Evangelización | Carlos Pérez Laporta
Contigo hablo, niña, levántate
Martes de la 4ª
semana del tiempo ordinario / Marcos 5, 21-43
Evangelio: Marcos 5, 21-43
En aquel
tiempo, Jesús atravesó de nuevo en barca a la otra orilla, se le reunió mucha
gente a su alrededor, y se quedó junto al mar.
Se acercó un
jefe de la sinagoga, que se llamaba Jairo, y, al verlo, se echó a sus pies,
rogándole con insistencia:
«Mi niña está
en las últimas; ven, impón las manos sobre ella, para que se cure y viva». Se
fue con él, y lo seguía mucha gente que lo apretujaba.
Había una mujer
que padecía flujos de sangre desde hacía doce años. Había sufrido mucho a manos
de los médicos y se había gastado en eso toda su fortuna; pero, en vez de
mejorar, se había puesto peor. Oyó hablar de Jesús y, acercándose por detrás,
entre la gente, le tocó el manto, pensando: «Con sólo tocarle el vestido
curaré». Inmediatamente se secó la fuente de sus hemorragias, y notó que su
cuerpo estaba curado. Jesús, notando que había salido fuerza de él, se volvió
enseguida, en medio de la gente y preguntaba:
«¿Quién me ha
tocado el manto?». Los discípulos le contestaban:
«Ves cómo te
apretuja la gente y preguntas: “¿Quién me ha tocado?”».
Él seguía
mirando alrededor, para ver quién había hecho esto. La mujer se acercó asustada
y temblorosa, al comprender lo que le había ocurrido, se le echó a los pies y
le confesó toda la verdad.
Él le dice:
«Hija, tu fe te
ha salvado. Vete en paz y queda curada de tu enfermedad».
Todavía estaba
hablando, cuando llegaron de casa del jefe de la sinagoga para decirle:
«Tu hija se ha
muerto. ¿Para qué molestar más al maestro?». Jesús alcanzó a oír lo que
hablaban y le dijo al jefe de la sinagoga:
«No temas;
basta que tengas fe».
No permitió que
lo acompañara nadie, más que Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Llegan
a casa del jefe de la sinagoga y en contra el alboroto de los que lloraban y se
lamentaban a gritos y después de entrar les dijo:
«¿Qué estrépito
y qué lloros son éstos? La niña no está muerta, está dormida».
Se reían de él.
Pero él los echó fuera a todos y, con el padre y la madre de la niña y sus
acompañantes, entró donde estaba la niña, la cogió de la mano y le dijo:
«Talitha qumi» (que significa: «Contigo hablo, niña,
levántate»).
La niña se
levantó inmediatamente y echó a andar; tenía doce años. Y quedaron fuera de sí
llenos de estupor. Les insistió en que nadie se enterase; y les dijo que dieran
de comer a la niña.
Comentario
El mar es el
escenario preferido por Marcos. Jesús últimamente aparece todo el día
atravesando el mar, de orilla a orilla. El sábado escuchábamos como vivían una
tempestad que podía hacerles perecer. El mar es también esa fuerza que
simboliza la muerte. Lo es para nuestro ritual del bautismo. Pero también para
la poesía, pues «nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar». Y esa
capacidad de dominar el mar, de cruzarlo simboliza también su poder sobre la
muerte.
Con ese telón
de fondo se plantean los dos milagros de hoy. Es llamativa la concatenación de
ambos. A Jesús se le pide un milagro de curación, pero en el camino por
atenderlo se interpone la otra situación en la que Jesús realiza otro milagro
que no estaba en sus planes ni en sus intenciones inmediatas. Interrumpe el
curso de los acontecimientos tal y como lo había planeado Jesús, pero no fuerza
a Dios a hacer el milagro: los planes de Dios trascienden y desbordan el curso
de la historia humana, como una corriente que desborda el cauce de un río; el
plan de Dios es Cristo mismo, desbordando la historia.
En ese sentido
es también llamativo es que ese milagro entretiene a Jesús, hasta el punto de
llega tarde a realizar la siguiente curación: «Tu hija se ha muerto. ¿Para qué
molestar más al maestro?». Pero Es ahí donde el dominio de Jesús sobre la vida
trasciende las limitaciones cronológicas de la historia: «No temas; basta que
tengas fe […] La niña no está muerta; está dormida». Para Jesús nunca es
demasiado tarde en la historia. Porque su acción en el tiempo trasciende los
límites del tiempo. La vida de Jesús desborda la muerte. El tiempo irreversible
siempre puede ser reconducido y rescatado para Jesús. La salvación siempre es
posible: «Talitha qumi» (que significa: «Contigo hablo, niña,
levántate»).
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