Evangelización | Carlos Pérez Laporta
Esta es la voluntad del Padre: que
todo el que ve al Hijo tenga vida eterna
Miércoles de la 3ª Semana de Pascua / Juan 6, 35‐40
Evangelio: Juan 6, 35‐40
En aquel tiempo, dijo Jesús al
gentío:
«Yo soy el pan de la vida. El que
viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed jamás; pero,
como os he dicho, me habéis visto y no creéis.
Todo lo que me da el Padre vendrá a
mí, y al que venga a mí no lo echaré afuera, porque he bajado del cielo, no
para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado. Ésta es la
voluntad del que me ha enviado: que no pierda nada de lo que me dio, sino que
lo resucite en el último día.
Esta es la voluntad de mi Padre:
que todo el que ve al Hijo y cree en él tenga vida eterna, y yo lo resucitaré
en el último día».
Comentario
«Yo soy el pan de vida. El que
viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed jamás». Desde
que dijo esas palabras no ha acabado el hambre y la sed, con independencia de
la fe en Él. ¿Cómo dice Jesús que la eucaristía apagará la sed y calmará el
hambre para siempre? ¿Es que Jesús no conoció el hambre y la sed de todos los
hombres que llegaron a la historia después de Él? ¿Es que no dijo que Él sentía
el hambre con cada hambriento y la sed de cada sediento (Mt 25-35-45)?
Lo cierto es que la presencia de
Cristo resucitado en la eucaristía no elimina el hambre y la sed materiales.
Pero se llenan de esperanza de saber que si Cristo crucificado, mediante la
eucaristía, está vivo en el hambriento y en el sediento, estos ni siquiera
pueden temer a la muerte. Con certeza, los que pasan hambre y sed pueden
esperar que ni siquiera la inanición fuese la perdición: «Esta es la voluntad
del que me ha enviado: que no pierda nada de lo que me dio, sino que lo
resucite en el último día. Esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que ve
al Hijo y cree en él tenga vida eterna, y yo lo resucitaré en el último
día». Si Cristo resucitado está en el necesitado por medio de la eucaristía,
ni siquiera el hambre o la sed pueden provocar desesperación. «Los que buscan a
Dios no carecen de nada», dice el salmo (34, 10).
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