Las
razones del corazón | Manuel Soler Palá, mssc
Virtudes
de la sonrisa
¿Ha reparado el lector en que la hilaridad más espontánea
acontece cuando se presencian circunstancias tales como el traspiés de un
presidente, de un obispo, de un gran profesor? Cuando estos tales caen al suelo
uno diría que la fragilidad del espectador se ve compensada. Puede respirar
tranquilo. No es el único que tropieza o da tumbos por la vida.
El humor es el arma letal contra los que se creen
poderosos y pretenden monopolizar la verdad. El humor puede ser tan vaporoso y
sutil que elude las bofetadas y escapa de los zarandeos. Es algo de lo que
carecen los enemigos de la libertad, de ahí que apenas lo reconozcan. Lo temen
porque se sienten impotentes frente a él. El humor: ¡tan frágil y tan
contundente a la vez!
El humor de Dios
De seguro que Dios, el que alimenta las ansias y deseos
más genuinos, posee un gran sentido del humor. De igual modo que el adulto
sonríe y se ríe de las ocurrencias de los pequeños que corretean por el piso,
así Dios debe sonreírse de nuestros atareos y afanes.
Una sonrisa generosa y tierna debe dibujársele en el
rostro cuando observa las estrategias que montan los hombres para escapar del
dolor, cuando percibe la incapacidad para contemplar las cosas bellas y el
prurito de acaparar. Porque no nos interesa el sol, la montaña, el agua… Nos
interesa que el sol broncee la piel, que la montaña deje su imagen en la
fotografía y que el agua descanse en el envase donde la guardaremos. Dios debe
sonreír al percibir los temblores y miedos de sus hijos ante la felicidad y el
amor.
Decía un cómico italiano que la capacidad intelectual de
una persona se mide por la dosis de humor de la que es capaz. Los grandes
santos, en particular los grandes místicos, se las ingeniaban para hacer bromas
con Dios.
Algunos seres humanos -demasiados, según creo- han
insistido tanto en los aspectos dolorosos, en las culpas y castigos que han
acabado eliminando todos los rasgos lúdicos y gozosos de la fe. Se ha llegado a
afirmar que la risa era pecaminosa. Pero conozco a más de un exegeta de
prestigio convencido de que Jesús fue un personaje muy inteligente y creativo,
de manera que no podía carecer del sentido del humor, de la sana capacidad de
la ironía.
Pues resulta que los hagiógrafos no pusieron de relieve
esta faceta tan humana de Jesús, no le otorgaron la importancia debida. Una de
las pocas pistas que dejaron respecto del humor de Jesús es el uso frecuente
que hacía de la paradoja, figura que entraña una sutil forma de ironía o de
humor.
Déficit de sonrisas
De seguro que Jesús tenía una muy notable capacidad de
humor y de ironía. Sucede que en los escritos finales estilizaron su figura
profética y le sustrajeron sus características más entrañables. Querían ofrecer
a las primeras comunidades la figura de un hombre-Dios que había convertido su
vida en ofrenda perenne a sus contemporáneos. Y callaron el resto.
En cuanto a los hombres más representativos de la Iglesia
habría que estudiar con detención el motivo de su mala relación con la sonrisa.
Asuntos tales como el poder, el castigo, la coacción, la muerte, la norma,
ciertamente no invitan a la sonrisa. Pero la ternura, la misericordia, la
paradoja y el perdón sí que andan muy cercanos a ella. Y la fe cristiana está
transida de estas virtudes y dinamismos.
Puede que la risa suponga autocrítica, ruptura de rutinas
inmutables, superación de toda crueldad. Y no todo el mundo está dispuesto a la
tarea. Que se lo pregunten a quienes han debido esconderse a lo largo de muchos
años porque unos señores muy serios han puesto precio a su cabeza. ¿Motivo?
Tratar con humor y desparpajo unas cuestiones de carácter religioso.
Una modesta sugerencia que puede remediar la falta de
sentido de humor: dejar de lado las solemnes vestimentas, relajar las facciones
del rostro, relativizar la importancia del propio cargo. Quizás entonces,
abandonado el lastre, vuelva a florecer la sonrisa en los labios de los
ceremoniosos señores de Iglesia.
Afortunadamente en toda regla existen excepciones. Una de
ellas se llamó Juan XXIII, el hombre afable que enseñó al mundo cómo se puede
ser Papa sin mantener los músculos del rostro en tensión. El disipó la imagen
hierática de su antecesor y no rehuyó el chiste, ni siquiera la carcajada.
En múltiples ocasiones el mencionado Juan XXIII dio muestras
de su buen hacer. En una de sus primeras audiencias unas jóvenes religiosas,
entre temerosas y embelesadas, se arrodillaron a sus pies y le dijeron:
"Santidad, somos las hermanitas de San José". El Papa les respondió:
"pues se conservan ustedes maravillosamente". Que cunda el ejemplo.
ADH 710
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