Evangelización | Carlos Pérez Laporta
Este es el Cordero de Dios
Miércoles. Tiempo de
Navidad / Juan 1, 29-34
Evangelio: Juan 1, 29-34
Al día
siguiente, al ver Juan a Jesús que venía hacia él, exclamó:
«Este es el
Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Este es aquel de quien yo dije:
“Tras de mí viene un hombre que está por delante de mí, porque existía antes
que yo” Yo no lo conocía, pero he salido a bautizar con agua, para que sea
manifestado a Israel». Y Juan dio testimonio diciendo:
«He contemplado
al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma, y se posó sobre él. Yo no lo
conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: “Aquél sobre quien
veas bajar el Espíritu y posarse sobre él, ése es el que bautiza con Espíritu
Santo.” Y yo lo he visto, y he dado testimonio de que este es el Hijo de Dios».
Comentario
La voz de Juan
era la voz que gritaba en el desierto, en medio de la nada. Su voz gritaba
desesperada, porque por los pecados no podía esperar más del mundo. Los pecados
hacían del mundo un lugar inhabitable. El mundo era una nada, un desierto. Por
eso, su voz era la desesperación.
Sin embargo,
precisamente por no poder esperar ya nada del mundo, solo esperaba a Dios. Hay
aún una espera en la desesperación que se atreve a gritar. Porque su voz aún
cree que hay alguien que pueda escuchar. Grita porque aún puede esperar contra
toda esperanza a Dios. Cuando desesperamos del mundo, entonces esperamos a
Dios. A ese que precisamente no es el mundo ni del mundo; es Dios al que nadie
ha visto jamás en el mundo. Por eso Juan «no lo conocía». Puede esperar en
medio de la desesperación del mundo, porque puede esperar al Dios escondido. No
es todavía esperanza, porque todavía no conoce a Dios. Es la espera de la
desesperación, que espera lo imposible.
Pero esa misma
voz reconoce hoy a Dios: «Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del
mundo». Al reconocer ahora a Cristo, el mundo vuelve a cobrar consistencia,
vuelve a componerse. Si Cristo está el pecado deja de determinar el mundo, y
queda salvado. Ya no es un desierto. Por eso esa voz ya es la de la esperanza
plena, y no desespera. Sí Cristo está ya no puede desesperar del mundo, porque
Él puede vencer todos los pecados.
De ese modo, la
voz que esperaba a Dios se torna de la esperanza, porque es la misma voz que
reconoce a Jesús. Y se vuelve la voz de Juan la voz de la esperanza para todos
los hombres: «yo lo he visto y he dado testimonio de que este es el Hijo de
Dios». Por eso, repetimos su palabra en cada eucaristía.
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