Evangelizar | Alexis Cifuentes
Aprender a escuchar
En la teoría de la comunicación distinguimos dos
polos: el emisor y el receptor. Cuando transmitimos un mensaje (emisor)
esperamos una reacción de quien lo recibe (receptor) y a su vez puede emitir un
mensaje. Esto significa que en el proceso de la comunicación los participantes
son al mismo tiempo emisores y receptores. Un fallo primario de la comunicación
es que uno transmita un mensaje y receptor solo puede recibir, pero no puede o
no tiene derecho a responder. Si el proceso respeta las normas de la
comunicación, los dos polos interactúan.
Para lograr esa comunicación de retorno, los
participantes necesitamos mantener la atención del mensaje que recibimos. Para
comenzar, ponerse en actitud de silencio y acogida. Callarse para escuchar.
Eliminar los ruidos que impiden recibir y emitir dentro del contexto de la
comunicación.
Hoy que avanza la tecnología en el área de las
comunicaciones interpersonales y sociales, se enfatiza aprender a escuchar. No
todos hemos cultivado esa capacidad que está en nosotros y que abre a los
caminos de la simpatía, la empatía, el respeto por quien se comunica. Escuchar
terminará siendo un arte que no estará en las manos de todos, si no aprendemos
con mucho interés a situarnos en actitud de escucha.
Se verifica con frecuencia que muchas personas están
oyendo a quien les habla, pero no están atentos al mensaje que se le comunica,
ni interesados por la persona que emite su mensaje. Peor aún, muchas personas
mientras el otro habla, van elaborando sus propias respuestas o reacciones y al
final se da lo que llamamos un “diálogo de sordos”. La persona se centra en lo
que va a decir, antes de recibir el mensaje y comprenderlo.
Un malestar de nuestra cultura es el ruido. Todo lo
que entorpece la comunicación se le llama “ruido”. Para admirar los detalles de
una ciudad puede haber obstáculos: tráfico vehicular desordenado, acumulación
de basuras, publicidad exagerada incluso que afea lugares para ver o
fotografiar. Cualquier realidad física, auditiva, visual que no permite
escuchar y responder, la consideramos ruido para la comunicación.
En la vida espiritual también experimentamos muchos
ruidos para comunicarnos. Puede ser que el momento de oración no esté centrado
en la presencia del Señor que entra en nuestra intimidad, y seamos nosotros los
que hablamos, pedimos, nos quejamos, sin tiempo para escuchar al que está con
nosotros. Los afanes de la vida nos distraen y a veces entramos al lugar
ubicado para el silencio y la meditación, y seguimos pensando en la actividad
que tendremos luego o en un problema que resolver ese mismo día… Hay que callar
para escuchar la voz de Dios. Hay que aprender a leer sus mensajes en los
ambientes de la vida.
La persona que se educa en el arte de escuchar no solo
es capaz de acoger lo que el otro dice, también puede percibir lo que no se
dice en esa comunicación. Detrás del mensaje está la persona comunicándose de
manera verbal y corporal. Se aprende a escuchar más allá de las palabras y a
interpretar gestos y reacciones que dicen mucho más de lo que verbalmente se ha
expresado. A este punto está claro que hay que entrar en la escuela de la
escucha, pues nos conduce a la acogida, al respeto mutuo, a la empatía.
Con el tiempo, nuestro grado de madurez mental se
expresa por esa capacidad de saber escuchar y dejar hablar. Entramos a niveles
mucho más profundos que decir cosas. Se puede afirmar que nos decimos mientras
somos más capaces de interactuar y dejar revelarse dimensiones afectivas y
espirituales que acompañan la capacidad intelectual.
Es importante valorar la comunicación más allá de las
técnicas comunicacionales y las tecnologías que nos introducen en espacios de
comunicación grupal, de masas. No se trata de hablar bonito siempre o de callar
y no comprometerse.
La fe cristiana responde a una revelación de Dios,
quien se ha comunicado con nosotros, se ha revelado en su Hijo Jesús como vida
y amor, misericordia y justicia, para caminar con nosotros y establecer una
relación de amor. Dios ha creado por amor y el amor se hace así la fuente mayor
de su conocimiento. El mismo Jesús nos indica que el que ama conoce al Padre.
La relación social y el núcleo interpersonal de la comunicación, transmiten el
Misterio en las vivencias de la vida. Nos ponemos a la escucha para hacer
itinerario de vida, que nos conducirá a la fraternidad y a la construcción de
relaciones sanas, fraternas, solidarias. Aprender a escuchar es recuperar todo
lo humano donde se revela Dios.
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