Convivencia | Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
El español
Álvaro Martínez, nuevo presidente mundial de Cursillos de Cristiandad, resalta
la riqueza de los movimientos laicales y advierte del riesgo de «ir cada uno
por nuestra cuenta»
El nuevo
presidente mundial de Cursillos de Cristiandad es profesor de Veterinaria en la
Universidad de Córdoba. Foto cedida por Álvaro Martínez.
«¿A Roma
yo? No, qué susto», exclama con humor al otro lado del teléfono Álvaro Martínez
tras ser preguntado por su nueva responsabilidad al frente del movimiento de
Cursillos de Cristiandad, del que acaba ser elegido presidente a nivel mundial.
Para este
profesor de Veterinaria de la Universidad de Córdoba, experto en parásitos de
los rumiantes, el nuevo cargo no le va a suponer un cambio de residencia, «pero
me va a exigir viajar más y estar más pendiente del movimiento en otras partes
del mundo», afirma. Padre de «cuatro hijos ya mayores», Martínez viene «de una
familia comprometida y eso es lo que he tratado de llevar a mi vida y a la de
los míos».
El nuevo
presidente mundial de Cursillos de Cristiandad conoció
el movimiento ya en su etapa de estudiante universitario. «Su espiritualidad me
permitió personalizar mi fe y descubrir una forma de vivirla alegre,
normalísima y cotidiana», asegura. Al cabo de unos años se incorporó a la
escuela de dirigentes de Córdoba, para pasar después a ser presidente del
secretariado diocesano y luego ocuparse en tareas a nivel nacional. Llegó a ser
presidente de Cursillos en España y posteriormente de Europa. «Haber pasado por
tantos sitios y no haber llegado de fuera me permite tener una visión más
amplia de la realidad y me da una perspectiva muy rica del movimiento», señala.
Al
contrario de lo que se pudiera pensar, su tarea no será tanto ejecutiva como de
«coordinación del movimiento en todo el mundo». Esto supone un planteamiento
«de carácter subsidiario», en el que los organismos nacionales y diocesanos de
los diferentes países «han de tener vida propia e iniciativa. Es decir, no se
trata de marcar desde arriba la marcha de Cursillos en el mundo, sino de ayudar
al movimiento y expandirlo allí donde no exista».
Desde
aquel cursillo de 1949
El primer Cursillo de Cristiandad se celebró del 7 al 10 de enero de
1949 en el monasterio de San Honorato de Randa, en Mallorca. Cuando los
iniciadores del movimiento —el laico Eduardo Bonnin; el entonces obispo de
Mallorca, Juan Hervás, y el sacerdote Sebastián Gayá—
daban sus primeros pasos, no podían imaginar la extensión de esta herramienta
de primer anuncio del Evangelio ni su impacto en la vida de tantas personas. En
los últimos 70 años, más de 250.000 personas en España han conocido a Cristo
por vez primera o de una manera nueva gracias a los 10.500 cursillos que se han
celebrado desde entonces, a una media de casi 300 por año.
En este
sentido, tres son las líneas de actuación en las que se mueve Cursillos de
Cristiandad desde hace años. La primera es la unidad, el objetivo de «conseguir
que el movimiento en todo el mundo tenga clara su identidad y permanezca unido
en la diversidad que supone estar en más de 60 países de todos los continentes,
cada cual con sus realidades sociales y humanas». La segunda es la
eclesialidad, porque Cursillos «es un movimiento que respira por donde respiran
la Iglesia, el Papa y el Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida. Y
también en comunión con la Iglesia local, para no ser algo extraño en la
diócesis». Álvaro Martínez tira de su experiencia para subrayar la «riqueza» de
los movimientos laicales, pero también «el riesgo de atomizarnos e ir cada uno
por nuestra cuenta». Al contrario, «los movimientos somos Iglesia y tenemos que
caminar unidos». Por último, Cursillos de Cristiandad trabaja en el desafío de
«responder a la realidad de hoy, a este cambio de época que dice el Papa
Francisco». Así, «están llegando personas en situaciones muy diversas, a veces
en condiciones muy difíciles y dolientes. Son personas que vienen de muy lejos
y necesitan un lenguaje que puedan entender».
¿Tantos
años de solera no suponen un desgaste a la hora de afrontar este desafío?
«Nosotros queremos conservar lo esencial y la inspiración original, pero esa
fidelidad debe ser creativa», responde. «El esqueleto es el mismo, el fin de
semana sigue siendo válido y es lo suficientemente sencillo para que se pueda
adaptar según las circunstancias. Pero Cursillos de Cristiandad no son solo
esos tres días; hay un proceso de acompañamiento que continúa después con las ultreyas
y los grupos».
Los
destinatarios siguen siendo los mismos: aquellos que no han tenido experiencia
de encontrarse con el Señor. «Eso no cambia y ha sido así desde que nació
Cursillos. Fundamentalmente somos un instrumento de primer anuncio para buscar
a aquellos que no están con nosotros en la Iglesia».
Hasta
lugares insospechados
Este latido
expansivo de Cursillos de Cristiandad le ha hecho llegar ya a 50 países de todo
el mundo. «La realidad más rica es la de Latinoamérica, donde el movimiento se
ha desarrollado con una vitalidad enorme», afirma el presidente mundial del
movimiento. En Estados Unidos también se ha desarrollado con fuerza, así como
en África, «incluso en países con una situación complicada para los cristianos,
como es el caso de Nigeria». Hay asimismo un núcleo muy activo en naciones de
Asia como Taiwán, Filipinas, Vietnam y, sobre todo, Corea del Sur, «donde
tenemos listas de espera para participar de varios meses».
En el
continente europeo no existe la misma vitalidad «porque la sociedad está más
envejecida, es más escéptica y está más cansada y secularizada». Sin embargo,
hay un resurgir en lugares insospechados, como pueden ser Polonia, Bielorrusia
e incluso Ucrania. «A pesar de la guerra, siguen reuniéndose y trabajando,
sobre todo en la zona de Leópolis, donde ahora mismo están preparando un
cursillo para dentro de un mes», cuenta Álvaro Martínez. «Se sigue apuntando
gente joven, y es conmovedor ver su alegría y su entusiasmo. Cuando hablamos
con ellos nos dicen: “¿Cómo vamos a dejar de hacer cursillos ahora, que es
cuando más nos hace falta? Necesitamos al Señor más que nunca”».
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