Actualidad Nacional | P. José Pastor Ramírez, sdb
Melissa nos pasó por encima…
La
semana pasada, la República Dominicana ha vuelto a enfrentarse con fuerza a la
realidad de la que no está exenta y a la que el papa Francisco llamó “la crisis
climática”. La tormenta Melissa provocó el desplazamiento de más de 1,080
personas y la muerte de otras, arrastradas por las aguas en el Gran Santo
Domingo y en buena parte del país. Más de 647,000 ciudadanos quedaron sin
acceso a agua potable, tras resultar afectados los acueductos en distintas
regiones del país.
Aunque
los desastres naturales son frecuentes en el Caribe, no debemos asumirlos como
una rutina inevitable. Son una llamada de atención urgente. Los territorios
vulnerables —y el nuestro lo es— se encuentran a merced de fenómenos que
combinan naturaleza, infraestructura débil y decisiones humanas tardías. Como
recuerda el papa Francisco, “todo está conectado y nadie se salva solo”.
Melissa
dejó tras de sí inundaciones, viviendas arrasadas y cultivos destruidos. Pero
lo que rara vez se pone en titulares es el daño emocional, psicológico y
espiritual que persiste en las personas afectadas. Familias que pierden su
hogar, niños que no pueden volver a la escuela, agricultores que ven
desaparecer su sustento. Ese dolor silencioso dura más que el ruido de la
tormenta.
Y
cada evento extremo nos cuesta caro: los recursos que se usan para reparar lo
destruido son recursos que no se invierten en bienestar, prevención ni
desarrollo sostenible. Una vez más, muchas comunidades quedaron incomunicadas y
sin ayuda inmediata. Pero el problema no es solo material: la tragedia también
revela irresponsabilidad, insensibilidad y uso político del sufrimiento ajeno.
En lugar de solidaridad coordinada, surgen acusaciones, improvisaciones y hasta
aprovechamiento indebido de las ayudas.
Este
fenómeno natural nos desnuda. Muestra la fragilidad de nuestras estructuras, el
bajo sentido del riesgo y la ausencia de una cultura preventiva. Seguimos
actuando como si la reconstrucción fuese suficiente, sin aprender la lección de
cada desastre.
Ante
este panorama, el mensaje del papa Francisco en su exhortación Laudate Deum
cobra fuerza. Él nos llama a una “conversión ecológica” profunda que transforme
nuestra cultura, nuestra economía y nuestra espiritualidad. No basta con
limpiar los escombros: hay que limpiar las conciencias. La crisis climática no
es solo ambiental; es un desafío ético y social que afecta la dignidad de la
vida humana.
Necesitamos
prepararnos más y reaccionar menos. Invertir en educación ecológica, fortalecer
las infraestructuras, crear sistemas de alerta temprana y fomentar una alianza
entre Estado, comunidades y ciudadanía. Debemos construir un multilateralismo
local, donde la corresponsabilidad sea el nuevo rostro del patriotismo.
La
tormenta Melissa nos ha golpeado, pero también nos ofrece una oportunidad:
convertir el dolor en cambio. Si seguimos invirtiendo después del desastre y no
antes, seguiremos atrapados en el mismo círculo.
Podemos
hacerlo distinto: una República Dominicana que no solo reconstruye, sino que se
anticipa, se educa y se transforma. Porque frente a la furia de los elementos,
solo la acción colectiva, consciente y solidaria puede significar verdadero
poder de vida.
ListínDiario.com
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