Matrimonio y Familia | Diácono Julián Tavárez
El Matrimonio nace del
amor
El sacramento del matrimonio abre a la pareja humana
al amor de Dios y la une para siempre en Él. Esa fue la voluntad de Dios desde
el principio. En efecto, en el matrimonio hombre y mujer se encuentran, se aman
y se hacen uno para vivir su vida en el gozo y en la aflicción de cada día.
El matrimonio es una historia de alegría y de dolor,
de amor y de perdón, de realización mutua en un proyecto que involucra tal modo
de relaciones y fecundidad que les permite salir de sí mismos y darse hacia la
familia, la Iglesia y la sociedad. Si lo vemos muy ideal, recordemos que se
trata de un proyecto de vida, que se consigue en un proceso gradual con el
esfuerzo de la pareja, que la bendición de Dios los acompaña…
¿Qué sería del mundo si nos arrancaran el amor del corazón, si nadie nos amara, si todos nos sintiéramos como extraños?
La palabra amor es la más bella de lenguaje humano.
Amar es un proceso que en la pareja culmina en el matrimonio y la relación para
toda la vida. Amar es saber que nos queremos y nos aceptamos como somos, y que
vivimos la misma vida. ¿Qué sería del mundo sin el amor? un infierno donde la
ley del más fuerte se impondría, una jungla donde vivirían un número
incalculable de animales humanos, luchando por devorarse los unos a los otros.
¿Qué sería del mundo si nos arrancaran el amor del corazón, si nadie nos amara,
si todos nos sintiéramos como extraños?
Pero el amor se comprende no sólo hablando bien de la
palabra, o haciendo promesas sin capacidad de cumplirlas, o esperando ser
amados sin hacer el esfuerzo necesario para amar nosotros y encontrar una
realización mutua. Tenemos que hablar del amor más allá, preguntarnos qué es lo
más importante en el amar y con la conciencia de que somos las personas que
amamos y como dice el papa Francisco, lo hacemos con nuestras imperfecciones y
con ellas caminamos, avanzamos en el camino, alcanzamos metas y logramos la
felicidad.
El matrimonio es sacramento de amor por su propia
definición. En su entrega amorosa, el Señor hace de la relación de la pareja un
realidad tocada por la gracia, capaz de amor incondicional. Así podemos afirmar
que la relación de amor conyugal entre un hombre y una mujer es sacramento del
amor de Cristo por su esposa la Iglesia.
La relación amorosa matrimonial no es sólo un acuerdo
privado; no es tampoco un contrato entre dos personas, que genera derechos y
obligaciones. El amor conyugal para ser realmente signo sacramental tiene que
tener ciertas características: consciente y libre, capaz de donación, entre
hombre y mujer, fiel, total, fecundo.
Naturalmente que esa relación amorosa conyugal se
configura de forma progresiva en etapas: comienza como enamoramiento,
conocimiento, libre consentimiento; se encarna en la cohabitación y consumación
sexual y existencial. Requiere comunión de vida y amor entre personas adultas.
La experiencia de un amor así tiene una dimensión de
trasparencia y de transcendencia; remite a otra dimensión, insinúa una
superación de las propias limitaciones. Un amor así no debería terminar;
debería permanecer de manera continuada, para siempre, Está en su misma
entraña.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Promueve el diálogo y la comunicación usando un lenguaje sencillo, preciso y respetuoso...