Vida Religiosa |
Adolfo Nicolás, SJ
Distracciones de nuestro tiempo
Hace unos años, durante el pontificado del Papa
Benedicto XVI, el Superior General de la Compañía de Jesús, Adolfo Nicolás,
esbozó algunos puntos para una posible carta a los jesuitas. Aunque nunca
escribió esta carta, compartió estos puntos con algunos amigos. El siguiente
texto, aunque aún no refinado e informal, expresa claramente la dirección de su
pensamiento. El P. Nicolás había autorizado su publicación.
Distracciones
de los medios y del mercado: aparatos, internet…
Estas distracciones son las más comunes y las más
fáciles de detectar. Están justo delante de todos nosotros, y pocos de nosotros
podríamos reclamar inmunidad total o parcial frente a ellas. Por lo tanto, no
son las más peligrosas. Ciertamente necesitamos estos medios y algunos de los
aparatos. Esta no es la pregunta. Pero, ¿por qué sentimos que somos de alguna
manera inferiores si no estamos actualizados en ellos? ¿Por qué nos sentimos
tan mal siendo diferentes? ¿Por qué es tan importante para nosotros ser
aceptados, ser parte del equipo?
Tal vez seguimos distraídos porque ya no decidimos
más. Hemos permitido que los medios definan una nueva ortodoxia, un nuevo canon
de “verdad”, que ya no es la verdad, sino una opinión pública intencionalmente
construida y acrítica. La forma en que se desarrolla la nueva cultura de la
información nos confronta con opciones básicas. ¿Queremos información o
comprensión? ¿Velocidad o profundidad? ¿Centrarse en Cristo o navegar por la
Web? Sé que éstas no son opciones exclusivas, y ninguno de nosotros soñaría con
considerarlas así, pero pueden volverse tan reales en nuestra vida no atenta
como cualquier otra distracción.
Distracciones de la superficialidad en el ámbito
religioso
Estas son distracciones que nos afectan
particularmente a los jesuitas, dada nuestra larga formación intelectual. Nos
afectan cuando nuestro crecimiento intelectual no termina en oración,
adoración, ministerio. Son particularmente inquietantes porque suceden dentro
de la Iglesia y dentro de su vida de fe. Tendemos a pensar que lo que no encaja
con mis teorías no tiene significado; que si no puedo encontrar el “sentido” es
un “sin sentido”. Y somos bastante intolerantes con los disparates. Luego
adoptamos la típica postura inmadura de “todo o nada”, convenciéndonos de que
“si no estoy de acuerdo, no tiene sentido”.
San Ignacio salió al paso de esta tendencia con
sus reglas para sentir con la Iglesia. No le preocupaba lo que tenía sentido
para él, sino lo que tenía sentido para la gente, la gente sencilla de su
tiempo, los fieles sencillos en la Iglesia. Tendemos a alardear a veces: “Nunca
elogio lo que no me gusta”. Ignacio nos dice que alabemos todo lo que ayuda a
las personas en su devoción, su oración, su sentimiento de cercanía con Dios y
su Iglesia. Sus reglas tienen un fuerte color y enfoque pastoral. En ellas,
Ignacio nos dice que no nos distraigamos con nosotros mismos, con nuestras
ideas, nuestros gustos y disgustos, nuestras opiniones y teologías, sino que
consideremos a las personas caminando y viviendo en la presencia de Dios.
Olvídate de ti mismo y defiende la vida de estas personas.
Los grandes jesuitas me parecen hombres de una
pieza: enteros, dedicados, consistentes, bien orientados y no distraídos en lo
más mínimo. Una mirada más cercana a nuestra historia jesuita puede ayudarnos.
Todos estamos muy orgullosos, y con razón, de nuestra historia y de los grandes
hombres que la llenan. Cuando los miro desde la perspectiva de nuestras
distracciones, lo que me sorprende de todos ellos es su total dedicación a su
vocación y su misión. Son personas que han dado todo y permanecen bien
orientados hacia el objetivo final de su autodonación: Dios y el servicio de su
Reino. Llevaría demasiado tiempo desarrollar cómo cada uno de ellos realizó
este compromiso totalmente concentrado.
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