Valor del mes |
P. Juan Tomás García, MSC
Corre la vida en el tiempo y, como quien no quiere las cosas, llegamos
a diciembre, Adviento, Navidad, fin del año y Año Nuevo. El valor del mes de
diciembre es Encuentro. Dios se encuentra con nosotros en la Encarnación de Jesús. De este encuentro
brotan innumerables episodios encontradizos y experiencias transformadoras, al
encuentro con Jesús. Encuentros voluntarios como el de Dios con nosotros,
encuentros involuntarios y encontronazos.
El valor del encuentro está en lo que produce en los encontrados. Es el
encuentro con Jesús. Dios siempre buscó a su pueblo, lo guió, lo custodió, y
prometió que le estará siempre cerca. En el Libro del Deuteronomio leemos que
Dios camina con nosotros, nos guía de la mano como un papá con su hijo. Esto es
enriquecedor. La Navidad es el encuentro de Dios con su pueblo. Y también es
una consolación, un misterio de consolación. Este año tenemos la necesidad de
vivir la Navidad de una forma distinta a todas las anteriores, en medio de la
pandemia y todas las secuelas de males que ha traído para la humanidad.
Navidad y
distanciamiento
Llevamos 9
meses hablando de la necesidad de mantenernos a distancia los unos de los otros
para evitar el contagio del Covid y así no ser causantes de muertes y
sufrimientos, especialmente, de personas mayores que son, mortalmente
vulnerables al virus. ¿Cómo celebrar la Navidad, sin encontrarnos y abrazarnos
como solíamos hacerlo? La Navidad es encuentro y compartir. Aún, distanciados, podemos
encontrarnos y celebrar la vida y valorarla. Podríamos decir, incluso, que estamos
ante una realidad en la que necesitamos, más que nunca, vivir el encuentro
solidario, amigo, consolador y creativo. No son pocos los que en este tiempo pandémico
se han acercado a los más vulnerables para animarlos de diferentes maneras. Los
tiempos difíciles, las coyunturas críticas, son también oportunidades de
mostrar nuestra sensibilidad.
Nuestros encuentros tendrán que ser de corazón, preocupados por resguardar la salud y no ponerla en riesgos en celebraciones populares y abiertas. Redescubramos el valor de vivir en familia este significativo período navideño
La Encarnación
de Dios en su Hijo Jesús, nos habla de la ternura y de la esperanza. Dios, al
encontrarse con nosotros, nos dice dos cosas. La primera: tengan
esperanza. Dios siempre abre las puertas, no las cierra nunca. Segunda:
no tengan miedo de la ternura, de la sencillez, de la humildad. Cuando los
cristianos se olvidan de la esperanza y de la ternura se vuelven una Iglesia
fría, que no sabe dónde ir y se distrae con ideologías, adoptando actitudes y
prácticas mundanas. Mientras la sencillez de Dios te dice: sigue adelante, yo
soy un Padre que te acaricia en lo profundo de tu ser. Ante el peligro que
paraliza la humanidad nos sentimos débiles y sin opciones aparentes para
reaccionar, pero Dios sigue preparando el mejor vino para nosotros y los otros.
Por esto la Navidad nos da tanta alegría. Y, aunque no podamos realizar grandes
reuniones familiares, comunitarias o eclesiales, no nos sentimos solos, Dios
descendió para estar con nosotros. Jesús se hizo uno de nosotros y nunca más
estaremos solos.
Encuentros callejeros
ruidosos, encuentros interiores y profundos
En nuestro ambiente se escuchan protestas en torno al estado de emergencia, el toque de queda sanitario, el confinamiento y la imposibilidad de los grandes encuentros que solemos convocar en épocas Navideñas. Pero la Navidad evoca la vida, es un nacimiento esperanzador, su celebración y recuerdo no puede poner en peligro la vida, y mucho menos la de los indefensos y más vulnerables. La Navidad que encontramos en los Evangelios es un anuncio de alegría responsable y sana. Los evangelistas describen la alegría de los ángeles al anunciarles la noticia del nacimiento a Jesús a los Pastores, de los pastores al encontrarse con María, José y el recién nacido. La Navidad es buena Noticia de la presencia de Dios en el mundo para salvarlo, alegría religiosa, alegría interior, de luz, de paz. Así que tendremos que hacer un esfuerzo especial para no dejar perder la alegría del Dios con nosotros.
Las dificultades personales, familiares y comunitarias, amenazan
con impedir el encuentro entre Dios y nosotros. La Navidad en este tiempo de pandemia,
de conflictos y de ambiciones generalizadas, es un llamado de Dios a emplearnos
a fondo defendiendo la vida y promoviéndola sin parar. Esta Navidad, en un
mundo afectado por tantos problemas sanitarios, crisis económica crecientes conflictos,
hace pensar en el amor incansable de Dios. Nuestros encuentros tendrán que ser
de corazón, preocupados por resguardar la salud y no ponerla en riesgos en celebraciones
populares y abiertas. Redescubramos el valor de vivir en familia este significativo
período navideño.
Acojamos la
promesa de la vida en abundancia
Superemos la
visión fatalista de la realidad, las coyunturas son pasajeras y no podemos
permitir que nos arrastren a las tomas de decisiones inmadura que empeoren
nuestra situación. Delante de nuestros aparentes fracasos, atraídos por los efectos de la
pandemia y su enfrentamiento, resuenan también hoy las palabras del profeta
Isaías: «Exulta de alegría, estéril» (Is 54,1), es decir, nosotros, que este
año no hemos logrado avanzar gran cosa. «No temas, pues no tendrás ya que
avergonzarte; no te sonrojes, pues no serás ya confundida» (Is 54, 4). Este
es el desafío que Dios lanza a nuestro
mundo, tan obstinado en mirarnos según nuestra medida o la de los
demás. Dios no se avergüenza de nosotros, de nuestra fragilidad, de nuestras
heridas, de nuestra pequeñez y condicionamientos. Esta es la «buena noticia»
que nos trae la Navidad. No
solo buenas palabras sino el encuentro con una realidad humana, integral, que
desafía al avance de la maldad y permite mirarlo todo desde la presencia
del Dios de la vida que nos ha prometido transformarlo todo a su imagen. Dios
se ha encontrado con nosotros para siempre. Encontrémonos entre nosotros y
compartamos nuestra esperanza en medio de la crítica realidad que atravesamos. ¡Feliz
encuentro navideño! ADH 851
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