Opinión | Padre William Arias
Coronavirus: Momentos de miedo y tiempo de gran
solidaridad
Desde hace un año en que comenzó todo esto de la
pandemia del coronavirus comencé a cuidarme y a seguir lo que los protocolos de
salud pedían e incluso, estuve en lugares de contaminación como clínicas y
hospitales continuamente con mi padre, antes de él morir, y nada pasó. Sin
embargo, entrado el 2021, sin saber dónde ni cómo, me enfermé de esta terrible
desgracia que le ha llegado a la humanidad.
La sintomatología fue simple, empecé a sentir
malestar corporal como el que da la gripe y una pequeña diarrea, nada más.
Pensé que era alguna gripe alérgica del momento o que algo que comí me cayó
mal, pero un médico amigo que me insistió y me hice una prueba de antígeno y
salió positiva, y ahí comenzó mi calvario con la covid-19.
Inmediatamente me comuniqué con mis dos amigos neumólogos,
los doctores Benjamín Hernández y Plutarco Arias (exministro de Salud Pública,
víctima del sistema obscuro nuestro), quienes me recomendaron el tratamiento
para estos casos, una cantidad apreciable de pastillas y la evaluación de rigor
con la prueba PCR, la cual confirmó la presencia del coronavirus en mí.
A los pocos días de tratamiento los síntomas
desaparecieron, y nada de los síntomas comunes como fiebre, dolor de cabeza,
congestión, dolor de pecho, pérdida del gusto y del olfato, nada de eso, dando
como resultado final un coronavirus asintomático. Inmediatamente tomé las
medidas de aislamiento, pedí a mi compañero de casa el P. Darinel irse a vivir
a otro lugar para que no se contagiara.
La señora que nos atiende, que ya tenía
experiencia cuidando enfermos de este tipo, me acompañó todos los días en la
preparación de la comida y demás. Y en esto se me fue prácticamente todo un
mes, que nunca recuperaré.
El asunto fue que al enterarme que estaba
contagiado, lo primero que hice fue avisar a la gente con quienes en esos días
había estado: mi familia y ellos hacerse la prueba, gracias a Dios negativos,
sobre todo mi madre, una persona mayor, pero angustias para ellos y para mí,
por lo incierto y terrible de la enfermedad en mí. En ese mismo instante
comenzó a darse una avalancha de mensajes vía whatsApp y llamadas de familiares,
amigos, hermanos de parroquias donde he estado, que su lectura y respuesta
hicieron que el tiempo se fuera volando.
Además, los test que me mandaban y otras cosas,
fueron grandes muestras de solidaridad y cariño que no esperaba y de lo cual no
me siento merecedor. Interesante fue ver cómo muchos de ellos se hicieron cargo
de muchas de mis obligaciones familiares, de trabajo y pastorales.
Por mi parte, pasaba el día rezando. Continué
dando mis clases, ya que la virtualidad lo permitía, celebrando solo la
Eucaristía, leyendo. Hice una especie de horario fijo de cada día, que viéndolo
bien fue como un retiro espiritual muy oportuno en esos días.
Aunque al principio hubo su miedo, éste
reapareció, junto a cierta angustia y frustración en los días que me sentía
mejor y al repetir la PCR se comprobaba que seguía presente el virus. Tuve que
hacerla cuatro veces. Llegué a pensar que rompería el record del italiano.
Pero, qué alegría, hasta las lágrimas, cuando vi ese NO DETECTADO en la hoja de
resultado del laboratorio.
Quiero darle gracias infinitas a Dios, a la Virgen
y a los santos por su solidaridad para conmigo en esos días a través de la
oración, y a todos mis familiares y amigos, mis médicos y hermanos en la fe que
supieron acompañarme: Dios les premie. Y hay que seguir cuidándose. Y
vacunarse, para vencer esta peste calamitosa que nos ha llegado.
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