lunes, 18 de enero de 2021

María y el Espíritu Santo


Espiritualidad | Juan Corona Estévez MSC

 



María y el Espíritu Santo

 

Para comprender mejor la actuación del Espíritu en María, se debe hacer referencia al Antiguo Testamento, el cual nos habla de la intervención del Espíritu de Dios como soplo, fuerza divina que se manifiesta en la creación de la vida y su conservación. Asimismo, es presentado como don carismático que forma a los patriarcas y profetas revistiéndolos de fe, coraje y sabiduría para llevar a cabo su misión (cfr. Gn 41,39-38; Is 61,1-2).

 

El Nuevo Testamento por su parte describe la presencia significativa de María y el Espíritu Santo en la encarnación, el nacimiento de Jesús y en Pentecostés (cfr. Mt 1,18-20; Lc 1,35, Hch 1,14). De ahí que como morada del Espíritu Santo, la Virgen está relacionada no solo con el Padre y el Hijo, sino también con la comunidad eclesial. Es decir, si en la anunciación se ejerce el poder generador del Espíritu, en Pentecostés se suman a ella los apóstoles y con ellos toda la comunidad eclesial.

 

La madre de Jesús, por su plenitud de gracia, recibe los dones del Espíritu de Dios como fuerza creadora y encamina a la humanidad hacia el Espíritu de Cristo

 

El apelativo mariano “sagrario del Espíritu Santo” (LG 53) es un título que indica la inhabitación del Espíritu en María. Por eso es vista como una criatura completamente renovada y santificada por medio del Espíritu de Dios. Tanto así que es presentada como la mujer orante que implora los dones del Espíritu sobre la Iglesia. Esta particular acción de Dios en María es atribuida al Espíritu Santo porque él es amor y vínculo fundamental entre el Padre y el Hijo.

 

El teólogo Von Balthasar, señala que el Espíritu Santo es la fuerza misteriosa que transforma y redime el corazón del ser humano. De ahí que esta disponibilidad de María a la voluntad del Padre y a la acción del Espíritu, constituye una especie de “eclesialización”. Por otro lado, Boff indica que en ella se nos revela también una dimensión radical del ser humano y, al mismo tiempo, un aspecto nuevo de Dios.

 

Una reflexión más concreta sobre esta relación entre María y el Espíritu Santo nos la ofrece el teólogo Pikaza, quien nos enseña que la madre de Jesús, por su plenitud de gracia, recibe los dones del Espíritu de Dios como fuerza creadora y encamina a la humanidad hacia el Espíritu de Cristo. De la misma manera, por su respuesta de fe, recibe una nueva efusión del Espíritu Santo. Por eso no cabe duda de que el Espíritu de amor del Padre y del Hijo han hecho de María una nueva criatura completamente entretejida del amor trinitario.



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