Espiritualidad
del corazón | Mirian Miró/Madre & Maestra
La eterna aliada
Aliada
de Dios y de su plan divino: una contemplación de la imagen de Nuestra Señora
del Santuario de Pío XII en Madrid. Creo que sería uno de los apelativos
posibles para la madre de Jesús y nuestra madre, entre otros muchos. Ella es la
eterna aliada, la fidelísima ejecutante de la Voluntad Divina, la santa y
sencilla, la vencedora del mal y la intercesora incansable de sus hijos ante el
padre.
Tan
aliada es, que no tiene corazón propio, respira, anhela, siente se desvela y
ama con el mismo corazón de su Hijo: Nuestra señora del Sagrado Corazón. La
imagen de Nuestra Señora nos lo muestra: Ella siente, vive por el corazón y en
el mismo corazón Sagrado de su hijo. La voluntad de su hijo es también la suya:
la identificación es perfecta. Dicha armonía reinante entre los dos se hace
también visible en la imagen de Nuestra Señora. Ella vivió siempre y vive sólo
y exclusivamente para dar vida en su persona a la Voluntad Divina (que es lo
que simboliza el Corazón de Jesús). Tal era la unión entre el Hijo y la Madre,
que uno sabía perfectamente lo que al otro preocupaba, lo que al otro dolía, lo
que alegraba al otro, l que el otro añoraba. La imagen de Nuestra Señora del
Sagrado Corazón nos da esta gran catequesis de forma visual. Madre e Hijo
disponen literalmente de un solo corazón, de una misma voluntad divina que los
une por encima de todo los demás, de todo lo humano, de todo lo de este mundo.
En
la imagen, ella señala el corazón de su Hijo, ahí está la única y verdadera
fuente de vida. “Miren todos, miren hijitos, ahí tienen todo lo que necesitan.
No busquen por otros caminos, no es el mundo que tiene la última palabra, es su
amor, no lo desprecien. Miren aquí, aquí está, abierto y disponible: El Corazón
de mi Hijo, todo amor, todo gloria. Crean en el Amor por encima de todo. Él no los
defrauda ni defraudará jamás. Apresúrense -pareciera decir- el camino es
sencillo, miradlo a Él, yo se lo presento, se lo entrego; este paraíso
verdadero y único, el de la voluntad divina, no me lo puedo quedar sólo para
mí. Acérquense a Él, escúchenlo, hagan lo que Él les diga y llenará sus
corazones vacíos, desalmados, agotados, tristes”.
El
gesto del Niño puede variar en las diversas imágenes de Nuestra Señora. En
algunas bendice al que la contempla, en otras abre sus brazos, como acogiendo
al mundo entero en su amor infinito y, en la mayoría de ellas, señala hacia la
madre. Este último gesto es bien significativo. Aquí se cierra el círculo. La
Madre señala el corazón del Hijo, que es también su corazón y el Hijo señala a la
madre, que es su madre amada y su “infalible aliada”. Los dos son uno. Su
mensaje es también uno. Así parece que el Hijo dijera: “Venid a mí por ella,
Ella es vuestro puente, vuestra madre protectora, que busca vuestro bien y que
os conduce por el mejor camino, para llegar a la meta”. Por ella, Jesús nos
indica dónde tenemos el mejor “enganche” para llegar a vivir la vida plena, la
vida dentro de su Reino, de su Corazón Sagrado. Los dos quieren una sola cosa
para nosotros: la salvación de nuestras almas, regalarnos toda una vida de
felicidad sin fin a su lado. En la imagen de Nuestra Señora, en el Santuario de
la Avenida de Pío XII en Madrid, el Hijo toma con su manita la barbilla de la
madre, mientras mira hacia nosotros. Es un gesto lleno de cariño y familiaridad
para con su madre, al tiempo que nos indica a quién debemos acudir. Este gesto
cariñoso es practicado a menudo por los pequeñuelos cuando se hallan en brazos
de su madre. Van empezando a experimentar con sus manitas y a provocar
reacciones. Puede ser que giren la cabeza de su mamá a un lado u otro y que
acaben, como consecuencia del juego, provocando una hermosa reacción por parte
de ella. Tal vez un fuerte beso, una palabra de entusiasmo, una dulce sonrisa o
una mirada cómplice. Es un detalle muy humano que caracteriza a esta expresiva
y cercana imagen. Lo que es evidente es que Madre e Hijo son “un equipo
perfecto”, les une una misma voluntad, la divina. Y los dos se nos dan por
completo, sin peros, ni restricciones. Cada uno de los dos nos “hace
publicidad” del otro, para sacarnos de nuestra pobre e infeliz mediocridad
humana.
Si
indagamos más de cerca los rostros de ambos, constataremos que expresan una
“paz sencilla”, una perfecta complacencia. Es como si se complacieran en
mostrarse a nosotros, en darnos a conocer sus “gracias”, ahí dispuesta para
todo el que se detenga a contemplarlos, a interesarse por ellos.
Finalmente
se acaba ampliando el circulo: está el tercero, el que los contempla y se
siente por ellos contemplado, el apelado a gozar de tanto amor y armonía.
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