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    viernes, 19 de noviembre de 2021

    Pablo y las mujeres


    Espiritualidad | Maite Parga/E

     


    Pablo y las mujeres


    Para muchas personas, San Pablo es un misógino, pero esas personas se olvidan de que Pablo vivió en una época determinada y que no era un marciano, es cierto que en algunas de sus cartas -o de sus discípulos- la cosa no está clara, pudiera dar esa sensación si se leen mal, pero solo si se leen mal; claro que así es como lee La Biblia el noventa y nueve por ciento de quienes se acercana a ella. Pero ¿puede ser misógino, un hombre que en una época en la cual la mujer, mandaba menos que el perro y el gato de la casa, tenga mujeres como colaboradoras?


    Pablo en sus cartas o epístolas nombra a todas las personas que colaboran con él en su misión apostólica y en estas citas a muchas mujeres: una tal María, Claudia, Trifosa, Febe diaconisa, Priscila, Loida y Eunice. En Hechos 16 11,15 se nos cuenta que Pablo y sus compañeros se encontraron en la ciudad de Tiatira con una mujer llamada Lidia, comerciante en púrpura, un producto exclusivo y muy caro. Esta mujer los recibió en su casa y allí Pablo fundó una de sus comunidades. Pablo acogió para su apostoládo a Lidia no a su esposo.


    Febe era una de sus diaconisas, pero hay más, Pablo tenía una relacción de amistad, con un matrimonio que hacían tiendas de campaña lo mismo que él. El esposo se llamaba Aquila, y, la señora Priscila. Pablo los tiene como colaboradores en el apostolado, al mismo nivel el esposo que la esposa.


    Es verdad que en la carta a los efesios (sobre la que algunos exegetas dicen que es de un discípulo), Pablo manda a la mujer ser sumisa al marido (eso era lo normal en su época y hasta no hace mucho), pero se pasa por alto que manda al esposo amar a la esposa como a sí mismo, como a su propia carne, como Cristo a la Iglesia. Los esposos de la época de Pablo no tenían que amar a sus esposas, el matrimonio era para hacer niños que luego fueran buenos servidores del Estado, sin embargo, Pablo incluye el amor. En la epistola a los Galatas dice algo que ayuda equilibrar lo dicho al hablar de la sumisión de la mujer y, desde luego, algo que ningún misógino diría jamás: “Ya no hay hombre ni mujer, esclavo ni libre, barbaro o escita, pues todos sois uno, en Cristo Jesús” (Ga 3, 28).


    Publicado por Eclesalia.net


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