Mensaje de la
CLAR
Mensaje de la Presidencia de la CLAR
Jornada Mundial
de la Vida Consagrada
Queridas
hermanas y hermanos en el camino de seguimiento a Jesús:
Escribo desde
Salahonda, una isla del pacífico colombiano, habitada por comunidades
afrocolombianas, repletas de vitalidad y alegría, sin embargo, este rincón del
país está permeado por la violencia, la corrupción y la pobreza. Me encuentro
visitando y acompañando a cuatro religiosas, que comparten su cotidianidad con
la gente. Las veo empeñadas en caminar con su pueblo.
Desde aquí, se
hace claro que tenemos motivos para celebrar, el día de la Vida Consagrada.
Aquí, se percibe con mucha nitidez, cual es la misión sin tregua, a la que
estamos convocadas/os: Jesús se encarnó para hacerse expresión de lo que
significa existir humanamente, para mostrarnos la manera de relacionarnos en
condición de hermanas/os y para impulsarnos a “amar hasta el extremo”, esa es
sin duda nuestra misión, su modo es el nuestro.
Las noticias
que circulan por el mundo, no paran de evidenciarnos nuestra realidad, esa en
la que el mensaje y el proyecto de Jesús es cada vez más necesario. Vemos a los
más pobres emigrar, desplazarse, porque algunos “poderosos” han decidido que
existen fronteras y no somos iguales; contemplamos a otros acorralados por la
violencia, sumidos en la pobreza, sin recursos, sin oportunidades, ni
esperanzas. Nos enfrentamos a sistemas políticos y económicos permeados por la
corrupción y en los que el bien particular, prima sobre el bien común.
Escuchamos el grito de la tierra, que impotente resiste, a la soberbia de
quienes la acaban y envenenan…
Ante tanto
dolor, hambre, injusticia, corrupción y barbarie, tenemos la tentación de
convertirnos en pregoneros del miedo, el escepticismo y la desesperanza.
Fácilmente nos atrincheramos detrás de las pantallas y con pasividad de
espectadores repetimos las últimas noticias en los lugares en los que
cotidianamente nos encontramos. Damos cuenta con detalles y énfasis en las
cifras, de todo aquello que hemos visto y escuchado a través de tantos medios
de información y en muchas ocasiones de desinformación. Y sin darnos cuenta,
vamos cayendo en el pavoroso relato de un sistema al que le cuesta creer que
otro mundo es posible.
Ante la
experiencia de la enfermedad o la muerte de nuestras/os hermanos, las
exigencias de los Estados que
tantas veces obnubilan nuestros
horizontes apostólicos, la dificultad
para sacar adelante los proyectos encomendados, la experiencia vital de
los límites que trae la vejez, las fuerzas
que no alcanzan
o los recursos
que en algunos
contextos no terminan
siendo los suficientes o
necesarios… es posible que nos paralicen los datos, las estadísticas, el
siempre amenazador miedo al futuro.
Hoy más que
nunca, cuando la fuerza de la realidad y de los hechos parece implacable en su
impacto, tenemos que revestirnos de ESPERANZA. No se trata de negar la realidad
o de interpretarla con parámetros cargados de ingenuidad. Pero, sí, de leerla
desde la fe y de encontrar en ella, motivos para movilizarnos, organizarnos y
solidarizarnos. Los hechos son sin duda un lugar teológico y en ellos Dios nos
narra, el hacia dónde de su querer.
Nuestra vida,
tiene que estar al servicio de las víctimas, de los más afectados, de los
pequeños, de los enfermos y los más solitarios… de aquellas/os que requieren su
porción de esperanza y alegría.
Tenemos que
salir, dejar el sillón y la placidez de la pantalla. Debemos preguntarnos por
el “más” de nuestra entrega, en una realidad necesitada de testigos de la
esperanza. De mujeres y hombres que puedan y quieran ir más allá, salir,
pronunciar palabras que den vida, tener gestos que devuelvan la fe en el valor
de la bondad y la ternura.
Nuestra
esperanza tiene su fundamento en Jesús. Contemplarlo a Él y con Él orar la
realidad y acercarnos al acontecer personal,
comunitario, nacional y universal,
será nuestra manera de responder a una coyuntura que nos urge al valor
que se conquista en la relación; a la osadía que se aprende al lado de los más
pobres; a la alegría que nos contagian los niños que saben confiar en su padre;
a la libertad que hemos heredado de aquellos que supieron cambiar, desaprender,
transformarse al ritmo del Espíritu y ofrecer la vida hasta el martirio.
Que contemplar
la realidad y en ella, al Dios que siempre actúa, nos abra a la esperanza y nos
movilice a dar la vida con pasión evangélica.
María nos sigue
invitando a hacer todo lo que Él nos diga, su palabra nos inspira, nos sitúa en
salida, nos dispone en compañía, con otras/os, a ofrecer lo necesario para que
acontezca el cambio, la transformación. Para que podamos seguir celebrando como
pueblo, con consciencia eclesial, en sinodalidad y en un esfuerzo sostenido y
esperanzado, por mantener la alegría.
Que María de
Caná, la mujer atenta a la realidad y dispuesta al cuidado de los otros y de su
entorno, siga pronunciando palabras con fuerza para movilizarnos, que, como
Ella, sepamos poner la mirada en Jesús y escuchar lo que nos dice. Que, en su
compañía, caminemos con la consciencia de ser pueblo de Dios y nos dispongamos
para la transformación que acontece al ritmo de lo comunitario, cuando sumamos
esperanza y creemos que la acción del Espíritu hace posible que la fiesta se
prolongue.
En nombre de la
Presidencia de la CLAR, agradecemos a las consagradas y consagrados que, con
generosidad, entregan su vida en la geografía de América Latina y el Caribe.
Que en Dios encontremos siempre el sentido y el gozo que centre nuestra
existencia y nos conduzca a la ofrenda.
Nuestro abrazo
y oración,
H. Gloria
Liliana Franco Echeverri, ODN
Presidenta
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