viernes, 18 de junio de 2021

Cultivar la paciencia en la familia


Matrimonio y Familia | Andrea Safier

 

El amor en el matrimonio desde Amoris Laetitia:
 


Cultivar la paciencia en la familia

 

Hablar del evangelio del matrimonio y la familia supone detenerse para considerar el amor, pues como dice el Papa en Amoris Laetitia, “no podremos alentar un camino de fidelidad y de entrega recíproca si no estimulamos el crecimiento, la consolidación y la profundización del amor conyugal y familiar”. Podríamos hacer grandes cosas en la fe y para los demás, pero “si no tengo amor, no soy nada”. Y con el texto de Pablo en 1Co 13, 2-3, encontramos un texto que nos haga del verdadero amor, como lo presenta el Apóstol de los Gentiles.

 

“Esto se vive y se cultiva en medio de la vida que comparten todos los días los esposos, entre sí y con sus hijos. Esto se vive y se cultiva en medio de la vida que comparten todos los días los esposos, entre sí y con sus hijos. Por eso es valioso detenerse a precisar el sentido de las expresiones de este texto, para intentar una aplicación a la existencia concreta de cada familia” (AL 90).

 

El amor es paciente, es servicial

El sentido de la paciencia proviene de la traducción griega del Antiguo Testamento, donde dice que Dios es «lento a la ira» (Ex 34,6; Nm 14,18). Como actitud de la persona, se manifiesta en la capacidad de no dejarse llevar por los impulsos y evitar la agresión. El Dios de la Alianza revela de sí esta cualidad a la que somos llamados a vivir y cultivar en nuestras relaciones humanas.

 

El trasfondo de los textos en los que Pablo usa la palabra paciencia está en el Libro de la Sabiduría. No se trata simplemente de que Dios se aguante ante el pecador o sea justo en su veredicto, sino que, al mismo tiempo que se alaba la moderación de Dios para dar espacio al arrepentimiento, se insiste en su poder que se manifiesta cuando actúa con misericordia (AL 92).

 

Qué no es la paciencia

El número 92 de Exhortación apostólica postsinodal lo explica: No significa ser pasivos ante el mal ni permitir abusos a nuestra dignidad humana: “Tener paciencia no es dejar que nos maltraten continuamente, o tolerar agresiones físicas, o permitir que nos traten como objetos”.

 

No pretender la perfección en nuestras relaciones familiares, no esperar que se cumpla nuestra voluntad, poniéndonos como ejes de la vida familiar: “El problema es cuando exigimos que las relaciones sean celestiales o que las personas sean perfectas, o cuando nos colocamos en el centro y esperamos que sólo se cumpla la propia voluntad.

 

Si así nos comportamos, de ninguna manera seremos personas cuyo amor refleje la paciencia del que ama, la amabilidad que ella supone. Cuando así ocurre, “Entonces todo nos impacienta, todo nos lleva a reaccionar con agresividad.

 

En la vida familiar, cultivar la paciencia

Muchas de nuestras virtudes y cualidades humanas requieren esfuerzos para alcanzarlas. Y una sana relación, en la búsqueda de construir una familia real, en camino de realización, conlleva cultivar la paciencia, hay que abonar el terreno y sembrar la semilla con clara conciencia de la responsabilidad que tenemos para alcanzar esa expresión del amor que es la paciencia.

 

Cuando no cultivamos la paciencia, qué ocurre

Conocemos muchas familias que, en su experiencia comunitaria, lejos de transformarse hacia una vida familiar de valores, principios cristianos y presencia social, se tornan desorganizadas, intolerantes y su hogar no refleja la bondad de ser familia.

 

“Si no cultivamos la paciencia, siempre tendremos excusas para responder con ira, y finalmente nos convertiremos en personas que no saben convivir, antisociales, incapaces de postergar los impulsos, y la familia se volverá un campo de batalla”. Por eso, la Palabra de Dios nos exhorta: «Desterrad de vosotros la amargura, la ira, los enfados e insultos y toda la maldad» (Ef 4,31).

 

Reconocer y aceptar las otras personas

Esta paciencia se afianza cuando reconozco que el otro también tiene derecho a vivir en esta tierra junto a mí, así como es. No importa si es un estorbo para mí, si altera mis planes, si me molesta con su modo de ser o con sus ideas, si no es todo lo que yo esperaba. El amor tiene siempre un sentido de profunda compasión que lleva a aceptar al otro como parte de este mundo, también cuando actúa de un modo diferente a lo que yo desearía.


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