Editorial | Andrea Tornielli
El cristianismo, una
historia de rostros
Francisco
coronó en Vanimo el sueño de abrazar la periferia más periférica del mundo
El cristianismo no es una
filosofía, una idea, un manual de reglas morales. El cristianismo es un
acontecimiento entretejido de maravillas y rostros. En Vanimo y luego en la
remota aldea de Baro, en una calurosa tarde de domingo, tuvimos una vez más la
prueba de ello. Había asombro y gratitud en los rostros de Miguel De la Calle,
Martín Prado y Tomás Ravaioli, los misioneros argentinos del Verbo Encarnado
que pasan alegremente su vida anunciando el Evangelio en la periferia del
mundo, en esta hermosa tierra que tiene los colores de los cuadros de Paul
Gauguin. Había asombro y gratitud en el rostro de Francisco que, a sus casi 88
años, en silla de ruedas, embarcó en un Hércules C130 de la Fuerza Aérea
Australiana cargado de paquetes de ayuda y regalos, para coronar un sueño
cultivado durante una década: el de estar aquí, con ellos, y abrazar con la
mirada y las manos de viejo padre jesuita convertido en pastor universal a
aquellos hombres felices, vestidos de blanco como él, y sobre todo a su gente.
Ese pueblo que ha aprendido a conocer a la Madre de Jesús desde el rostro de
«Mamá Luján», la patrona de la Argentina.
Había que ver al Papa Francisco,
sentado en el pequeño salón de la casa de madera cubierta de mosquiteros donde
residen los misioneros, tomando mate sentado junto a ellos, tras la multitud de
hombres, mujeres y niños con ropas de colores, cubiertos con pocas plumas o
paja, con cuerpos multicolores. Desde hace años, el Sucesor de Pedro está en
contacto con sus compatriotas que dan testimonio del amor incondicional del
Dios de Jesucristo entre este pueblo. En particular con uno de ellos, el padre
Martín. Ayer el joven misionero no tenía palabras para agradecer al amigo que
había desafiado a todo y a todos para estar aquí siquiera unas horas y ver con
sus propios ojos el espectáculo de una iglesia naciente y sus mil desafíos
vividos con alegría.
En Vanimo y Baro no faltan los
problemas. La gente vive en la precariedad, sin agua corriente ni electricidad,
hay pocas medicinas. La violencia, el tribalismo y la explotación de las
enormes riquezas minerales y madereras por las multinacionales son una
realidad. Los Padres del Verbo Encarnado, en esta costa del océano Pacífico
apretada entre la selva y el arrecife de coral, dieron a luz en 2018 a una
orquesta de cuerda compuesta por niños y jóvenes. En la tonelada de bultos que
llevaba el Papa en el avión militar, también había violines y violonchelos.
Francisco, feliz como un niño, pudo escuchar un par de piezas. Viendo la
escena, uno no puede evitar pensar en el milagro de las reducciones, las aldeas
indígenas de Paraguay organizadas por los jesuitas, con sus escuelas de canto,
de las que quedan ecos en los libros de historia y en escenas de la película
«La Misión». Pequeños brotes de Evangelio que brotan silenciosos entre culturas
ancestrales y reverberan ternura, cercanía, compasión, amor incondicional por
los últimos y los olvidados. Vidas entregadas por amor hasta la última gota.
Alegría en los rostros de los ancianos y de los muchos niños sonrientes.
Alegría en los rostros curtidos por el sol y manchados de sudor de los
misioneros que hoy se han puesto la túnica blanca para recibir a su amigo el
Obispo de Roma. Alegría en el rostro de Francisco, que vuelve a subir al
vehículo militar C130, pero al que le habría gustado quedarse aquí.
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