Denuncia/Anuncio
| Gabriel Mª Otalora
Cantidad y calidad
El mandato de Jesús fue que
evangelicemos, es decir, transmitir la Buena Noticia con hechos de amor: id y
predicad; haced esto en memoria mía; envió a otros 72… El anuncio de la Palabra
y el ejemplo de una fe con obras, tiene como objetivo vivir el Evangelio en
nuestra propia vida y mostrar al Dios de Jesús a quienes no le conocen. Que por
algo nos ha revelado gratuitamente la fe para ser sus manos, anuncio para
otros. Durante muchos momentos de la historia hemos interpretado que la
cantidad es más importante que la calidad, posiblemente porque se
institucionalizó que “fuera de la Iglesia no haya salvación”. Mejor hubiera
sido poner a Cristo y a su amor en medio de todo siguiendo la máxima evangélica
“quien no está contra mí, está conmigo” (Mc 9, 38-39 y Lc 9, 49-50).
El Papa Francisco, en su visita a Marruecos, donde
apenas llega al 0,1% el número de cristianos, ha puesto el dedo en lo esencial
afirmando que no es un problema de número: lo preocupante no es lo poco
numerosos que seamos, sino lo insignificantes en el sentido de ya no ser
fermento, vacíos de significado para los demás. Bien cerca de Marruecos, a lo
mejor todavía somos muchos, pero quizá nuestra débil luz poco consecuente no alumbra
a nadie o es una sal insípida que ha perdido el mejor sabor a Evangelio.
Seamos auténticos en nuestra vida de fe como anillas de una gran cadena y el Espíritu hará maravillas con ella
Ante tanto desánimo, agravado por la pandemia, la
institución eclesial no es ni debe ser el centro de todo, sobre todo cuando
manifiesta una preocupante incapacidad de autocrítica, a pesar de que cada año
reducimos el número oficial de creyentes y la Iglesia como comunidad Pueblo de
Dios sigue muy debilitada. Entre otras cosas, la institución eclesial no es lo
principal porque su misión es estar al servicio precisamente de lo que sí es
esencial: vivir la fe en Cristo y contagiar esta experiencia a los demás en el
día a día como una comunidad de creyentes. Por esto suelo criticar
periódicamente la superestructura vaticana en forma de Estado que, por más que
algunos lo defiendan, es un andamiaje de poder humano que para nada buscó
Jesús. Al contrario, él vivió de manera sencilla cercano a los marginados y
siendo crítico con aquel poder religioso de entonces porque deformaba el rostro
de Dios Amor.
Como dijo Dietrich Bonhoeffer, el Dios revelado en
Jesucristo “pone del revés las ideas sobre Dios de una religiosidad general” (y
resulta así más temible que ese dios “genérico” que es para todos, pero sobre
todo para los poderes religiosos). Los cristianos, pues, en esta sociedad laicista
estamos para convencer con nuestro propio testimonio de obras de amor a Dios y
a los hermanos, más que para vencer y ser mayoría en lugar de buena levadura
amasada en la humildad.
En plena Pascua de Resurrección, somos la luz de
Cristo crucificado ante tantas cruces tremendas e incomprensibles que ansían
esperanza y un sentido en medio del sufrimiento que solo puede dar el Amor con
mayúscula. Si nos preocupamos de ser una gran masa que ocupemos todos los
espacios, primaremos la cantidad a toda costa en detrimento de la calidad;
Francisco dixit. Seamos auténticos en nuestra vida de fe como anillas de una
gran cadena y el Espíritu hará maravillas con ella. Sin olvidar que Jesús de
Nazaret no vio el éxito de su misión; murió aparentemente fracasado mientras
Caifás, Pilatos y el Sanedrín continuaron a lo suyo. Pero el fermento del
Crucificado no murió, sino que dio fruto abundante.
Primero calidad, cada cual haciéndose resurrección
para las cruces de los demás. La cantidad con calidad vendrá por añadidura, de
la mano del Espíritu. Abrámonos a Él con verdadera confianza en este tiempo
pascual hasta su gran fiesta de Pentecostés.
Publicado en> gabriel.otalora@outlook.com | Eclesalia
Informativo.
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