viernes, 18 de junio de 2021

Aporofobia, rechazo al pobre


Cultura y Vida | Jesús Conill






Aporofobia, rechazo al pobre

 

El rechazo al pobre se conoce hoy como aporofobia, que se compone de las palabras griegas: “áporos”, pobre, sin salidas, escaso de recursos, y “fobia”, temor. De modo que el término “aporofobia” serviría para nombrar un sentimiento difuso, y hasta ahora poco estudiado, de rechazo al pobre, al desamparado, al que carece de salidas, al que carece de medios o de recursos.

 

No marginamos al inmigrante si es rico, ni al negro que es jugador de baloncesto, ni al jubilado con patrimonio:  a los que   marginamos es a los pobres

 

Esta novedosa palabra aparece por primera vez en una serie de publicaciones que la filósofa y catedrática Adela Cortina viene realizando desde mediados de la década de los noventa. La profesora Cortina ha propuesto el uso de esta palabra para poder dar nombre a una realidad que hasta ese momento no lo tenía. Porque se habla mucho de la “xenofobia”, que es el rechazo al extranjero, pero no se disponía del término adecuado para referirse la actitud que, a su juicio, es la verdadera clave de muchas conductas indeseables que se producen en nuestras sociedades opulentas del Norte.

 

La verdadera actitud que subyace a muchos comportamientos supuestamente racistas y xenófobos no sería, en realidad, la hostilidad a los extranjeros, o a las personas que pertenecen a una etnia diferente a la mayoritaria, sino la repugnancia y el temor a los pobres, a esas personas que no presentan el “aspecto respetable” de quienes tienen cubiertas sus necesidades básicas. En efecto, “no marginamos al inmigrante si es rico, ni al negro que es jugador de baloncesto, ni al jubilado con patrimonio: a los que marginamos es a los pobres” (Cortina 1996: 70).

 

La aporofobia consiste, por tanto, en un sentimiento de miedo y en una actitud de rechazo al pobre, al sin medios, al desamparado. Tal sentimiento y tal actitud son adquiridos. La aporofobia se induce, se provoca, se aprende y se difunde a partir de relatos alarmistas y sensacionalistas que relacionan a las personas de   escasos recursos con   la delincuencia y con una supuesta amenaza a la estabilidad del sistema socioeconómico.

 

Sin embargo, un análisis riguroso de   los datos disponibles nos muestra que   la mayor parte  de  la delincuencia, y la más peligrosa, no procede de los sectores pobres de la población, sino de   mafias bien organizadas que controlan una   inmensa cantidad de recursos. Y resulta tan sarcástico que se considere a los pobres como una amenaza al sistema socioeconómico como lo sería acusar a las víctimas de la violencia de ser los causantes de esa misma violencia.

 

Ahora bien, no resulta difícil para los poderes fácticos presentar a los pobres como   los culpables de   cualquier problema social, puesto que   la situación de debilidad que atraviesan les impide, por definición, toda defensa frente a la calumnia.  De este modo, se produce un fenómeno que podríamos denominar “el círculo vicioso de la aporofobia”:  los colectivos desfavorecidos son acusados a menudo de conductas delictivas (robo, prostitución, tráfico de drogas, actos violentos, trabajo ilegal, etc.)  y esta mala imagen dificulta su posible integración en la sociedad, con lo cual se prolongan sus dificultades y en algunos casos la desesperación los lleva a cometer algún acto ilegal, de manera que se termina por reforzar la mala imagen y así sucesivamente.


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