Actualidad | Maica Rivera
Wonka: Manual para el joven
emprendedor
Sigue
en cartel Wonka, la película familiar de
estas fiestas navideñas que vino para contarnos, entre otras hermosuras, que
«las mejores cosas de la vida empiezan con un sueño». Simple pero devaluado por
el marketing de las emociones, este mensaje de
partida vino más bien para que lo recordaran los adultos que hubiera en la
sala. A ellos los animamos a redescubrirlo a través de la novela de Sibéal Pouder, basada en el guion de Simon
Farnaby y Paul King para el filme. Quienes hayan disfrutado de la (muy
recomendable) experiencia cinematográfica, leerán estas páginas sin poder
quitarse de su imaginación al joven actor Thimothée Chalamet animando el
cotarro de esta aventura que fantasea sobre los orígenes del clásico Charlie y la fábrica de chocolate de Roald Dahl; es decir, narra la forja del mayor inventor, mago y
fabricante de chocolate del mundo y cómo llegaría a convertirse en el Willy
Wonka que todos conocemos hoy.
Cargado
de ilusiones y talento, el protagonista desembarca en la ciudad de los sueños
con frac color ciruela, elegante sombrero de copa y largo bastón de empuñadura
dorada. Pero la ingenuidad típica del recién llegado, y también una
irrefrenable generosidad natural, le endeudan apenas pisa las famosísimas
Galerías Gourmet, donde pretende legitimar sus chocolates y entrar a formar
parte amistosamente del distinguido gremio. Para mayor desdicha, Willy pronto
se topa con la más inesperada, cruda y desalentadora realidad: el negocio
chocolatero está controlado por un cártel de tres mafiosos. Es así como los
matones Slugworth, Fickelgruber y Prodnose se lanzarán a una feroz competencia
desleal para impedir que Wonka abra su propia tienda de dulces, privándole de
toda defensa porque han corrompido mediante el pecado de la gula y del soborno
a los máximos encargados de proteger y servir al ciudadano: el jefe de Policía,
el clérigo de la catedral y 500 monjes adictos al chocolate. Inasequible al
desaliento, Wonka contará para salir adelante con una socia muy lista, la niña
Noodles, huérfana como él, que le pondrá un poquito los pies sobre la tierra e
incluso, con mucha paciencia, le enseñará a leer. Se enrolarán poco después a
la acción varios amigos más, muy valientes, a los que Willy terminará liberando
de la esclavitud en la mugrosa lavandería de la no menos mugrosa señora
Scrubitt. Todos pondrán sus dones al servicio de una gran causa que trascenderá
el mero éxito comercial de la marca Wonka; juntos profundizarán en la bondad
que supone el acto de compartir (chocolate) y alcanzarán la gloria de la
verdadera meta final: hacer un mundo mejor. Casi al final (se hará algo de
rogar), entrará de aliado inesperado y especial un hombrecito naranja de pelo
verde muy cascarrabias, ¡un auténtico oompa-loompa directamente llegado de
Oompalandia!
Lo
cierto es que, desde el principio, sabemos (¡spoiler!) que Wonka
es un ganador nato. Porque su madre, cuya memoria honra de principio a fin del
cuento, le ha educado en la fe y el amor, y su proyecto chocolatero está a
salvo gracias a ello de los riesgos más mundanos. Su liderazgo no tiene fisuras
porque el código de honor que profesa no contempla intereses particulares
frente a los del equipo y no tiene cabida en su persona la soberbia. Por tanto,
nada es capaz de empañar el esplendor de su chispeante creatividad. No, no podría
perder —porque no puede perderse jamás— quien sigue con tanto fervor el rastro
que dejó su corazón de niño en pos del abrazo maternal.
Willy
Wonka representa la figura del emprendedor de nuestro tiempo, que encontrará
aquí las mejores motivaciones y claves de éxito y la más dulce alegoría de
luces (sobre todo) y también sombras del camino por recorrer.
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