Ecología del Espíritu | José Cristo
Rey García Paredes
El profeta humilde y demonizado
Hubo personas que enseguida creyeron en Jesús: el
Centurión, la madre cananea, la hemorroísa… Hubo personas que lo hicieron
paulatinamente: los discípulos, a quienes Jesús reprochaba su “pequeña fe”
(micro-pistía – en griego). Hubo toda una generación en Israel y en su mismo
pueblo que no creyó en El. No demos por supuesta la fe en Jesús por el mero
hecho de ejercer un ministerio eclesial, pertenecer a una comunidad cristiana,
religiosa, a un movimiento cristiano. Quizá formemos parte del “pueblo rebelde”
al que se refería Ezequiel, o del pueblo de Jesús que lo despreció y
“demonizó”. ¡Lo que entonces ocurrió puede ocurrir también hoy!
Incredulidad creciente
- El evangelista Marcos muestra -en los primeros capítulos de su Evangelio- que:
- la fe del pueblo en Jesús iba creciendo de día en día;
- la incredulidad y oposición ante Jesús iba en aumento por parte de las autoridades (fariseos, escribas, sacerdotes); decían que Jesús actuaba movido por Beelzebú, el príncipe de los demonios;
- además, según Mc, hasta la familia de Jesús,
participaba de la incredulidad, pues pensaban que “estaba fuera de sí”.
- El mismo Jesús se extrañaba de tanta falta de fe… hasta en su pueblo… hasta en su familia… hasta en su casa.
- Los paisanos de Jesús no cuestionaban la sabiduría
y el poder de las manos de Jesús: únicamente cuestionaban el origen de esos
poderes: ¿de Dios, o del mal espíritu?
- Ellos optaron por la segunda opción: ¡Jesús no era digno de fe
Jesús no amenaza
- El Jesús -que pide adhesión y fe-,
- no amenaza, no tiene un mensaje condenatorio hacia
su gente;
- simplemente proclama que: “el Espíritu de Dios
está sobre mí, me ha ungido, me ha enviado a anunciar la buena noticia a los
pobres…”,
- anuncia bienestar, liberación, tiempo de gracia”;
- no condena: ofrece soluciones. No solo habla.
También “sana”.
¿Diagnósticos sin terapia?
También hoy tenemos una tendencia a “demonizar”.
Hay dossieres e informaciones que se utilizan para quitarle valor al mensaje y
a las acciones de los profetas. Basta propalar un defecto, extender una
crítica, para “descalificarlo”.
En este momento, prevalece entre nosotros, los
cristianos occidentales, una profecía de la denuncia, de la condenación, que
parece excesiva. Los profetas oficiales detectan los males de la sociedad con
pormenorizados análisis; dicen incluso que esta sociedad postmoderna está moribunda.
Esos terribles diagnósticos, no van acompañados de gestos terapéuticos, porque
faltan las “manos” que curan; no gozan de credibilidad ni atractivo los modelos
que se proponen; no se ofrecen soluciones eficaces a los males que se
denuncian. La Iglesia de Jesús se ha de sentir llamada a “seducir”; ha de
transmitir un mensaje positivo, que enamore, como el manifiesto de Jesús en la
sinagoga de Nazaret.
El profeta humilde
La segunda lectura de 2 Cor, nos da otra clave
para el discernimiento profético: el profeta es humilde, no tiene soberbia, se
reconoce también débil, herido; por eso, es misericordioso, comprensivo. El
profeta no acusa a los demás sin autoacusarse. No tiene un sentimiento de
superioridad sobre los demás.
El humilde Jesús se admiró de la falta de fe; se
admiró de que le demonizaran. Quizá le faltaba experiencia misionera. Estaba en
los comienzos. Comprendería poco a poco que el Reino es como una semillita, que
se planta. Jesús se volvió paciente. Comenzó a tener perspectivas más amplias.
Se preparó para perder muchas batallas, pero no para perder la guerra. Al
final, en la cruz, exclamó: “Abbá, perdónalos porque no saben lo que hacen”.
Entonces el profeta demonizado se convirtió en la fuente del Espíritu.
Tengamos paciencia. Seamos comprensivos. Reconozcamos nuestra debilidad, nuestro pecado. Seamos humildes´. Pues solo entonces, la profecía resonará en nuestros labios y modelará nuestras manos. El Maestro seguirá hablando a través de nosotros y curando a través de nuestras manos: “aprended de m que soy manso y humilde de corazón”.
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