Las
razones del corazón | Manuel Soler Palà, msscc
Del fallecido padre Manuel Soler, reflexión de 2017
Faltan
preguntas
El
ciudadano se hace hoy en día un montón de preguntas. Qué casa comprar, cómo
decorarla, dónde almorzar, a quién visitar, cómo aumentar los ingresos... Pero
se trata preguntas de utilidad inmediata. Las preguntas con mayúscula, el gran
porqué de los pequeños porqués parecen dejarle indiferente.
No cuesta
mucho demostrarlo. Basta con examinar cómo se desarrolla la vida de quienes nos
rodean. La fábrica para satisfacer la necesidad (y el ansia) de la ganancia. La
casa para satisfacer los sentimientos amorosos hacia el cónyuge o los hijos.
Estos ejes bien lubrificados por pequeñas ambiciones materiales: comprar un
coche nuevo, una televisión en color, renovar los muebles, etc.
Nuestra rutina de cada día
La misma
ausencia de preguntas decisivas desde otro ángulo. Un domingo por la tarde
paseando por un barrio cualquiera: hay quien se dedica a limpiar el carro con
gestos casi rituales, otros cuidan sus animales de pata o de pluma. Cuando se
añaden un par de horas seguidas de ocio ya hay que buscar un entretenimiento
más sustancioso: el cine, el baile, las visitas.
Y aún más
pruebas. Ahora en verano, en cualquier lugar donde el turismo se concentra y
masifica, esta impresión se agiganta. Las playas calientes, repletas de cuerpos
perezosos, son escenarios que aparentemente no ayudan a formular las grandes
preguntas. Como tampoco parecen invitar mucho los fulgores de las discotecas
que hacen un guiño a los peatones, ni las terrazas de los bares ocupadas por un
personal exótico y despreocupado.
Un
engranaje perfecto. La satisfacción maciza de quien no anhela ni conoce otros
horizontes. Un mundo cerrado como un antiguo castillo al que resulta muy
difícil abrir una grieta porque hay guerreros bien preparados con el fin de
escupir cualquier ataque. Sus nombres: la evasión, el chateo, la enorme ventana
de internet, las redes sociales, la atrevida ignorancia del que piensa
sabérselas todas.
Más allá
de las preguntas fragmentarias (cómo funciona esto, cómo se organiza aquello,
que me ofrece tal aparato) parece que los interrogantes se desvanecen. Ir con
la cuestión del sentido de la vida, la cuestión de Dios en ciertos ambientes...
es como hacer propaganda de ropas enlutadas por entre el personal de un campo
de nudistas. Ésta es la sensación. Para una mayoría de ciudadanos el espíritu,
la oración, los valores perennes, devienen anacrónicos y utópicos en el sentido
más literal.
Mucha
gente rechaza apoyarse en el cuello del pozo donde reposan las aguas más
profundas. Tal vez tienen el vientre hinchado de líquidos superficiales. Su
respuesta es, sin embargo, un poco insolente. Dicen que el pozo está agotado. O
sea, que la cuestión del sentido de la vida ha perdido todo el interés y que no
logra hacer pensar a nadie.
Sinergias, costumbres y desidias
Estas
consideraciones no pretenden desembocar en una conclusión barata y moralísta,
como, por ejemplo: todo espíritu debe ser inquieto, entonces se preguntará por
el sentido de la vida y, finalmente, encontrará a Dios, su autor. No. Quieren
significar que un espíritu no masificado, ni desbravado se debe hacer preguntas
sobre el sentido de la vida y sobre Dios. Las respuestas tal vez sean de tono y
de signos muy variados. Pero ésa ya es otra cuestión.
Más
preocupante resulta que los que han dado una respuesta formal positiva a la cuestión
del sentido, de Dios, de la fe, tampoco profundicen gran cosa. Con demasiada
frecuencia quien dice tener fe, ser católico —una vez bautizado— se deja
conducir por los carriles de la costumbre: las fiestas, las imágenes, algún
canto religioso, alguna glosa de carácter popular, determinadas promesas
marianas… La presión sociológica ya no abandona hasta la sepultura. Es cierto
que nuestro hombre también se rasca el bolsillo al pasarle la bacina por
delante y que celebra la fiesta del patrón ... En cuanto a preguntas… más bien
pocas.
Esta
nefanda ausencia de preguntas es abrumadora. Los grandes personajes bíblicos
interrogaban arrebatados, se dirigían a Dios con toda la fuerza de su drama
interior, de su disconformidad. Y no hacían preguntas convencionales, aptas
para reuniones de sobremesa. Se dirigían a Dios con estos términos: "¿Por
qué te callas?, ¿Por qué duermes?, ¿Por qué me has hecho salir de las entrañas
de la madre?" Y Jesucristo, a su Padre: "¿Por qué me has
abandonado?"
El clamor
de estas voces es mucho más llevadero y más humano que el silencio total. O que
las pequeñas, menguadas preguntas que buscan la utilidad inmediata.
Publicado
en la revista impresa de Julio 2017 /N° 814
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