lunes, 4 de enero de 2021

Fraternidad y buenas vocaciones

La Familia | P. Alfredo de la Cruz Baldera

 


Familias y buenas vocaciones

 

Las buenas vocaciones crecen también en aquellas familias donde los padres asumen como su responsabilidad amarse y respetarse durante toda la vida. Este compromiso, asumido en plena libertad, debe transparentarse en la vida diaria como reflejo mismo del matrimonio entre Cristo y su Iglesia (Ef. 5, 25). Los hijos deben llegar a expresar exultante de gozo, aquella frase expresada por los no creyentes al ver el sentido de amor y caridad de los primeros cristianos “¡miren como se aman!” (Tertuliano). Viendo el amor entre los padres, los hijos aprenden a amar.

 

El amor entre esposos llama e invita a la vida. Es un amor que engendra la vida para la vida. Los hijos son el fruto agradable de la unión matrimonial entre un hombre y una mujer. Esta unión emana desde el principio de la creación (Ge. 9, 7). Sin esta unión amorosa el llamado de Dios al servicio consagrado no encontrará la tierra fecunda donde lanzar la semilla vocacional. El acto conyugal no es simplemente una unión física, sino más bien el modo por el cual la persona “se realiza de modo verdaderamente humano” (Familiaris Consortio, 12). El amor entre los esposos se transmite hacia los hijos, y a su vez este fluye hacia el amor entre hermanos.

 

La fraternidad motiva el deseo de vivir tanto la vocación matrimonial, como el de la vida consagrada

 

Y ¿qué decir del amor fraternal en el crecimiento de las vocaciones? Un clima de amor fraterno es el pie de amigo que necesita el joven llamado. Es conocido que el joven o la joven que vive en un ambiente fraternal crece con una afectividad sana y segura. Los hermanos bridan con su apoyo el espacio para compartir tristezas y alegrías, dudas y esperanzas. La fraternidad motiva el deseo de vivir tanto la vocación matrimonial, como el de la vida consagrada. Se cultiva el sabor de la convivencia fraternal, el cual, a su vez hace crecer la visión de una vida consagrada a los demás por amor. En el seno de la familia se expresa uno de los amores más puros: el de los hermanos, llegando incluso a convertirse en el modelo de amor al prójimo. Jesús mismo usó en muchas ocasiones la comparación del amor fraterno con el amor a Dios y lo hizo realidad convirtiendo dicho amor en amor hacia la comunidad. Jesús convierte en el amor en la única razón de perder la vida: “Nadie tiene un amor mayor que éste: que uno dé su vida por sus amigos (Jn 15, 13) y el fruto de esa entrega es la vida eterna (Jn 12, 24).


La familia como núcleo de vida y amor renueva en su día a día el compromiso del amor y la vida. Los padres engendran vida y ellos mismos van muriendo cada día por sus hijos y éstos a su vez, continúan dicha entrega desinteresada, ya sea al reino de Dios a través de la Iglesia viviendo la virginidad o el matrimonio (Familiaris Consortio, 11).

 

Tercera y última entrega de un artículo más extenso del autor, publicado en el semanario católico Camino (Diciembre 2020).

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