Testigos de la Fe | Sandra Ferrer Valero
1. Catalina Tekakwitha. 2. Teresa de Calcuta. 3. Elizabeth Ann Seton. 4. Daphrose Rugamba. 5. María Beltrame Quattrocchi. 6. Laura Montoya. 7. Josefina Bakhita. 8. María de la Cruz MacKillop. 9. Magdalena de Jesús. 10. Rebeca de Himlaya. Fotos: 1, 2, 5, 7 y 8: CNS. 3: Lawrence OP. 4: C. Emmanuel. 6: madrelaura.org. 9: Archivo PSG. 10: José Raphael Perea.
Modelos de santidad y de liderazgo femenino
Víctimas de esclavitud, del genocidio ruandés o
fundadoras, el Vaticano ha destacado a diez mujeres que reflejaron a Dios a
través de sus vidas y obras
Roma acogió en torno al Día
Internacional de la Mujer un congreso en el que se puso el acento en la
importancia que tuvieron y tienen las mujeres en la historia de la humanidad y
en el seno de la Iglesia. Para ello, abordaron vidas y obras de diez mujeres que
fueron modelo de santidad y de liderazgo femenino. Las elegidas son mujeres de
los cinco continentes que encontraron en la fe el camino para sanar sus heridas
y cuidar de los demás.
Algunas de ellas no nacieron en
hogares católicos, pero su vida las llevó a encontrar la cruz y abrazarla sin
condiciones. Como Josefina Bakhita (1869-1947), quien, después de una terrible
existencia de esclavitud, sometimiento y maltrato —fue marcada con heridas en
todo su cuerpo), supo perdonar a sus captores gracias a la fe y al consuelo que
encontró en las hermanas canossianas. Considerada patrona de su Sudán natal y
protectora de los supervivientes de la trata de personas, fue canonizada por el
Papa san Juan Pablo II en el año 2000.
Conversas fueron también las
estadounidenses Catalina Tekakwitha (1656-1680) y Elizabeth Ann Seton
(1774-1821); la primera dejó atrás las creencias de su tribu mohawk y se
convirtió al catolicismo, mientras que Elizabeth lo hizo desde sus orígenes
presbiterianos. Ambas mujeres sufrieron el rechazo de los suyos tras tomar tan
profunda decisión, algo que no amilanó sus corazones, llevándolas a ambas al
camino de la santidad. Benedicto XVI, durante la homilía en que fue canonizada
Catalina en 2012, destacó «la acción de la gracia en su vida, carente de apoyos
externos». 37 años antes, Pablo VI canonizaba a Elizabeth, «madre de familia y,
al mismo tiempo, fundadora de la primera congregación religiosa de mujeres en
Estados Unidos», una mujer de la que destacó «el dinamismo y la autenticidad de
su vida» como «un ejemplo en nuestros días —y para las generaciones venideras—
de lo que las mujeres pueden y deben realizar en el cumplimiento de su papel,
para el bien de la humanidad».
Como Elizabeth, otras mujeres
fundaron congregaciones religiosas de carácter educativo y asistencial que
forjaron una red misionera y evangelizadora por todo el planeta. Empezando por
la carismática Teresa de Calcuta (1910-1997) y sus Misioneras de la Caridad,
que nacieron en Calcuta y se expandieron por más de 100 países con miles de
religiosas trabajando día a día para ayudar a refugiados, enfermos, huérfanos y
desamparados. Con el mismo objetivo crearía María de la Cruz MacKillop
(1842-1909), primera santa australiana, la congregación de las Hermanas de San
José del Sagrado Corazón. «Ella, en su juventud, se dedicó a la educación de
los pobres en la difícil y exigente zona rural de Australia, impulsando a otras
mujeres a unirse a la primera comunidad de religiosas de ese país». Con estas
palabras, Benedicto XVI la canonizaba en 2010.
También la primera santa
colombiana, Laura Montoya (1874-1949), fundó la Congregación de las Misioneras
de María Inmaculada y Santa Catalina de Siena, después de una vida de penurias
que se convirtió en ejemplo de superación. Se volcó en su vida religiosa, en
palabras del Papa Francisco, «primero como maestra y después como madre
espiritual de los indígenas, a los que infundió esperanza, acogiéndolos con ese
amor aprendido de Dios y llevándolos a Él con una eficaz pedagogía que
respetaba su cultura y no se contraponía a ella».
Vidas de profunda oración vivieron
Rebeca de Himlaya (1832-1914) en el Líbano y Magdalena de Jesús (1898-1989) en
las zonas desérticas de Argel, convirtiéndose, con su propia vida, en ejemplo
de espiritualidad.
Por último, dos mujeres elevadas a
los altares junto a sus maridos. La maestra María Beltrame Quattrocchi
(1881-1965) construyó junto a su esposo una familia católica con cuatro hijos y
un compromiso con los demás tan fuerte que se convirtieron en modelo de caridad
cristiana. «En su vida —destacó san Juan Pablo II durante su beatificación—,
como en la de tantos otros matrimonios que cumplen cada día sus obligaciones de
padres, se puede contemplar la manifestación sacramental del amor de Cristo a
la Iglesia». También maestra fue Daphrose Rugamba (1944-1994), pero su vida
junto a su marido Cyprien terminó trágicamente con su ejecución, siendo ambos víctimas
del genocidio de Ruanda.
Todas ellas fueron modelo para la
humanidad y figuras necesarias para ensalzar el papel de las mujeres en el
pasado, el presente y el futuro. Francisco así lo destacó en su discurso ante
los participantes del congreso y puso de manifiesto que «ellas, en diferentes
épocas y culturas, con estilos distintos y con iniciativas de caridad, de
educación y de oración, han dado una prueba de cómo el genio femenino puede
reflejar, de modo único, la santidad de Dios en el mundo».
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