Nuestra Fe | Telésforo Isaac
Semana Santa,
ayer y ahora
Semana Santa, lapso anual, característico
de la conmemoración religiosa de los pueblos cristianos. Tiempo dedicado para
recordar los sucesos que experimentó Jesucristo durante los últimos días de
vida terrenal, según los Evangelios de Mateo, Marcos, Lucas y Juan.
En República Dominicana, la celebración de
este período se desarrolla con los siguientes actos que incluyen: recogimiento,
retiros espirituales, procesiones, viacrucis, ayunos, devocionales, comer o
abstenerse de platos especiales, excursiones, caminatas, jolgorios, diversiones
seculares, prácticas de ritos cábalas y supersticiones, entre
otros…
Las efemérides de la primera Semana Santa
se relatan, anualmente, a fin de facilitar un mayor y mejor entendimiento de lo
que pasó en esos días, así como valorar en el presente, las condiciones
inherentes de los seres humanos, con análisis particulares de los asiduos y
dirigentes judíos, sus enredos y participación en política
social. Pongamos atención a lo narrado en la secuencia del “drama de
la redención”, según los capítulos de Mateo, 26 al 27; Marcos 11 y ss; Lucas 22
y ss; Juan 11 y ss; que culminó con la presencia terrenal de Jesucristo, y lo
que pasó durante los últimos siete días en la vida mortal del profeta de
Nazaret.
Observe lo acontecido en el Domingo de
Palmas, cuando Jesús entró triunfante en Jerusalén, y fue aclamado en forma
apoteósica por la multitud, diciendo: ¡Hosanna! ¡Bendito el reino que viene, el
reino de nuestro antepasado padre David!” (Marcos 11:10) y, luego, piense en
cómo se desarrolló la odisea, durante los siguientes días de ese período que
conocemos como “Semana Santa”. En ese tiempo privativo en la historia de la
humanidad, en la región del Mar Mediterráneo, justo en esos días, ocurrió el
cúmulo de incidencias que revelan todas las actitudes que caracterizan a los
seres humanos involucrados por motivos fundamentalistas religiosos, e intereses
político-partidarios.
En ese acontecer histórico, el panorama de
la leyenda acumula una mezcla de ocurrencias con la participación proactiva de
algunos, o la condición pasiva de personas, con quienes, como individuos,
podríamos estar tipificados de manera personal o virtual, como mentes y
corazones equivocados y malévolos.
Los episodios que sucedieron en ese momento
histórico de los postreros días de Jesús el Nazareno, están comprendidos en el
conjunto de los pensamientos, actitudes, condiciones, y acciones que prevalecen
en la forma usual de los seres humanos. Sólo hay que ver cómo se celebran ahora
las efemérides de la llamada Semana Mayor.
Es oportuno mencionar las condiciones y
actitudes de los participantes en los eventos de este venerable período, para
darnos cuenta de que, muchas veces, somos o tenemos estas mismas cualidades que
pueden ser aludidas, actualmente, como elementos propios de nuestra sociedad.
Entre esas actitudes mostradas en las
antiguas escenas, tenemos las siguientes anécdotas: disfrute de una cena
comunitaria; traiciones y negaciones de los íntimos del Maestro; oraciones de
profunda intimación mística; intenciones malévolas; desbandada y huida de los
fraternos; intriga de dirigentes religiosos; uso desmedido de soldados;
imposición autoritaria; confabulación de dirigentes religiosos, y del gobierno
imperialista; proceso en juicio de invalidez legal; abuso inhumano
de poder para extorsionar e infligir dolor y sufrimiento; aclamaciones de
grupos instigados por fanáticos creyentes; se consiguió liberar a Barrabás el
revoltoso, en lugar del profeta predicador, el Hijo de Dios; hubo lamentos y
lloros de mujeres por maltrato a un condenado; imposición arbitraria a una
persona vulnerable; y la condena a morir clavado en la cruz del Calvario.
En el palacio de Pilatos, el gobernador que
representaba el imperio de los Césares, se evidenciaron símbolos de ignominia y
humillación; se pintó un cuadro patético del colgado siendo
martirizado, y se oyó la excusa de Jesús diciendo que, eso lo hacían:
“porque no saben lo que hacen”. Allí hubo, además, testimonio presente de una
adolorida madre, tías y fraternos allegados al crucificado; escuchar el
conmovedor brote de amor filial de un hijo moribundo que encarga su madre
(María) al cuidado de un amigo de confianza, (Juan); se dispersa el reconocimiento
de un soldado exclamando: que el crucificado es “realmente el Hijo de Dios”; en
ese escenario se manifestó la conmiseración de dos personajes del Sanedrín
(Consejo Supremo del Judaísmo), quienes dieron asombrosa demostración de
piedad, al sepultar con dignidad y reverencia el cuerpo de Jesús.
Todo eso ocurrió para revelar que, en medio
de actos e intrigas malévolas e indignas, existen almas plenas de bondad y
conmiseración. La narrativa correspondiente a la Semana Santa concluye, cuando
María Magdalena, y otras mujeres, temprano ese domingo, descubrieron que el
sepulcro estaba vacío y el crucificado Señor había resucitado.
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