Fe y Vida | Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
El Papa bueno: con este sobrenombre ha pasado Juan
XXIII a la memoria de múltiples generaciones. Foto: CNS.
11 de octubre: san Juan XXIII, el Papa que no se
tomaba en serio
Hay santos de los que se sabe mucho pero, se desconoce
todo, a no ser que nos asomemos a su interior. Como san Juan XXIII, cuya fiesta
se celebra el 11 de octubre
Poco después de convocar el Concilio Vaticano II, Juan
XXIII le hizo a un amigo una confidencia. «¿Sabes? Eso de que el Espíritu Santo
es el que asiste al Papa, no es verdad». Ante la sorpresa de su interlocutor
añadió: «Yo soy solo su asistente. Es Él quien lo hace todo. El Concilio ha
sido idea suya». Con esta convicción llegó a la sede de Pedro un humilde
diplomático vaticano cuya mayor ilusión siempre fue acabar sus días como un
simple párroco.
Al principio, se le tachó de «Papa de transición», ¡y
vaya si lo fue! Juan XXIII fue el encargado de impulsar a la Iglesia hacia una
nueva época. Convocó el Concilio un año después de ser elegido Papa. Fue Pablo
VI quien lo llevó a término, pero a él se le debe el primer impulso, el más
difícil, el de la decisión de mover el timón de ese pesado transatlántico en el
que se había convertido la Iglesia.
No lo habría podido hacer si él mismo no tuviera los
pies en la tierra, lo que para un santo significa tener los ojos en el cielo.
Así, nada más concluir el Cónclave que lo eligió Papa, su secretario le
preguntó por dónde empezar, qué era lo más urgente, a lo que el Papa Roncalli
respondió: «Por ahora, recemos vísperas y completas. Y luego, ya veremos».
Bio
· 1881: Angelo
Giuseppe Roncalli nace en Soto il Monte (Bérgamo)
·
1892: Ingresa en el seminario
·
1904: Recibe
la ordenación sacerdotal en Roma
·
1925: Es consagrado obispo
·
1935: Delegado
apostólico en Turquía y Grecia
·
1944: Nuncio apostólico en Francia
·
1952: Patriarca
de Venecia. Pío XII lo crea cardenal
·
1958: Es elegido Papa
·
1959: Anuncia
la celebración de un Concilio ecuménico
·
1962: Preside
la apertura del Vaticano II
·
1963: Muere en Roma
De ese «ya veremos» lleva viviendo la barca de Pedro
varias décadas, pero el secreto estaba en su vida interior: «El sentido de mi
pequeñez y de mi nada me han acompañado siempre, haciéndome humilde y
tranquilo. Mi único mérito es la misericordia del Señor», escribió en su testamento
espiritual.
Lo que más ha pesado en la memoria de la gente fue su
bondad, reflejada en multitud de anécdotas. Es conocido el episodio en el que
dobló el sueldo a los portadores de su silla gestatoria –eran otros tiempos–:
«Si mi peso es el doble que el de Pío XII, es justo que cobréis el doble»,
dijo. O el día en que cundió el pánico en el Vaticano porque el Papa había
desaparecido. Se llamó a la Policía y al Ayuntamiento de Roma, pero nada. Al
final le encontraron en una residencia de sacerdotes ancianos, charlando y sentado
en una mecedora como si nada; simplemente echaba de menos los entresijos de la
pastoral ordinaria de cualquier sacerdote. Un día lo reconoció en voz alta:
«Rarísimas veces tengo la oportunidad de pronunciar una plática espiritual,
nunca puedo confesar, y me paso el día ante la máquina de escribir y
manteniendo fastidiosas conversaciones diplomáticas». Y añadió: «Pero vivo en
paz, porque el éxito final es de quien hace con gran corazón la voluntad de
Dios, toma todo por las buenas y obedece de buen humor».
Su secretario, el luego cardenal Loris Capovila,
revelaba poco después de su muerte que solía decir: «Doy gracias a Dios porque
me ayuda a no complicar las cosas simples». Él mismo reconoció en varias
ocasiones que solía escuchar una voz que le decía: «Angelo, no te tomes tan en
serio». Solo así pudo llevar a cabo el giro estratégico que dio al rumbo de la
Iglesia.
«Dócil al Espíritu Santo»
El 27 de abril de 2014, el Papa
Francisco canonizó
a Juan Pablo II y a Juan XXIII en una
ceremonia en Roma. Ambos «colaboraron con el Espíritu Santo para restaurar y
actualizar la Iglesia según su fisionomía originaria, la fisionomía que le
dieron los santos a lo largo de los siglos», afirmó el Papa, quien destacó
además que, «en la convocatoria del Concilio, san Juan XXIII demostró una
delicada docilidad al Espíritu Santo, se dejó conducir y fue para la Iglesia un
pastor, un guía-guiado, guiado por el Espíritu. Este fue su gran servicio a la
Iglesia; por eso me gusta pensar en él como el Papa de la docilidad al Espíritu
Santo».
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