Espiritualidad | Maite Parga/E
Pablo y las mujeres
Para
muchas personas, San Pablo es un misógino, pero esas personas se olvidan de que
Pablo vivió en una época determinada y que no era un marciano, es cierto que en
algunas de sus cartas -o de sus discípulos- la cosa no está clara, pudiera dar
esa sensación si se leen mal, pero solo si se leen mal; claro que así es como
lee La Biblia el noventa y nueve por ciento de quienes se acercana a ella. Pero
¿puede ser misógino, un hombre que en una época en la cual la mujer, mandaba
menos que el perro y el gato de la casa, tenga mujeres como colaboradoras?
Pablo
en sus cartas o epístolas nombra a todas las personas que colaboran con él en
su misión apostólica y en estas citas a muchas mujeres: una tal María, Claudia,
Trifosa, Febe diaconisa, Priscila, Loida y Eunice. En Hechos 16 11,15 se nos
cuenta que Pablo y sus compañeros se encontraron en la ciudad de Tiatira con
una mujer llamada Lidia, comerciante en púrpura, un producto exclusivo y muy
caro. Esta mujer los recibió en su casa y allí Pablo fundó una de sus
comunidades. Pablo acogió para su apostoládo a Lidia no a su esposo.
Febe
era una de sus diaconisas, pero hay más, Pablo tenía una relacción de amistad,
con un matrimonio que hacían tiendas de campaña lo mismo que él. El esposo se
llamaba Aquila, y, la señora Priscila. Pablo los tiene como colaboradores en el
apostolado, al mismo nivel el esposo que la esposa.
Es
verdad que en la carta a los efesios (sobre la que algunos exegetas dicen que
es de un discípulo), Pablo manda a la mujer ser sumisa al marido (eso era lo
normal en su época y hasta no hace mucho), pero se pasa por alto que manda al
esposo amar a la esposa como a sí mismo, como a su propia carne, como Cristo a
la Iglesia. Los esposos de la época de Pablo no tenían que amar a sus esposas,
el matrimonio era para hacer niños que luego fueran buenos servidores del
Estado, sin embargo, Pablo incluye el amor. En la epistola a los Galatas dice
algo que ayuda equilibrar lo dicho al hablar de la sumisión de la mujer y,
desde luego, algo que ningún misógino diría jamás: “Ya no hay hombre ni mujer,
esclavo ni libre, barbaro o escita, pues todos sois uno, en Cristo Jesús” (Ga
3, 28).
Publicado
por Eclesalia.net
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