martes, 12 de agosto de 2025

La revolución de san Ignacio


Vida Religiosa | Toño García y Félix Revilla

 


La revolución de san Ignacio

 

Hace casi cinco siglos, un hombre herido en alma y cuerpo comenzaba el relato más decisivo de su vida. San Ignacio de Loyola dictaba casi al final de su vida su autobiografía no como exaltación personal, sino como un humilde testimonio de cómo Dios lo había conducido a través de luces y sombras, vanidades y humillaciones, para hacer de él un peregrino enamorado de Cristo y de su Iglesia. Podría parecer que un texto así pertenece ya a un pasado devoto, polvoriento, ajeno. Y, sin embargo, pocas obras pueden hablarnos con tanta fuerza. Porque en esas páginas late la historia de una transformación radical que tiene mucho que enseñarnos en este presente incierto, marcado por el desencanto, la crisis de sentido, el individualismo y la herida de la creación. Ignacio no fue siempre un santo. Fue un joven vanidoso, sediento de gloria militar y amor cortés, hasta que una herida de guerra lo obligó a detenerse y leer sobre Cristo y los santos. Este momento marcó el inicio de una revolución espiritual centrada en dejarse guiar por Dios, discernir sus mociones y buscar su gloria. Así comenzó un camino de libertad interior, desapego y amor al prójimo, que sigue teniendo valor.

 

Hoy también vivimos heridos: en nuestras relaciones, a menudo rotas o vacías; nuestra vida interior, debilitada por la cultura del entretenimiento, y nuestra relación con la creación, cada vez más degradada. Aunque Ignacio no habló de ecología, su espiritualidad apunta a una conversión que incluye una mirada renovada a la naturaleza. Aprendió a ver la creación como revelación del Creador, despertando una conciencia agradecida que urge recuperar. La espiritualidad ignaciana no es evasiva, sino una forma de tomar decisiones concretas desde la oración, la escucha interior y la atención a los movimientos del alma. Frente a una sociedad donde todo se decide por inercia o intereses, el discernimiento ignaciano ofrece una alternativa sólida. Ignacio no fundó una ONG ni escribió tratados, pero su legado —la Compañía de Jesús— ha llevado la fe y la justicia a todo el mundo, enseñando a miles a encontrar a Dios. 

 

En un tiempo de crisis, su autobiografía propone un modelo centrado en Dios y no en el ego, en los vínculos restaurados más que en el crecimiento material. Es una invitación urgente a la conversión, al discernimiento y al servicio desde una espiritualidad encarnada. Tal vez, como él, también nosotros debamos atrevernos a escribir nuestra autobiografía espiritual, para dejarnos leer por Dios.

 

Alfa&Omega.es 






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