miércoles, 6 de agosto de 2025

No hay prejuicio que contenga lo que soy


Convivencia | Yris Rossi 




No hay prejuicio que contenga lo que soy

 

Hoy, entre imágenes y voces que no se apagan, el jardinero corta geranios y la radio se convierte en un altar.

 

Wilfrido, Eddie Herrera, Miriam y yo bailando en las tardes tibias de los años ochenta, como si el mundo fuera sencillo y bastara un merengue para entenderlo.

 

Recuerdo la trompeta, esa lengua de metal con que Wilfrido tocaba el alma.

 

Pero fue Johnny —¡ay, Johnny!— quien puso la chispa, el relámpago en la cadera, el amor por lo nuestro, el espejo en que el negro dominicano se miró con orgullo y se vio hermoso.

 

La muerte se lo llevó y nosotras lloramos desde lejos, más allá del mar,

como si una ola nos hubiera atravesado el pecho.

 

Se fue Johnny, y con él, un pedazo de nosotras mismas.

 

Después, también se fue Rudy, y yo lo vi, lleno de risa, vestido de patria, hecho de tambora, de Dios, de azúcar.

 

Y entonces vienen a decirme que soy racista.

 

A mí. Que nací con la piel blanca y con el alma tatuada con el ritmo negro, con la fe católica de mi abuela, con la palabra “España” en la lengua, el tambor de África latiendo en las costillas y las nanas de “Ay, Tana la Maricutana”, a modo de merengue, con las que Meicé me arrullaba...

 

Yo, que vibro con las canciones que me enseñaron a amar desde la patria, pero sin fronteras.

 

Que encontré en Johnny, en Wilfrido, en Juan Luis, Ramón Orlando y tantos otros una Nación que canta y no excluye.

 

¡Qué poco nos conocen a los dominicanos!





 


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