Matrimonio y Familia | Bonifacio
Fernandez
Fidelidad, hipotecar el tiempo
La viva es breve. El tiempo es oro. El tiempo
huye. En nuestro tiempo vivimos de manera acelerada. El tiempo es escaso.
Procuramos estirarlo, llevados de la enorme cantidad de estímulos que solicitan
nuestra dedicación y tiempo.
En la medida en que el espacio de la vida se
acorta a esta vida mortal, en esa misma medida se incentiva el activismo. No
hay que perder oportunidades de experimentar cosas, de hacer descubrimientos y experiencias.
Por un lado, el trabajo se hace más exigente y absorbente. Todo el tiempo que
le dediques es poco. Por otro, la sociedad del consumo nos despierta y estimula
un sinfín de deseos. Requieren satisfacción inmediata para dar lugar a otros
nuevos deseos.
El resultado de esta aceleración es que resulta
muy difícil introducir algo nuevo en el horario y ritmo semanal. Suelen
terminar sobrando los tiempos que, siendo reconocidos como muy importantes, son
menos urgentes: tiempos para el diálogo en pareja y en familia, tiempo para
escucharse mutuamente, para estar juntos, para orar, para visitar y acompañar a
los mayores…
En esta situación no es fácil hipotecar el tiempo.
Las palabras “siempre” y “jamás” están fuera de uso. La promesa del futuro nos
asusta. Da miedo vincular el tiempo de la vida con una hipoteca a los 15 años,
a los treinta años. La cultura secular actual nos recuerda constantemente que
la vida es breve. Es cierto que vivimos más tiempo cronológico. Pero el tiempo
se ha concentrado. La vida eterna ha desaparecido del horizonte de muchas
personas. La felicidad se juega en el abreviado tiempo presente. Se desencadena
una lucha sin cuartel por sacar todas las melodías que la vida puede dar. Nos
explotamos a nosotros mismos. Queremos vivir muchas vidas en una sola. Por eso
andamos a carreras. La presencia de la muerte es ignorada e inaceptable. Puede
dar al traste con todos nuestros anhelos de vivir.
La realidad social que vivimos afecta a todas las
formas de relación. La fidelidad se ha vuelto necesario, pero difícil. La
relación de amor conyugal, de amistad, de compromiso vocacional pasa por
distintas etapas. Se pone de relieve su fragilidad antropológica. La visión
cristiana entiende que la relación conyugal es sacramental: remite más allá de
sí misma. La fe plenifica y confiere solidez a la realidad humana que es la
relación de amor. Por eso es una buena noticia.
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