Acompañamiento Espiritual | P. Sunday Tor, Msscc
Celebrar Corpus
Christi hoy
La fiesta de Corpus Christi data del siglo XIII. Es
la fiesta con la cual se celebra la presencia viva, real y continua de Cristo
en la eucaristía. En ella, Jesús el pan vivo bajado del cielo, se ofrece así
mismo, a su cuerpo para la vida del mundo (Jn 6, 51)”.
Como narra el
evangelista, aquella noche, tomó pan, dio las gracias, lo partió y lo dio a sus
amigos diciendo: “Este es mi cuerpo que
es entregado por ustedes; hagan esto en memoria mía”. Luego, hizo lo mismo
con la copa del vino: “Esta copa es la
Nueva Alianza en mi sangre, que es derramada por vosotros” (Mt 26, 26-28).
Con estas estas
palabras y gestos, Jesús instituyó lo que hoy se conoce como el sacramento de
la eucaristía en que el pan y el vino se convierten realmente en el cuerpo y la
sangre de Cristo. La Iglesia aprecia de tal manera este sacramento que, en Unitatis redintegratio, lo describe como
“la fuente de la vida de la Iglesia y prenda de la gloria futura” (Concilio
Vaticano II 1965: 15).
En la eucaristía,
como en la última cena, Jesús es el anfitrión que prepara el banquete e invita
a todos para compartir juntos de la misma mesa. Los alimentos que ofrece para
ser consumidos son su propio cuerpo y sangre (Jn 6, 51. 54). Bajo las especies
de pan y de vino, es el mismo Cristo que se da a sí mismo. Con razón pregunta
san Pablo: “la copa de bendición que bendecimos, ¿no es la participación en la
sangre de Cristo? El pan que partimos, ¿no es la participación en el cuerpo de
Cristo?” (1Co 10, 17).
Cristo se parte y
se reparte en el pan y el vino para estar siempre con los suyos. En este
sentido, “…la entrega de Jesús no termina en el pan y el vino; va destinada más
bien a los comensales. Intencionalidad primera del gesto y de las palabras no
es convertir el pan en el cuerpo y el vino en la sangre... Su objetivo es el
encuentro personal con los que se sientan a la mesa” (Espeja 2003: 96).
Celebrar hoy el Corpus Christi tiene muchas
consecuencias sobre los creyentes. Dentro de ellos, puede citarse el asumir el
reto del encuentro permanente con Cristo ya que, en las especies de pan y vino,
el Resucitado se hace presente compartiendo su vida, muerte y resurrección con
los miembros de la comunidad y recrear el estilo de vida del Aquel que se dio y
se da en el hoy del mundo.
Además, celebrar
el Corpus Christi debe llevar a
asumir el reto de vivir en una comunidad fraterna. El cuerpo y la sangre de
Cristo forjan, por así decir, la unidad de la comunidad. Como dice el apóstol:
“puesto que el pan es uno, nosotros, que somos muchos, somos un cuerpo; pues
todos participamos de aquel mismo pan” (1 Co 10,18). En este sentido, la
celebración del Corpus Christi debe
llevar a la edificación de la comunidad fraterna. Con razón, Espeja dice que
“con su vida y su martirio Jesús derribó el muro que separaba a los pueblos.
Comer y ver el espíritu que animó aquella vida y aquel martirio significa salir
de la propia tierra para compartir con los demás…” (2003: 98).
Finalmente,
celebrar el Corpus Christi debe ser
para cada creyente una invitación a romperse, triturarse, partirse para los
demás, y en especial, para los más necesitados. De allí que parece coherente
pensar que no hay separación entre el sacramento del altar y el sacramento del hermano
sufriente. La fiesta del Corpus Christi
lleva así a auto-donarse como Cristo para que los demás, especialmente los
pobres y marginados tengan vida (Lc 9, 13; Jn 10, 10).
Ya para terminar, se
diría que la fiesta del Corpus Christi
abre la puerta a la comunión permanente con Cristo y, en Él, con el más
necesitado.
ADH 879
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Promueve el diálogo y la comunicación usando un lenguaje sencillo, preciso y respetuoso...