Nuestra Fe | Patrice Vivarés/VN
Cuaresma, tiempo para el deseo y la palabra de Dios
Conectar
con el deseo de Dios es el objetivo de la Cuaresma, y esto requiere una
cierta ascesis: el hombre saciado no desea nada… Este camino nos hace
redescubrir nuestro deseo interior de Dios, y el deseo que Él tiene de
nosotros. He aquí algunos consejos para despertar nuestro deseo.
1.
¿A qué debe conducir la Cuaresma?
La
Cuaresma debe ser una ocasión para redescubrir cierta frugalidad que suscita en
nosotros el deseo. La Cuaresma es un tiempo de renovación del deseo, que no
debe confundirse con la necesidad. La necesidad puede satisfacerse, pero
el deseo nunca se satisface. Es un impulso interior que parte de la
carencia, una carencia que siempre permanece, una carencia que evoluciona, que
progresa, que es una prueba que siempre nos lleva a otra parte.
Esta
otra parte es como el amor. Cuando hablamos de deseo pensamos en el amor
carnal, pero también podemos pensar en el amor de Dios. En los salmos
aparece la palabra “deseo”. Para el creyente, el deseo es el deseo de
encontrarse con Dios. El deseo nos hace progresar en la búsqueda de Dios, pero
nunca se cumple ¡y eso es apasionante!
2.
Entonces, ¿el hombre está siempre en estado de deseo?
No
es solo el hombre quien desea, quien espera, sino también Dios. En las
catequesis que doy a los adultos, invierto el sentido de las palabras. Es Dios
quien está en el origen, quien nos espera antes de que nosotros le hayamos
esperado. El Señor siempre nos ha amado, mucho antes de que naciéramos. Este
deseo que tenemos de Dios está precedido por su deseo. Hoy, el deseo está
desapareciendo: estamos en una civilización materialista. Necesitamos
dinero, coches, juguetes, consolas. Tenemos necesidades y no hay lugar para el
deseo. Hace falta una cierta pobreza para descubrir el deseo de Dios. El hombre
saciado no puede conocer a Dios.
3.
¿Cómo podemos redescubrir este deseo interior de Dios?
Siguiendo
las huellas de las grandes oraciones, podemos seguir sus pasos mientras descubrimos
el desierto como lugar de despojamiento, de lucha, donde reside lo esencial. El
desierto se puede vivir en la propia habitación, en el campo, en un lugar donde
uno se sienta bien. Basta con quedarse solo, descolgar el teléfono, no
llamar y solo rezar. También se puede aprovechar este tiempo para hacer un
repaso de la vida, es decir, para mirar atrás y ver lo que ha pasado en los
días anteriores. Dios se encontró con su pueblo en el desierto. Toda la Biblia
está llena de encuentros de este tipo. También es en nuestros desiertos donde
Dios viene a nosotros.
Publicado
por Vida Nueva
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