Reflexiones | Gabriel Mª Otalora/Eclesalia
Ante la Semana
Santa
Entre
todas las semanas del año, la más importante para los cristianos es la llamada
Semana Santa, santificada precisamente por el acontecimiento que conmemoramos
en la liturgia y que no es otro que el amor extremo que Cristo manifiesta a
toda la humanidad, en presente continuo. La frase central para meditar durante
toda a Semana Santa sería esta: “Habiendo amado a los suyos que estaban en el
mundo, los amó hasta el final” (Jn 13,1). Antiguamente se le conocía como “la
semana grande” y la “Pascua en la cumbre” por constituir el centro y el corazón
cristiano de todo el año.
Hasta el
Concilio de Nicea (325 d.C.), la iglesia sólo celebraba el día de la Pascua,
que empezaba el sábado por la noche y concluía el domingo por la mañana, en la
que se conmemoraba la liberación del pueblo israelita de la esclavitud. Por
tanto, la Resurrección era lo esencial, la Buena Noticia. Luego se compensó
este mensaje finalista con el de la Cruz como la consecuencia inevitable de
seguir el camino de Jesús transmitiendo la Buena Noticia desde el ejemplo
(evangelización).
Pero la
cruz del negarse a sí mismo no significa legitimar las cargas religiosas
formalistas que agobian el alma (Mt 11, 29) y fomentan el miedo impidiendo la
paz auténtica que viene de Dios.
Podemos
distinguir dos o tres cruces, según se mire. La primera es la cruz humana que
se deriva de la existencia imperfecta y finita; ocasiona no pocos dolores sin
que hayamos hecho nada para ello. El mundo, el planeta Tierra, no es estático,
la naturaleza está viva, se transforma, ocurren terremotos, mil situaciones que
pueden provocar mucho sufrimiento por causas naturales. Nuestra propia
limitación humana hace el resto: vejez, enfermedades, fallos y accidentes
fortuitos. A lo que hay que añadir nuestras carencias capitales: envidias,
egoísmos de todo tipo, codicias, venganzas, calumnias…
La
segunda cruz, la verdaderamente cristiana, se puede dividir en dos: la que
Jesús nos pide para seguir implantando la Buena Noticia de que Dios es Amor a
través del ejemplo. Es lo que llamamos evangelizar o mostrar la Buena Noticia
quitando o aliviando las cruces de los demás; ofrezco consuelo, soy compasivo y
misericordioso, me pongo de parte del débil, no soy indiferente a las
injusticias, perdono de corazón y me implico con amor en los sufrimientos
ajenos.
La otra
parte de esta cruz cristiana tiene que ver con la actitud. Se trata de trabajar
nuestro interior para ser luz para otros; esto supone un verdadero esfuerzo
hasta el punto de que existen tiempos fuertes en la liturgia para trabajar en
ello: se llaman Cuaresma, conversión, cambio de actitud para predicar con el
ejemplo mediante la humildad y la oración que pide al Espíritu luz para saber
qué y cómo hacer y fuerza para hacerlo en lo cotidiano; es algo exigente si
queremos hacernos disponibles con amor, más allá de la filantropía. Igual que
resulta exigente para el deportista modelar su cuerpo antes de competir en
condiciones.
La
consecuencia suele ser la incomprensión e incluso la persecución: la cruz
cristiana no es, en absoluto, abandonarnos en nuestros sufrimientos, sino
trabajar para salir de ellos; no provocarnos dolores y sí realizar el esfuerzo
por vivir de manera confiada en Dios. Tomar la Cruz de Cristo es aceptar con
humildad lo que no podemos cambiar sin perder de vista los dones recibidos por
Dios con actitud agradecida. Abrirnos a los demás queriéndonos mejor es el
plan. Amar al prójimo “como a ti mismo” y ser egoísta son polos contrarios
pues, quien se quiere sanamente se acepta y valora, mientras que mirarse el
ombligo juzgando a los demás por su utilidad, se incapacita para amarse y amar
a los demás. Reconozcámoslo, es más fácil hacer sacrificios con privaciones,
aunque sean radicales, que ejercitarnos en el verdadero amor al prójimo, la
única cruz querida por Dios.
Esta es
la llave para sentir verdadera alegría, plenitud interior y la paz. Y en cuento
a las limitaciones sobrevenidas de la vida (enfermedades, fracasos…), Jesús nos
dejó un mensaje en forma de promesa: todo lo demás se nos dará por añadidura,
sin olvidar los mensajes consoladores de “pedid y se os dará” y “te basta mi
gracia”.
Ante la
Semana Santa del coronavirus, es necesario reflexionar en oración pidiendo luz
y fuerza. La fe pascual en el Resucitado alimenta nuestra esperanza sabiendo
que la vida ha vencido a la cruz, cualquiera que esta sea, transformada con
nuestra actitud en expresión del Amor, el verdadero protagonista de todo este
acontecimiento Pascual.
(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda
la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Promueve el diálogo y la comunicación usando un lenguaje sencillo, preciso y respetuoso...