Cultura y Vida | Juan Orellana
Mass. Una
cinta realista sobre el proceso del perdón
Una parroquia episcopaliana de algún lugar de
Estados Unidos. Llega una mujer resolutiva, Kendra, con el objetivo de
supervisar la preparación de un encuentro muy especial. Hay que acomodar un
salón parroquial para que resulte perfecto para las cuatro personas que allí se
van a reunir. Los primeros en llegar son Gail y Jay (Martha Plimpton y Jason
Isaacs), un matrimonio cuyo hijo fue asesinado en el instituto por un compañero
que se lió a tiros y luego se suicidó. Un rato después, llegan los padres del
asesino, Richard y Linda (Reed Birney y Ann Dowd). Kendra los presenta y los
deja solos. Comienza el drama.
La película parece una obra de teatro adaptada al
cine, cosa que no es. Y también parece que está dirigida por alguien con una
sólida trayectoria como director de actores, y, sin embargo, se trata de una
ópera prima. Siempre es una alegría cuando una película demuestra que para
hacer buen cine no es imprescindible una inversión millonaria. Recordemos la
reciente Language lessons.
En este caso partimos de una buena idea general, relacionada con la gestión del
perdón en la justicia restaurativa. Una idea plasmada en un guion inteligente,
que dosifica con precisión el crescendo del
contenido dramático, y que nos ofrece, tras el desenlace, una interesante coda.
El segundo ingrediente es un elenco de buenos actores, pero no de primera línea
de fama, lo cual despoja al filme de tentaciones de lucimiento y garantiza la
sumisión de las interpretaciones a las intenciones del director. Y el tercero
es una puesta en escena esencial, a lo Bresson, sin nada que distraiga, pero
con sutiles detalles llenos de fuerza simbólica, como la maceta de flores que
trae Linda como obsequio para Gail, o la cinta roja en el alambre de espino.
Detrás, como telón de fondo, la imaginería religiosa y los cantos del coro del
final que llegan a los oídos de Jay, que sugieren la alegría en el cielo por lo
que acaba de suceder.
Mass es una
película de «procesos», como dice el Papa. El perdón nunca es automático si
quiere ser auténtico. Los personajes necesitan soltar lo que llevan dentro,
incluida la rabia, pero también precisan escuchar sinceramente, acercarse
lentamente a las razones del otro, estar dispuestos a reconocer los propios
errores de perspectiva. En ese camino puede ir tomando forma el perdón. Un
perdón concreto y real, y no una abstracción formal y buenista. Gail necesita
perdonar porque necesita volver a vivir, y además se da cuenta de que, si no
perdona, cada vez estará más lejos de su hijo muerto. Por eso en la película no
se contraponen buenos y malos, ni blancos y negros, sino grises. Nadie es
perfecto. El encuentro entre las dos madres es más fácil que entre los dos
padres. Ambas se reconocen en el ejercicio siempre complejo y profundo de la
maternidad.
El director y guionista californiano Fran Kranz
debuta con este filme, que se presentó en el pasado Festival de San Sebastián,
y que acumula importantes premios y nominaciones. Tan inolvidable como
imprescindible.
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