Evangelización | Carlos Pérez Laporta
Salió el sembrador a sembrar
Miércoles
de la 3ª semana del tiempo ordinario / Marcos 4, 1-20
Evangelio: Marcos 4, 1-20
En
aquel tiempo, Jesús se puso a enseñar otra vez junto al mar. Acudió un gentío
tan enorme, que tuvo que subirse a una barca y, ya en el mar, se sentó; y el
gentío se quedó en tierra junto al mar.
Les
enseñaba muchas cosas con parábolas y les decía instruyéndolos:
«Escuchad:
salió el sembrador a sembrar; al sembrar, algo cayó al borde del camino,
vinieron los pájaros y se lo comieron. Otra parte cayó en terreno pedregoso,
donde apenas tenía tierra; como la tierra no era profunda, brotó enseguida;
pero en cuanto salió el sol, se abrasó y, por falta de raíz, se secó. Otro
parte cayó entre abrojos; los abrojos crecieron, la ahogaron, y no dio grano.
El resto cayó en tierra buena: nació, creció y dio grano; y la cosecha fue del
treinta o del sesenta o del ciento por uno». Y añadió:
«El
que tenga oídos para oír, que oiga».
Cuando
se quedó solo, los que lo rodeaban y los Doce le preguntaban el sentido de las
parábolas. Él les dijo:
«A
vosotros se os han dado el misterio del reino de Dios; en cambio a los de fuera
todo se les presenta en parábolas, para que “por más que miren, no vean, por
más que oigan, no entiendan, no sea que se conviertan y sean perdonados”». Y
añadió:
«¿No
entendéis esta parábola? ¿Pues, cómo vais a entender las demás? El sembrador
siembra la palabra. Hay unos que están al borde del camino donde se siembra la
palabra; pero en cuanto la escuchan, viene Satanás y se lleva la palabra
sembrada en ellos. Hay otros que reciben la semilla como terreno pedregoso; son
los que al escuchar la palabra enseguida la acogen con alegría, pero no tienen
raíces, son inconstantes y cuando viene una dificultad o persecución por la
palabra, en seguida sucumben. Hay otros que reciben la semilla entre abrojos;
estos son los que escuchan la palabra, pero los afanes de la vida, la seducción
de las riquezas y el deseo de todo lo demás los invaden, ahogan la palabra, y
se queda estéril. Los otros son los que reciben la semilla en tierra buena;
escuchan la palabra, la aceptan y dan una cosecha del treinta o del sesenta o
del ciento por uno».
Comentario
Marcos
suele ser escueto en las descripciones. En este caso describe la acción de
Jesús con todo detalle: nos dice que «se puso a enseñar otra vez junto al mar»,
que «acudió un gentío tan enorme, que tuvo que subirse a una barca» pero incluso
nos habla de su posición en la barca: «ya en el mar, se sentó; y el gentío se
quedó en tierra junto al mar». O él estaba allí o el que se lo contó
lo había vivido muy de cerca y tan intensamente que no había olvidado ningún
detalle. Está claro que era uno de los que «lo rodeaban».
Esa
proximidad es precisamente la que presta «oídos para oír». Es la relación de
cercanía e intimidad la que abre los oídos. Porque está en nuestra mano no solo
entender la verdad de lo que se dice, sino reconocerlo y afirmarlo como
verdadero. La verdad no es sólo una idea que pensamos fríamente, sino que hace
falta amarla para poder llegar a ella. Sin amor y fidelidad la verdad nunca se
descubre. Porque nunca llega a ser verdad para nosotros: «A vosotros se os ha
dado el misterio del reino de Dios; en cambio a los de fuera todo se les
presenta en parábolas, para que “por más que miren, no vean, por más que oigan,
no entiendan, no sea que se conviertan y sean perdonados”». Nadie se puede
convertir y ser perdonado por haber comprendido una idea, sin amar a quien es
la Verdad.
Así,
la «tierra buena» son los que «escuchan la palabra, la aceptan y dan una
cosecha del treinta o del sesenta o del ciento por uno». La tierra buena es
quien ama la Palabra y vive de ella.
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