Saber esperar
El
agricultor esperaba que la semilla creciera en lo secreto, y se convirtiera después
en árbol fuerte, en flor, en fruto. Esperaba la madre ansiosa la carta de su
hijo, de ese que había abandonado lo conocido para explorar nuevas tierras.
Esperaba la joven novia que el vendedor terminara la siesta vespertina para
comprar los zapatos blancos con los cuales caminaría hasta los brazos de su
amado. Esperaba el niño su programa favorito, una vez por semana. Esperábamos.
El pasado parecía marchar a otro ritmo. El tiempo parecía lento. El músculo de
la paciencia, de la espera callada, se ejercitaba a la fuerza de las circunstancias.
Había que esperar, inexorablemente. Sin embargo, la inmediatez, el eterno ahora
marcan hoy en día un ritmo distinto. Todo tiene que suceder en el momento. Las
semillas se modifican genéticamente para que las plantas produzcan su fruto en
menos tiempo. Las nuevas tecnologías permiten una comunicación rápida y
efectiva en tiempo real. Ya la madre puede escuchar la voz de su hijo amado y
conocer de sus esperanzas y necesidades sin la intermediación de cartero
alguno, sin sellos, ni cartas. Las tiendas abren todos los días, domingos, días
feriados, la siesta es para otros. Los niños pueden ver una y otra vez sus
programas favoritos, en cualquier momento, en cualquier lugar gracias al
internet y a los dispositivos electrónicos. Todo sucede ahora, cuando lo quiero
y deseo. No hay necesidad de esperar, ¿para qué hacerlo? Comida al minuto, noticias
al minuto, vida al minuto… La falta de espera nos ha hecho impacientes,
irritables e impulsivos.
Reflexionemos…
En la década de los sesenta, el psicólogo Walter Mischel[i] y sus colaboradores
desarrollaron una serie de experimentos
hoy conocido como “la prueba Stanford del malvavisco”. Investigaban la capacidad de los niños para
retardar la gratificación y los mecanismos involucrados. A los pequeños sujetos de este estudio se les
ofrecían golosinas, generalmente malvaviscos o que se les conoce en inglés “marshmallows”. Se les presentaba, entonces, un plato con este dulce. El experimentador
informaba, seguidamente, que debía retirarse del salón y, que si esperaba sin
comer el que estaba delante, a su regreso recibiría dos en lugar de uno.
Años
más tarde, tal establece Lehrer (2009)[ii], Mischel empezó a enviar
cuestionarios a los padres, profesores y consejeros académicos de los niños que
participaron en la serie de experimentos. Las respuestas de estos le
permitieron afirmar que aquellos niños que no habían hecho sonar la campana
rápidamente eran más proclives a tener problemas conductuales tanto en sus
hogares como en la escuela. Obtenían,
generalmente, menores puntajes en las pruebas escolares estandarizadas, tenían
dificultad para prestar atención y para mantener amistades.
Mischel
y otros investigadores han seguido estudiando más a fondo este fenómeno,
tratando de comprender mejor qué hace que algunas personas puedan esperar y
otras no. ¿Se trata solo de autocontrol? Al principio se llegó a pensar que sí,
sin embargo estudios posteriores retaron este paradigma, y permitieron
establecer la importancia de los factores ambientales en la capacidad retrasar
la gratificación. Uno de ellos fue el
realizado por Kidd y sus colaboradores[iii], quienes replicaron el
experimento de Mischel con algunos cambios. Observaron que los niños expuestos a
ambientes confiables y estables eran capaces de esperar más que aquellos que se
encontraban en ambientes poco predecibles. Si quienes interactúan con el niño honran sus
promesas, puede que aprenda que esperar vale la pena.
El
retrasar la gratificación es una destreza valiosa, necesaria, útil, que debe
ser enseñada tanto o más que historio o matemática. La capacidad de esperar
está asociada a una vida mejor.
Aprendamos a esperar, enseñemos a esperar. Tal como sugiere Mischel,
pequeños elementos en la rutina diaria pueden marcan la diferencia. Necesitamos
ciudadanos dueños de sí, que crecen libres en ambientes seguros y predecibles,
capaces y dispuestos a cenar para luego tomar el postre, dispuestos a jugar
solo después de hacer la tarea.
[i] Mischel, Walter; Ebbesen,
Ebbe B.; Raskoff Zeiss, Antonette , 1972, Cognitive and attentional mechanisms
in delay of gratification. Journal of
Personality and Social Psychology, Vol 21(2), Feb 1972, 204-218 tomado de http://www.viriya.net/jabref/cognitive_and_attentional_mechanisms_in_delay_of_gratification.pdf
[ii] Lehre, J. (2009)., Don’t!:
the secret of self-control. The New Yorker, 18 de mayo de 2009, tomado de http://www.newyorker.com/magazine/2009/05/18/dont-2
[iii] Kidd (2013), Rational snacking: young children's decision-making on
the marshmallow task is moderated by beliefs about environmental reliability, tomado
de https://www.ncbi.nlm.nih.gov/pubmed/23063236
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