Vaticano | Redacción ADH
Vencer el mal con el bien
Después de Navidad, en el día que la Iglesia celebra a San Esteban, el protomártir, el Papa Francisco recuerda a todos los que, incluso hoy, “sufren persecución por el nombre de Jesús” y “vencen al mal con el bien”. Es lo que Bergoglio, siempre didáctico, llama la parábola de la palmera: “Le tiran piedras y deja caer dátiles”. Por eso, invita a todos a ser “testigos que iluminan el alba de Dios en las noches del mundo”, porque “rompen la espiral del odio con la mansedumbre del amor” y “huyen de las sombras de las habladurías y los chismes”.
El Papa propone la parábola de la palmera: “Le tiran piedras y deja caer dátiles”, meditando en la fiesta del protomártir Esteban, “testigo de la luz”
Ayer el Evangelio hablaba de Jesús como «luz
verdadera» que viene al mundo, luz que «brilla en las tinieblas» y que «las
tinieblas no la vencieron» (Jn 1,9.5). Hoy vemos al testigo de Jesús, san
Esteban, que brilla en las tinieblas. Ni siquiera la Iglesia tiene luz propia.
Fue acusado falsamente y lapidado brutalmente, pero en las tinieblas del odio
hace brillar la luz de Jesús: reza por los que le están matando y los perdona.
Es el primer mártir, es decir, testigo, el primero de una gran multitud de
hermanos y hermanas que siguen llevando luz a las tinieblas: personas que
responden al mal con el bien, que no ceden a la violencia y la mentira, sino
que rompen la espiral del odio con la mansedumbre del amor. Estos testigos
iluminan el alba de Dios en las noches del mundo.
Papa,
en el ángelus
Pero,
¿cómo se convierte uno en testigo? Imitando a Jesús,tomando la luz de Jesús.
Este es el camino para todo cristiano: imitar a Jesús. San Esteban nos da el
ejemplo: Jesús había venido para servir y no para ser servido (cf. Mc 10,45), y
él vive para servir: se hace diácono, es decir, servidor, y sirve a los pobres
en las mesas (cf. Hch 6,2). Trata de imitar al Señor todos los días y lo hace
hasta el final: al igual que Jesús es capturado, condenado y asesinado fuera de
la ciudad y, como Jesús, reza y perdona. Dice mientras le apedreaban: “Señor,
no les tengas en cuenta este pecado” (7,60). Es testigo, porque imita a Jesús.
Sin
embargo, podría surgir una pregunta: ¿hacen falta realmente estos testimonios
de bondad cuando en el mundo se propaga la maldad? ¿Para qué sirve rezar y
perdonar? ¿Solo para dar un buen ejemplo? No, es mucho más. Lo descubrimos por
un detalle. Entre aquellos por los que Esteban rezaba y a los que perdonaban
había, dice el texto, «un joven, llamado Saulo» (v. 58), que «aprobaba su muerte»
(8,1). Poco después, por la gracia de Dios, Saulo se convierte y deviene
Pablo,el más grande misionero de la historia. Pablo nace por la gracia de Dios,
pero a través del perdón de Esteban. Esta es la semilla de su conversión. Es
una prueba de que los gestos de amor cambian la historia: incluso los pequeños,
ocultos, cotidianos. Porque Dios guía la historia a través del humilde valor de
quien reza, ama y perdona. Tantos santos de la puerta de al lado.
Es
válido también para nosotros. El Señor quiere que hagamos de la vida una obra
extraordinaria a través de los gestos de todos los días. En el lugar donde
vivimos, en familia, en el trabajo, en todas partes, estamos llamados a ser
testigos de Jesús, aunque solo sea regalando la luz de una sonrisa y huyendo de
las sombras de las habladurías y los chismes. Y, si vemos algo que no va bien,
en lugar de criticar, chismorrear y quejarnos, recemos por quienes se
equivocaron y por esa difícil situación. Y cuando surja una discusión en casa,
en lugar de intentar prevalecer, intentemos resolver; y empezar de nuevo cada
vez, perdonando a los que nos han ofendido. Pequeñas cosas, que cambian la
historia, porque abren la puerta a Jesús. San Esteban, mientras recibía las
piedras del odio, devolvía palabras de perdón. Así cambió la historia. También
nosotros podemos transformar el mal en bien todos los días, como sugiere un
hermoso proverbio que dice: «Haz como la palmera, le tiran piedras y deja caer
dátiles».
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