Para vivir mejor | Dra. Miguelina Justo
Vivir
con lepra en el siglo XXI
Cuando Lucía fue
diagnosticada con lepra, su vida cambió para siempre. Estaba casada, era la
feliz madre de tres adolescentes que crecían frente a sus ojos, saludables y
llenos de energía. Trabajaba como conserje en un centro educativo y los
sábados asistía a una iglesia cristiana pequeña, de la cual se sentía
parte. En muy poco tiempo, inesperadamente, contempló, impotente, cómo
perdía todo aquello que había edificado con amor y esfuerzo. Su
matrimonio se rompió, sus hijos se alejaron de ella, perdió su trabajo y hasta
en la iglesia empezaron a rechazarla. Su esposo y sus hijos no sabían
cómo lidiar con sus propios temores y con los de Lucía. En el trabajo,
poco a poco se fue sintiendo excluida. Pensó que no le quedaba otra
opción que renunciar. Sufría que sus compañeros de congregación evitaban
sentarse a su lado. Como Job, así se sintió, despojada de todo. La
lepra se había alojado en su cuerpo y parecía crecer indetenible en su vida.
Los médicos le habían
dicho que el tratamiento disponible era efectivo y gratuito. Le aseguraron que
estaría sana en unos cuantos meses, sin embargo, sus oídos no escuchaban el
canto de esperanza. Se alejó de los que quería, por miedo a
contagiarlos. Buscó en las redes la palabra “lepra” e imágenes de personas
mutiladas la horrorizaron. Se sintió perdida, horrorizada, sin
futuro, desamparada. Recordaba que en la Biblia el lugar de los leprosos
era el destierro: “Manda a los hijos de Israel que echen del campamento a todo
leproso” (Números 5, 2), así también lo creyeron sus allegados. Por un
momento pensó que terminaría recluida en un leprocomio, un lugar apartado,
destinado a personas con esta enfermedad. Fueron momentos de gran
desesperación.
Por mucho tiempo, Lucía
creyó que había sido la lepra la que le había arrebatado todo esto, sin
embargo, más adelante se dio cuenta de que la única responsable de todas estas
pérdidas era la ignorancia. La lepra es una enfermedad producida por el
Mycobacterium leprae, no es una maldición o un castigo por las faltas cometidas.
Contrario a lo que se cree, es muy poco contagiosa, de hecho, el 95% de las
personas expuestas no se infectaran, ya que su sistema inmunitario podrá
defenderse con éxito, por lo que aún cerca de una persona con lepra no
enfermaran.
Se sabe que, por lo
general, el contagio se produce a través de las gotitas que se expulsan de
la boca o de la nariz, en un contacto cercano y frecuente con personas
afectadas, sin embargo, una vez estas inician el tratamiento sus cuerpos
no pueden trasmitir la infección. De esta manera, el tratamiento no solo
sana al enfermo, sino que protege al sano. Como antes se desconocía todo
esto, el aislamiento era considerado mandatorio. Las personas sufren,
pues, el impacto físico de la lepra, y, también el psicosocial.
Gracias a las
investigaciones científicas, en la década de los 80, la Organización Mundial de
la Salud pudo recomendar un esquema de tratamiento efectivo y eficaz para la
eliminación de la lepra. Antes de esta fecha, desgraciadamente, las
personas diagnosticadas podrían sufrir lesiones permanentes y quedar para
siempre desfiguradas y discapacitadas. Definitivamente, eran otros tiempos.
Lucía nada de esto sabía,
al igual que su familia ni sus allegados, quienes actuaron, tal como ella,
desde el estigma absurdo asociado a la lepra. Todos, presos de la ignorancia,
convirtieron a esta enfermedad en un verdugo despiadado. Por fortuna, la
información adecuada hizo que, poco a poco, Lucía fuera recuperando su lugar en
el mundo. Pudo dejar atrás la mentira, y caminar en la libertad que da
la verdad. Se redescubrió como persona, como madre, como compañera.
Entendió que el rechazo de los demás era un reflejo de la falta de aceptación
de ella misma y de su condición. Su cuerpo estaba sano, debía ahora
ocuparse con amor de las heridas que el estigma había dejado en su ser.
Como esta mujer y
madre, miles de dominicanos viven en las sombras, exiliados y
autoexiliados por la ignorancia. Es necesario educar, para fomentar la
participación plena de todas las personas diagnosticadas con lepra y sus
familiares. Al mismo tiempo, hay que considerar intervenciones más
estructurales, que involucren tanto las personas afectadas, al personal médico
y a la comunidad en general. Acá se listan
algunas propuestas:
·
Es necesario que las
personas afectadas por la lepra y sus familiares sean involucradas de manera
activa en las labores de prevención, diagnóstico y tratamiento. Es
importante que se sientan protagonistas, no solo receptores.
·
La detección y
persecución legal de actos de discriminación es imperativo. El acceso al
trabajo, a la educación, deben estar garantizados, de lo contrario, la pobreza
tradicionalmente asociada a la lepra seguirá siendo una realidad.
·
El rechazo asociado a la
lepra se remonta a tiempos bíblicos, por lo que el involucrar a líderes
religiosos puede ser valioso. Al tiempo de analizar los pasajes que hacen
referencia a la lepra, podrían informar a su feligresía lo que hoy
sabemos: la lepra se cura y es muy poco contagiosa, por lo que la exclusión
es completamente innecesaria. Igualmente, sería conveniente que se
destaque el trato cercano y compasivo de Jesús hacia las personas entonces
diagnosticadas con lepra.
·
Es importante que
profesionales de la neurología y la ortopedia, por ejemplo, estén en capacidad de reconocer
los síntomas de la lepra para evitar intervenciones innecesarias. Es
penoso que muchos pacientes reciban un diagnóstico tardío porque sus síntomas
se han confundido con otras patologías, habiendo perdido así un tiempo valioso.
·
El personal médico y de
apoyo podría beneficiarse de revisar las conductas protectoras, ante el peligro
de que estas pudieran fomentar el ocultamiento, central para el estigma. Es lamentable que, en ocasiones, sean los mismos médicos quienes
instruyan al paciente a mantener oculto el diagnóstico.
·
Sería adecuado designar
el Leprocomio Nuestra Señora de las Mercedes, como lo que es: una residencia
para adultos mayores, ya que el uso del sustantivo “leprocomio” pudiera
alimentar la misma idea de que las personas aquejadas por esta enfermedad
deben ser aisladas.
·
Es importante que los trabajadores de la
salud se hagan conscientes del propio estigma que sutilmente se expresa en su
mirada condescendiente a la persona con lepra y que les empuja a animar el
ocultamiento.
·
Es impostergable el presentar en la prensa
escrita y en otros medios de comunicación los rostros y las historias de
personas que, habiendo superado la lepra, han logrando trabajar y amar plenamente.
El seguir compartiendo imágenes de personas deformadas no contribuye a la
disminución del estigma, muy al contrario, lo fortalece.
Sigamos trabajando por un
mundo libre de la lepra y de la ignorancia.
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