosa colombiana de la Orden de la Compañía de María,
presidenta de la CLAR (Confederación
Latinoamericana de Religiosas y Religiosas), al evaluar desde la vida religiosa
los avances y retrocesos feministas, señala:
“Hay una mayor
conciencia de la dignidad y responsabilidad igualitarias que adquirimos al
haber sido bautizadas y del compromiso que esta realidad plantea como
ministerialidad en la iglesia”. Añade, también, “la profundización que ha hecho
la mujer en los presupuestos antropológicos, teológicos o canónicos que avalan
la condición y la misión de la mujer en el seno de la Iglesia”.
“Las
religiosas, como mujeres de este tiempo y partícipes del cambio cultural, hemos
crecido en conciencia de nuestra dignidad y de la necesidad de apoyarnos
mutuamente para lograr cambios significativos en cuanto a la presencia y
participación activa y transformadora en la sociedad y en la Iglesia”,
complementa Cristina Robaina, uruguaya, religiosa de la Compañía de Santa
Teresa de Jesús, especializada en educación y bioética, integrante del equipo
Teológico Asesor de la CLAR.
“En este
sentido –continúa– religiosas y religiosos en América Latina hemos emprendido
en el ámbito profético de la CLAR la necesidad de “despertar al mundo desde la
lógica femenina”. No por ambición de poder o de reivindicaciones sino por la
pasión interior de ser fieles a la Alianza con Dios que nos quiere hermanas y
hermanos”, dice la religiosa uruguaya.
Entre los
logros, hay hechos concretos que destaca Liliana. “La participación en
puestos claves de algunos dicasterios del Vaticano gracias a la apertura e
iniciativa del Papa Francisco; el mayor número de religiosas en universidades y
concretamente en las facultades de teología y ciencias bíblicas; el estudio y
profundización de textos bíblicos desde una mirada feminista, producción de
nuevas reflexiones, socialización de estas mismas y práctica transformadora de
las relaciones interpersonales y comunitarias”, entre otros.
En lo
negativo, la presidenta de la CLAR sostiene que todavía “hay barreras que se
afirman en algunos contextos y que limitan la participación de la mujer en
los espacios de decisión en la iglesia. Además, debido a las estructuras
eclesiales patriarcales no se avanza en procesos iniciados como la
investigación sobre el diaconado femenino”.
En efecto. “El
clericalismo sigue predominando en nuestra amada Iglesia, y aún las mujeres no
hemos podido avanzar en la ruta de Jesús con nuestra mirada, palabra y obra”,
afirma desde la práctica creyente y feminista Carol Crisosto Cádiz, que
es chilena, laica y madre de una hija y un hijo. Además, es diplomada en
Estudios Teológicos, y como voluntaria investiga casos de abusos en la Iglesia
y acompaña a las víctimas. Milita en el colectivo “Mujeres Iglesia” en
Concepción.
Desde esta
experiencia, señala, “somos muchas las mujeres que nos hemos rebelado al
machismo existente que nos ha puesto en un lugar inferior. Luchamos por una
Iglesia con lenguaje inclusivo, donde todas las hijas e hijos de Dios seamos
visibilizadas, partiendo por lo elemental, en como nombramos a Dios”. Y
añade: “agota escuchar una y otra vez a Dios como masculino excluyendo su lado
femenino”, afirma.
Pero romper
este clericalismo es un proceso, y un largo proceso que lleva siglos de retraso
señala María Cristina Inogés-Sanz, teóloga, laica, española, integrante
de la Comisión de Metodología del Sínodo sobre Sinodalidad. Ella fue
encargada de ofrecer una reflexión bíblica en la sesión de apertura el año
pasado, y es autora de una vasta literatura teológica y pastoral expresada en
libros y publicaciones.
Cristina
cuenta que en la fase diocesana del Sínodo que ha sido sistematizada en Roma
“ha salido como una realidad prácticamente en todo el mundo el deseo de la
incorporación plena de las mujeres en la Iglesia y donde no se ha dicho así, se
ha dicho literalmente el sacerdocio femenino”.
“Hay que
valorar en su justa medida, lo que es un proceso”, añade. La autora del libro
“No quiero ser sacerdote” declara que “siempre defenderé que las mujeres puedan
ser sacerdotes en la Iglesia, porque los argumentos que se ofrecen en contra no
son válidos. Sin embargo, es un proceso porque no se trata de entrar en el
sacerdocio ministerial en las condiciones que está ahora la Iglesia”.
“El
clericalismo tiene que cambiar y hay que frenarlo en muchas cuestiones como
parte de un proceso”, señala.
Una violencia que mata
En América
Latina uno de los grandes problemas es el femicidio. Según la Cepal, en 10
países de América Latina -de 18 analizados- las tasas de femicidio o
feminicidio son iguales o superiores a 1 caso por cada 100.000 mujeres entre
2019 y 2021. Destacan Argentina, Bolivia, Brasil, El Salvador, Guatemala,
Honduras, México, Paraguay, República Dominicana y Uruguay entre otros.
Incluso las
adolescentes y jóvenes de entre 15 y 29 años componen el tramo etario en que se
concentra la mayor proporción de casos de femicidio o feminicidio, de acuerdo
con datos de 16 países y territorios de la región. Más de un 4% del total de
esos delitos corresponden a niñas menores de 14 años.
La religiosa
de la Congregación del Buen Pastor, en Chile, Nelly León Correa, vicaria de
pastoral de la diócesis de San Felipe, y capellana de la cárcel femenina de
Santiago, reconocida
en espacios privados y públicos por su compromiso en favor de las mujeres más
vulnerables del país, y que con valentía dijo al Papa Francisco cuando visitó
el país que “en Chile se encarcela la pobreza”, cree que “en América Latina el
femicidio tiene que ver, en su gran mayoría, con la trata de personas y con el
crimen organizado.
“Quizás no
existe tanta violencia del hombre directamente hacia la mujer, como es la
violencia intrafamiliar que vemos actualmente en Chile. Los femicidios están
asociados a esa violencia que existe en la familia, sobre todo entre parejas,
que es lo que más comúnmente vemos. Estamos en pleno siglo 21 y a pesar de que
hay modificaciones legales, no ha habido grandes cambios, incluso se emplea el
mismo marco legal en el dominio del hombre hacia la mujer”.
Con ello,
Nelly hace referencia “a un patriarcado que todavía está enquistado en la mente
de algunos varones. Hay cierta literatura que habla de esto, y nos dice que la
violencia es una, pero tiene distintas formas de manifestarse. Hay violencia
psicológica, física, sexual, que incluso llega a la muerte”.
Nelly desde su
experiencia en la cárcel afirma con autoridad que muchos femicidios que no se
investigan, y cuando lo hacen no se aplica una perspectiva de género. “Se
investiga desde un enfoque masculino y muchos delitos los asocian a un
homicidio, a un suicidio, cuando efectivamente fue un femicidio”, afirma.
Lamentablemente,
continúa, “también se llega al suicidio porque ha habido violencia, y antes de
culminar en la muerte hay mucha violencia… pero llega un momento en que la
mujer explota definitivamente y termina suicidándose”.
“La violencia
contra la mujer existe en todos los estratos sociales. En los sectores más
pudientes hay más dinero para investigar y pagar mejores abogados. En cambio,
en los estratos más bajos, en general el Estado no ha logrado garantizar una
vida libre de violencia a las mujeres y menos a las más pobres y vulnerables,
que tienen menos cuidado de su propia vida. Así, nosotros y nosotras terminamos
tomando palco frente a eso y acuñamos frases tan dañinas como ‘a ella le gusta
que le peguen’, o ‘no me meto porque después igual se arreglan’”.
Por su
parte Gloria Helfer Palacios, que es educadora, comunicadora y política
peruana, militante del Movimiento de Profesionales Católicos del Perú;
congresista constituyente de 1992 a 1995, y congresista de la República durante
dos periodos; también ministra de Estado; valora las luchas de los
movimientos feministas en América Latina, “porque han logrado colocar en la
agenda regional el tema de violencia de género y la conquista de la paridad, en
muchos casos reales”.
Hoy, con
motivo de un nuevo 8M ─dice la lideresa─
“veo a los movimientos feministas en una batalla extraordinaria para enfrentar
al movimiento ultraconservador, que con una fuerza inusitada busca detener los
avances, no solo para retroceder lo avanzado, sino que para eliminar lo
conquistado. En esta lucha, veo una energía que busca enganchar con el sentido
común y popular, que es una de las formas importantes de garantizar la
permanencia y continuidad de las cosas que hemos logrado las mujeres”,
sostiene.
Desafíos pendientes
Cristina
Inogés señala
“que la Iglesia tiene un clericalismo todavía muy acentuado y muy enraizado” y,
por tanto, hay que asumir que es un proceso que lleva 21 siglos de retraso y
que hoy “tiene que transformar también la formación en los seminarios, lo que
debe ser tomado realmente en serio porque no basta la presencia de mujeres como
docentes, que en algunos casos ya están, sino como formadoras y acompañantes
espirituales de los seminaristas”.
Carol Crisosto dice que “hay que abogar siempre
por Dios en cuando Padre y Madre o viceversa, y hay llegar a un acuerdo en cómo
decirle para todas y todos nos identifiquemos. Debemos ser capaces de cambiar
nuestro lenguaje para generar nuevas realidades. Cambiar, por ejemplo, palabras
referidas al género en canciones y oraciones para que seamos todas y todos
incluidos e incluidas. Falta mucho por hacer, pero las mujeres mantenemos en
pie la esperanza contra toda desesperanza por erradicar
este clericalismo”, afirma.
Debemos
consolidar, también, ese “amor de las mujeres laicas y religiosas a la Iglesia
y su presencia mayoritaria y activa en las comunidades eclesiales. Pero,
si bien compartimos vida, fe y servicio con hermanos varones que en los
espacios eclesiales son verdaderos compañeros en el camino del discipulado,
también experimentamos que la voz de las mujeres en general y de la vida
religiosa femenina no suele ser comprendida y sus aportaciones y carismas no
siempre son valorados”, comenta Cristina Robaina.
Y en ello está
de acuerdo Liliana, quien ve que el logro dado por “la mayor
conciencia del compromiso de la mujer dentro de la iglesia y fuera de ella, de
su contribución al camino sinodal reiniciado por el Papa y de la importancia de
su aporte específico para el logro de este empeño, debe seguir y
profundizarse”, concluye.
Por otro lado,
la Cepal ha señalado que el denominador común para que las
cifras de femicidio sigan en aumento es la falta políticas públicas de género
para la prevención y el combate a la violencia hacia las mujeres. Y que a pesar
de que la mitad de los países de la región cuentan con ministerios de la Mujer
o con leyes que tipifican los femicidios, en general los presupuestos para
políticas de género tienden a ser bajos o inestables.
Por eso,
para Nelly León, según expresa, siente “que hay una sensación de
impunidad en los casos de violencia hacia las mujeres. Es como si la vida de
nosotras tuviera menos valor que la vida de los hombres. Se ejerce una
violencia lenta e imperceptible muchas veces, pero se da con palabras, en el
trato, la mirada, en reacciones despectivas. Dios nos creó con infinito amor y
ternura en igualdad de derechos y dignidad. Que esto no se nos olvide porque
hemos sido educadas en el machismo y tal educación debe cambiar”, concluye.
Desde
Perú, Gloria Helfer añade: en “esa lucha, el feminismo ya no
está más solo. Es un contingente muchísimo mayor, que se une a otras formas de
exclusión, fuera de la gran exclusión que es la pobreza. Se une a movimientos
contra el racismo, a los pueblos originarios en su lucha anticolonial, y a los
movimientos ambientalistas. Y esto es muy importante, porque en la medida de
que somos más, indudablemente que somos más fuertes”, señala la política
peruana católica.
Y agrega una
alerta: “hay que poner atención al encuentro entre culturas, con el movimiento
indigenista, pero, además, con el feminismo indigenista, porque son maneras de
encontrarse entre culturas para descubrir las formas de empoderarse en lo
justo, en nuestros derechos”.
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