Reflexión | P. Ciprián Hilario, msc
Trabajar en la viña del Señor
(Martes
16 diciembre 2025 | Lecturas: Sofonías 3,1-2.913. Salmo 33 y Mateo 21,28-32)
Queridos
hermanos y hermanas:
En
este tiempo de Adviento, la Palabra de Dios nos invita a una conversión
profunda, a preparar el camino al Señor que viene. Las lecturas de hoy nos
hablan de un Dios que purifica, que espera nuestra respuesta concreta y que
valora las obras más que las palabras. El tema central —trabajar en la viña del
Señor— nos interpela directamente: ¿Estamos realmente comprometidos en la obra
de Dios, o solo decimos bellas palabras sin frutos?
Comencemos
por la primera lectura, tomada del profeta Sofonías. El texto
inicia con una dura denuncia contra Jerusalén: “¡Ay de la ciudad rebelde y
contaminada, de la ciudad opresora! No escuchó la voz, no aceptó la
corrección, no confió en el Señor, ni se acercó a su Dios”. Es una ciudad que
se ha alejado, que no obedece ni confía. Pero el profeta no se queda en la
denuncia: anuncia una promesa maravillosa. Dios purificará los labios de los
pueblos para que todos invoquen su nombre y le sirvan unidos. Y dejará en medio
de su pueblo un resto humilde y pobre, que confiará en el nombre del Señor.
Este remanente no cometerá injusticia, no mentirá, vivirá en paz, apacentado
por Dios mismo.
Este
“resto” es la viña renovada del Señor: un pueblo humilde, confiado, que
no se enorgullece, sino que se refugia en Él. En Adviento, somos llamados a
formar parte de este resto: a dejar la soberbia, la autosuficiencia, y a
confiar plenamente en Dios.
El
Salmo responsorial nos invita a alabar al Señor con música y alegría,
porque su palabra es recta y todas sus obras son fieles. Nos recuerda que el
poder humano es vano: “Vano es el caballo para la victoria, ni por su gran
fuerza se salva”. En cambio, “los ojos del Señor están puestos en sus fieles, en
los que esperan en su misericordia, para librar sus almas de la muerte”. Dios
vela por los humildes que confían en Él, no por los que se fían de su propia
fuerza. Este salmo nos prepara para el Evangelio: la verdadera salvación viene
de esperar en el Señor, no de aparentar piedad.
Y
llegamos al Evangelio de san Mateo, la parábola de los dos
hijos. Jesús la dirige a los sumos sacerdotes y ancianos, que cuestionaban su
autoridad. Un padre tiene dos hijos y les pide: “Hijo, ve hoy a trabajar en mi
viña”.
El
primero responde: “No quiero”, pero después se arrepiente y va.
El
segundo dice: “Sí, señor, voy”, pero no va.
Jesús
pregunta: “¿Cuál de los dos hizo la voluntad del padre?”. Ellos
responden: “El primero”. Y Jesús concluye duramente: “Os aseguro que los
publicanos y las prostitutas os llevan la ventaja en el camino del Reino de
Dios. Porque vino Juan con el camino de la justicia, y no le creísteis; en
cambio, los publicanos y prostitutas le creyeron”.
La
viña es el Reino de Dios, el pueblo de Dios, el lugar donde se cultiva la
justicia, el amor y la misericordia. Trabajar en ella significa responder al
llamado de Dios con hechos: arrepentirse, creer, servir, amar al prójimo.
El
segundo hijo representa a los que aparentan religiosidad: dicen “sí” con
los labios, cumplen ritos externos, pero su corazón está lejos. No producen
frutos. Como los líderes religiosos de entonces, que conocían la Ley, pero no
se convirtieron ante Juan el Bautista.
El
primer hijo, en cambio, es como los pecadores públicos: al principio
dicen “no” con su vida desordenada, pero al escuchar la llamada, se arrepienten
y cambian. Sus obras demuestran su sí verdadero.
Hermanos,
esta parábola nos examina a nosotros hoy. ¿Somos del segundo hijo? ¿Decimos
“Señor, Señor”, vamos a misa, rezamos, ¿pero luego no vivimos la caridad,
la justicia, el perdón? ¿No trabajamos realmente en la viña: en nuestra
familia, en el trabajo, en la sociedad, ¿anunciando el Evangelio con hechos?
O
¿somos como el primero? Tal vez hemos dicho “no” a Dios en algún
momento de nuestra vida, pero ahora, en este Adviento, nos arrepentimos y vamos
a la viña con humildad.
El
mensaje es claro: Dios valora las obras, no solo las palabras. Como
dice el refrán: “Obras son amores, y no buenas razones”. Los humildes,
los que se convierten —como el resto de Sofonías—, entran primero en el Reino.
En
este Adviento, el Señor nos llama de nuevo: “Hijo mío, hija mía, ve
hoy a trabajar en mi viña”. No basta decir “sí” en la confesión o en la oración
si no cambiamos. Pidamos la gracia de la conversión verdadera: humildad
para reconocer nuestras rebeldías, confianza para refugiarnos en Él, y valentía
para producir frutos de justicia y misericordia.
Que
María, la humilde sierva del Señor, que dijo un “sí” total y lo vivió con
obras, nos ayude a trabajar fielmente en la viña del Señor. Así, cuando Él
venga, nos encuentre como ese resto fiel, apacentados en su paz. Amén.
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