Fe y Vida | José Arregi/FA
Empatía
El
término empatía nació en el siglo XX para expresar la capacidad de comprender
los sentimientos del otro como desde su propio interior. Se deriva del griego
empatheia, aunque este término significa propiamente pasión, enfermedad (en:
dentro; pathos: sentimiento, sufrimiento). El término griego para designar la
empatía era sympatheia (“padecer con” el otro), que se tradujo al latín como
compassio.
Quedémonos
con esto: empatía, como simpatía y compasión (despojada ésta de toda
connotación paternalista) evocan la capacidad de comprender y hacer propio el
“sentimiento” o “pasión” (pathos) del otro (en-, sym-, com-), de modo que sus
sentimientos en general (incluido el gozo profundo), y sus sufrimientos en
particular, no me son ajenos, sino que puedo entenderlos desde mi propio
interior, es más, desde su propio interior.
Si
soy capaz de adentrarme en el fondo de mí mismo, soy capaz de adentrarme en el
fondo del otro, de empatizar, simpatizar, compadecer. Y, a la vez, no podré ser
yo mismo, mi verdadero ser profundo, liberado de mis máscaras, proyecciones
ilusorias e intereses egoístas, sino en la medida en que ejercite cada día mi
projimidad, poniéndome en el lugar del otro, preguntándome: ¿Qué le duele? ¿Qué
bálsamo necesita para curar su herida? Soy en cuanto me hago prójimo.
Todas
las tradiciones espirituales, religiosas o laicas, han enseñado esta empatía
profunda como “Regla de oro” de nuestra realización personal y de nuestra
manera de mirar y tratar a los demás. En la tradición judía, son célebres dos
rabinos de escuelas opuestas, contemporáneos de Jesús: Shammai y Hillel,
riguroso el primero y liberal el segundo. Cuenta el Talmud que un pagano se
presentó a Shammai y le dijo: “Me convertiré si eres capaz de enseñarme toda la
Torá mientras pueda sostenerme sobre un solo pie. Shammai lo expulsó airado. El
pagano se presentó a Hillel con la misma propuesta y Hillel le respondió: “No
hagas a tu prójimo lo que no quieras que te hagan a ti. Esto es toda la Torá,
lo demás solo es comentario”. El pagano se convirtió.
Hubiera
podido convertirse igualmente al hinduismo, al budismo, al confucianismo, al
taoísmo, al zoroastrismo o al Islam, o a las enseñanzas de Pitágoras y
Aristóteles y de tantos otros que enseñaron lo mismo. También, por supuesto, al
camino de Jesús, que lo expresó en forma afirmativa: “Tratad a los demás como
queráis que ellos os traten a vosotros, porque en esto consiste la Ley y los
Profetas” (Mt 7,12).
Si
alguien te ha hecho mucho daño, es normal que tu yo se aíre y reclame venganza
o al menos derecho al rencor. Pero la venganza y el rencor no sanarán tu
herida. Toma tu tiempo, pero entra más adentro en ti, entra más adentro en
quien te ha hecho daño, y te encontrarás con una persona herida por alguien o
por algo. Nadie hace daño por maldad, sino por sufrir carencias, errores o
daños. Y mira sosegadamente en su fondo, y procura dar pasos hasta ponerte en
su lugar y preguntarte: “¿Qué necesitaría yo si fuese él, ella, si estuviese en
su lugar?”.
Tal
vez vaya transformándose tu mirada y tu actitud ante él, ella, hasta no hacerle
daño, o hasta no desearle ningún castigo, o hasta confiar en él y desearle el
bien o incluso hacerle el bien. Entonces lo habrás perdonado, aunque nunca lo
puedas olvidar ni ser su amigo. Cuando perdones, se habrá curado tu herida, y
habrás ayudado a que se cure también la del que te hirió.
Serás
como el buen samaritano. Realizarás tu ser “divino”, compasivo, para tu
sanación y la salvación de todos los heridos.
Publicado por Feadulta.com
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