Testigos de la Fe
Solemnidad de la natividad de San Juan Bautista
– La misión del Bautista.
– Nuestro cometido: preparar los corazones para que
Cristo pueda entrar en ellos.
– Oportet illum crescere… Conviene que Cristo crezca
más y más en nuestra vida y que disminuya la propia estimación de lo que somos
y valemos.
I. Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba
Juan; éste venía para dar testimonio de la luz y preparar para el Señor un
pueblo bien dispuesto (1).
Hace notar San Agustín que «la Iglesia celebra el
nacimiento de Juan como algo sagrado, y él es el único cuyo nacimiento festeja;
celebramos el nacimiento de Juan y el de Cristo» (2). Es el último Profeta del
Antiguo Testamento y el primero que señala al Mesías. Su nacimiento, cuya
Solemnidad celebramos, «fue motivo de gozo para muchos» (3), para todos
aquellos que por su predicación conocieron a Cristo; fue la aurora que anuncia
la llegada del día. Por eso, San Lucas resalta la época de su aparición, en un
momento histórico bien concreto: El año decimoquinto del imperio de Tiberio
César, siendo Poncio Pilato procurador de Judea, Herodes tetrarca de Galilea…
(4). Juan viene a ser la línea divisoria entre los dos Testamentos. Su
predicación es el comienzo del Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios (5), y su
martirio habrá de ser como un presagio de la Pasión del Salvador (6). Con todo,
«Juan era una voz pasajera; Cristo, la Palabra eterna desde el principio» (7).
Los cuatro Evangelistas no dudan en aplicar a Juan el
bellísimo oráculo de Isaías: He aquí que yo envío a mi mensajero, para que te
preceda y prepare el camino. Voz que clama en el desierto: preparad el camino
del Señor, enderezad sus sendas (8). El Profeta se refiere en primer lugar a la
vuelta de los judíos a Palestina, después de la cautividad de Babilonia: ve a
Yahvé como rey y redentor de su pueblo, después de tantos años en el destierro,
caminando a la cabeza de ellos, por el desierto de Siria, para conducirlos con
mano segura a la patria. Le precede un heraldo, según la antigua costumbre de
Oriente, para anunciar su próxima llegada y hacer arreglar los caminos, de los
que, en aquellos tiempos, nadie solía cuidar, a no ser en circunstancias muy
relevantes. Esta profecía, además de haberse realizado en la vuelta del
destierro, había de tener un significado más pleno y profundo en un segundo
cumplimiento al llegar los tiempos mesiánicos. También el Señor había de tener
su heraldo en la persona del Precursor, que iría delante de Él, preparando los
corazones a los que había de llegar el Redentor (9).
Contemplando hoy, en la Solemnidad de su nacimiento,
la gran figura del Bautista que tan fielmente llevó a cabo su cometido, podemos
pensar nosotros si también allanamos el camino al Señor para que entre en las
almas de amigos y parientes que aún están lejos de Él, para que se den más los
que ya están próximos. Somos los cristianos como heraldos de Cristo en el mundo
de hoy. «El Señor se sirve de nosotros como antorchas, para que esa luz
ilumine… De nosotros depende que muchos no permanezcan en tinieblas, sino que
anden por senderos que llevan hasta la vida eterna» (10).
II. La misión de Juan se caracteriza sobre todo por
ser el Precursor, el que anuncia a otro: vino como testigo, para dar testimonio
de la luz, para que todos creyeran por él. No era él la luz, sino el que había
de dar testimonio de la luz (11). Así consigna en el inicio de su Evangelio
aquel discípulo que conoció a Jesús gracias a la preparación y a la indicación
expresa que recibió del Bautista: Al día siguiente estaba allí de nuevo Juan y
dos discípulos y, fijándose en Jesús que pasaba, dijo: He aquí el Cordero de
Dios. Los dos discípulos, al oírle hablar así, siguieron a Jesús (12). ¡Qué
gran recuerdo y qué inmenso agradecimiento tendría San Juan Apóstol cuando,
casi al final de su vida, rememora en su Evangelio aquel tiempo junto al
Bautista, que fue instrumento del Espíritu Santo para que conociera a Jesús, su
tesoro y su vida! La predicación del Precursor estaba en perfecta armonía con
su vida austera y mortificada: Haced penitencia -clamaba sin descanso-, porque
está cerca el reino de los Cielos (13). Semejantes palabras, acompañadas de su
vida ejemplar, causaron una gran impresión en toda la comarca, y pronto se
rodeó de un numeroso grupo de discípulos, dispuestos a oír sus enseñanzas. Un
fuerte movimiento religioso conmovió a toda Palestina. Las gentes, como ahora,
estaban sedientas de Dios, y era muy viva la esperanza del Mesías. San Mateo y
San Marcos refieren que acudían de todos los lugares: de Jerusalén y de todos
los demás pueblos de Judea (14); también llegaban gentes de Galilea, pues Jesús
encontró allí sus primeros discípulos, que eran galileos (15). Ante los
enviados del Sanedrín, Juan se da a conocer con las palabras de Isaías: Yo soy
la voz que clama. Con su vida y con sus palabras Juan dio testimonio de la
verdad; sin cobardías ante los que ostentaban el poder, sin conmoverse por las
alabanzas de las multitudes, sin ceder a la continua presión de los fariseos.
Dio su vida defendiendo la ley de Dios contra toda conveniencia humana: no te
es lícito tener por mujer a la esposa de tu hermano (16), reprochaba a Herodes.
Poca era la fuerza de Juan para oponerse a los
desvaríos del tetrarca, y limitado el alcance de su voz para preparar al Mesías
un pueblo bien dispuesto. Pero la palabra de Dios tomaba fuerza en sus labios.
En la Segunda lectura de la Misa (17) la liturgia aplica al Bautista las
palabras del Profeta: Hizo de mi boca una espada afilada, me escondió en la
sombra de su mano, me hizo flecha bruñida, me guardó en su aljaba. Y mientras
Isaías piensa: en vano me he cansado, en viento y en nada he gastado mis fuerzas,
el Señor le dice: te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance
hasta el confín de la tierra. El Señor quiere que le manifestemos en nuestra
conducta y en nuestras palabras allí donde se desenvuelve diariamente el
trabajo, la familia, las amistades…, en el comercio, en la Universidad, en el
laboratorio…, aunque parezca que ese apostolado no es de mucho alcance. Es la
misma misión de Juan la que el Señor nos encomienda ahora, en nuestros días:
preparar los caminos, ser sus heraldos, los que le anuncian a otros corazones.
La coherencia entre la doctrina y la conducta es la mejor prueba de la
convicción y de la validez de lo que proclamamos; es, en muchas ocasiones, la
condición imprescindible para hablar de Dios a las gentes.
III. La misión del heraldo es desaparecer, quedar en
segundo plano, cuando llega el que es anunciado. «Tengo para mí -señala San
Juan Crisóstomo- que por esto fue permitida cuanto antes la muerte de Juan,
para que, desaparecido él, todo el fervor de la multitud se dirigiese hacia
Cristo en vez de repartirse entre los dos» (18). Un error grave de cualquier
precursor sería dejar, aunque fuera por poco tiempo, que lo confundieran con
aquel que se espera.
Una virtud esencial en quien anuncia a Cristo es la
humildad y el desprendimiento. De los doce Apóstoles, cinco, según mención
expresa del Evangelio, habían sido discípulos de Juan. Y es muy probable que
los otros siete también; al menos, todos ellos lo habían conocido y podían dar
testimonio de su predicación (19). En el apostolado, la única figura que debe
ser conocida es Cristo. Ése es el tesoro que anunciamos, a quien hemos de
llevar a los demás.
La santidad de Juan, sus virtudes recias y atrayentes,
su predicación…, habían contribuido poco a poco a dar cuerpo a que algunos
pensaran que quizá Juan fuese el Mesías esperado. Profundamente humilde, Juan
sólo desea la gloria de su Señor y su Dios; por eso, protesta abiertamente: Yo
os bautizo con agua; pero viene quien es más fuerte que yo, al que no soy digno
de desatar la correa de sus sandalias: Él os bautizará en Espíritu Santo y en
fuego (20). Juan, ante Cristo, se considera indigno de prestarle los servicios
más humildes, reservados de ordinario a los esclavos de ínfima categoría, tales
como llevarle las sandalias y desatarle las correas de las mismas. Ante el
sacramento del Bautismo, instituido por el Señor, el suyo no es más que agua,
símbolo de la limpieza interior que debían efectuar en sus corazones quienes
esperaban al Mesías. El Bautismo de Cristo es el del Espíritu Santo, que
purifica como lo hace el fuego (21).
Miremos de nuevo al Bautista, un hombre de carácter
firme, como Jesús recuerda a la muchedumbre que le escucha: ¿Qué salisteis a
ver al desierto? ¿Alguna caña que a cualquier viento se mueve? El Señor sabía,
y las gentes también, que la personalidad de Juan trascendía de una manera muy
acusada, y se compaginaba mal con la falta de carácter. Algo parecido nos pide
a nosotros el Señor: pasar ocultos haciendo el bien, cumpliendo con perfección
nuestras obligaciones.
Cuando los judíos fueron a decir a los discípulos de
Juan que Jesús reclutaba más discípulos que su maestro, fueron a quejarse al
Bautista, quien les respondió: Yo no soy el Cristo, sino que he sido enviado
delante de él… Es necesario que Él crezca y que yo disminuya (22). Oportet
illum crescere, me autem minui: conviene que Él crezca y que yo disminuya. Ésta
es la tarea de nuestra vida: que Cristo llene nuestro vivir. Oportet illum crescere…
Entonces nuestro gozo no tendrá límites. En
la medida en que Cristo, por el conocimiento y el amor, penetre más y más en
nuestras pobres vidas, nuestra alegría será incontenible.
Pidámosle al Señor, con el poeta: «Que yo sea como una
flauta de caña, simple y hueca, donde sólo suenes tú. Ser, nada más, la voz de
otro que clama en el desierto». Ser tu voz, Señor, en medio del mundo, en el
ambiente y en el lugar en el que has querido que transcurra mi existencia.
(1) Antífona de entrada. Jn 1, 6-7; Lc 1, 17.- (2)
LITURGIA DE LAS HORAS, Segunda lectura. SAN AGUSTIN, Sermón 293, 1.- (3) MISAL
ROMANO, Prefacio de la Misa del día.- (4) Cfr. Lc 3, 1 ss.- (5) Cfr. Mc 1, 1.- (6) Cfr.
Mt 17, 12.- (7) SAN AGUSTIN, o. c. 3.- (8)
Mc 1, 2.- (9) Cfr. L. CL. FILLION, Vida de Nuestro Señor Jesucristo, FAX, 8ª
ed. , Madrid 1966, p. 260.- (10) J. ESCRIVA DE BALAGUER, Forja, n. 1.- (11) Jn
1, 6.- (12) Jn 1, 29-30.- (13) Mt 3, 2.- (14) Cfr. Mt 3, 5; Mc 1, 1-5.- (15)
Cfr. Jn 1, 40-43.- (16) Mc 6, 18.- (17) Segunda lectura. Is 49, 1-6.- (18) SAN
JUAN CRISOSTOMO, Homilías sobre el Evangelio de San Juan, 29, 1.- (19) Cfr.
Hech 1, 22.- (20)
Jn 3, 15-16.- (21) Cfr. SAN CIRILO DE ALEJANDRIA, Catequesis, 20,
6.- (22) Cfr. Jn 3, 27-30.
* Esta Solemnidad se celebraba ya en el siglo IV.
Juan, hijo de Zacarías e Isabel, pariente de la Virgen, es el Precursor de
Jesucristo, y en esta misión pone su vida entera, llena de austeridad, de
penitencia y de celo por las almas. Como él mismo nos dice: conviene que Él
(Jesús) crezca, y que yo mengüe. Es también éste el proceso que se debe
realizar en la vida espiritual de todo fiel cristiano.
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