Editorial | ADH
Misión: "Para que sean mis
testigos" (Hechos
1, 8)
La
Iglesia celebra, reflexiona y promueve, cada año, de manera intensa, durante el
mes de octubre, su misión evangelizadora en el mundo. Nos preguntamos sobre la
misión que nos toca vivir hoy.
Nuestra
realidad es descrita como muy compleja y convulsa en todas las áreas. A nivel
social, política, económica, religiosa y cultural, las desigualdades que se
observan no pueden ser más vergonzantes, tanta miseria, empobrecimiento entre
tanto anuncio de avances científicos, tecnológicos, crecimiento económico y
estabilidad macroeconómica. En nuestra época, la gente se ha empoderado de la
palabra, a través de las redes sociales y llueven los comentarios,
descalificaciones, opiniones, quejas, de todo tipo y sobre todas las
instituciones humanas, nada se libra de la crítica, ya sean racionales o
banales. Para una buena parte de las personas, nadie actúa bien, nada sirve. Se
vive un permisivismo galopante y un relativismo generalizado, todo está
permeado por la corrupción, los intereses particulares y la mediocridad. ¿Cómo
vivir la misión eclesial en este contexto histórico? ¿Estamos avanzando?
Desde
el inicio de su pontificado, el Papa Francisco propone como misión vivir en
actitud de "Iglesia en salida". Con la imagen de "Iglesia en
salida" el papa nos está diciendo también que la Iglesia no es
autorreferencial, la Iglesia está al servicio del Evangelio. Después del
Concilio, la Evangelii Nuntiandi proclamó que la Iglesia no está para sí misma,
sino para anunciar, está para servir al mundo.
Hemos superado la comprensión de la misión como viajar a
países lejanos a salvar almas. Desde este presupuesto, la mayoría de los
católicos no serían misioneros. Ni Santa Teresita del niño Jesús. Hoy tenemos
que entender la misión desde lo que somos y donde estamos. La misión no es solo
propuesta de un organismo pontificio o del mismo papa que nos animan, la misión
surge de nuestra condición de discípulos, enviados, somos apóstoles: a los que
llamó Jesús los envió y a los que envió les dijo "Vayan a todo el
mundo". Hoy se habla de las "periferias existenciales".
El
compromiso misionero no es solo de los clérigos y las religiosas, la madurez de
los laicos implica su compromiso activo en la misión. No son sujetos pasivos de
la acción de la Iglesia, son la Iglesia en acción. Son miembros de la comunidad
en la acción eclesial al servicio de la misión. El papa acuñó el verbo
"primerear", que significaría tomar la iniciativa, ir donde otros no
se atreven, adelantarse allí donde se necesita servir, colaborar, actuar.
La misión es el cuidado pastoral de acompañar procesos,
especialmente los procesos de construcción personal: «dimensión samaritana de
la fe», parte del presupuesto pastoral de que cualquier situación de dolor y de
crisis personal y social no es solamente un tiempo de tensión que debemos
soportar, sino también una oportunidad para la reconstrucción y el crecimiento
personal y comunitario. La misión se nos presenta como una oportunidad para
compartir, servir e interceder. La misión que Dios nos confía a cada uno, nos
hace pasar del yo temeroso y encerrado al yo reencontrado y renovado por el don
de sí mismo.
El
testimonio es fundamental en la misión, da credibilidad a lo que anunciamos,
muestra señales reales y concretas. Es un anuncio implícito de lo que creemos.
Significa que nuestra fe se expresa hacia afuera, toca la realidad, propone,
entusiasma, convence. No somos súper cristianos, damos testimonio dentro de
nuestra propia condición humana.
Somos misioneros testimoniando la esperanza, pues sin ella
es imposible vivir y menos en tiempos difíciles. Es como la sangre, porque sin
ella el cuerpo no tiene vida. Plantear hoy la esperanza es un gran desafío.
Somos Iglesia misionera y servidora, Dios nos está convocando a "pasar de
un cristianismo de costumbres a uno de testigos":
Como "hospital de campaña", que, a través de sus
comunidades, instituciones y grupos de cristianos, socorre de manera compasiva
a los más necesitados, a los golpeados y damnificados.
Como
"Iglesia doméstica" que expresa en el hogar la fe, la esperanza y el
amor, sin descuidar la fraternidad y la solidaridad hacia fuera.
Como "Iglesia samaritana", que se detiene ante
el necesitado, lo recoge, lo lleva al hospital, paga su curación y vuelve para
seguir acompañándolo, según el relato de la parábola del Samaritano.
Vivamos
hoy nuestra misión, el mundo nos necesita, aunque pretenda rechazarnos.
Retomemos lo nuestro que es dar testimonio y así sembrar la semilla del
evangelio, no es cosechar ni ser exitosos. “Para que sean que sean mis testigos”
(Hechos 1,8).
ADH octubre 2022, 871
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