En el Exilio | Ron Rolheiser
Los ojos del amor
Imagínense a una pareja joven intoxicada
mutuamente en las primeras etapas del amor. Imagínense a un neófito religioso
enamorado de Dios, orando en éxtasis. Imagínense a un joven idealista
trabajando incansablemente con los pobres, inflamado y sediento de justicia. ¿Está
en realidad enamorada esta joven pareja? ¿Se encuentra de hecho enamorado de
Dios ese neófito religioso? ¿Está verdaderamente enamorado de los pobres este
joven activista social? Cuestión nada
fácil.
La espiritualidad del Encuentro matrimonial tiene
un eslogan inteligente acerca de esto: el matrimonio es una decisión; el
enamoramiento, no
¿A quién estamos amando en realidad cuando tenemos
sentimientos de amor? ¿Al otro? ¿A nosotros mismos? ¿El arquetipo y energía que
el otro está llevando? ¿Nuestra propia fantasía de esa persona? ¿Los
sentimientos que esta experiencia está desencadenando dentro de nosotros?
Cuando estamos enamorados, ¿estamos de verdad enamorados de otra persona o
estamos mayormente disfrutando en un maravilloso sentimiento que podría
estar fácilmente desencadenado por
otras incontables personas?
Hay diferentes respuestas a esa cuestión. Juan de
la Cruz diría que es todas estas cosas; en realidad, estamos amando a esa otra
persona, amando una fantasía que hemos creado de esa persona y disfrutando con
el buen sentimiento que esto ha generado dentro de nosotros. Por eso,
invariablemente, en un determinado momento de una relación, los poderosos
sentimientos de estar enamorados ceden el paso a la desilusión; la desilusión
(por definición) implica el desvanecimiento de una ilusión; algo era irreal.
Así, para Juan de la Cruz, cuando estamos enamorados, el amor es en parte real
y en parte una ilusión. Además, Juan de la Cruz diría lo mismo sobre nuestros
sentimientos iniciales de fervor en la oración y en el servicio altruista. Son
una mezcla de ambos: amor auténtico y una ilusión.
Algunos otros análisis son menos generosos. En su
modo de ver, todo enamoramiento inicial, tanto si es de otra persona, como si
es de Dios en la oración o en el servicio a los pobres, es principalmente una
ilusión. Al fin, estáis enamorados de estar enamorados, enamorados de lo que la
oración está haciendo por vosotros, o enamorados de cómo trabajar por la
justicia os está haciendo sentir. La otra persona, Dios y los pobres son
secundarios. Por eso, tan frecuentemente, cuando el primer fervor muere, eso
hace también nuestro amor por su objeto original. Cuando la fantasía muere, eso
da también la sensación de estar enamorados. Nos enamoramos sin conocer en
realidad a la otra persona, y nos desenamoramos sin conocer en realidad a la
otra persona. La palabra misma enamorarse (en inglés, literalmente, “caer en
amor”) es reveladora. “Caer” no es algo que elijamos, nos sucede. La
espiritualidad del Encuentro matrimonial tiene un eslogan inteligente acerca de
esto: el matrimonio es una decisión; el enamoramiento, no.
¿Quién tiene razón? Cuando nos enamoramos, ¿cuánto
es amor genuino por otro y cuánto es una ilusión en la que estamos mayormente
amándonos a nosotros mismos? Steven Levine responde a esto desde muy diferente
perspectiva y arroja nueva luz sobre la cuestión. ¿Cuál es su perspectiva?
El amor -dice él- no es una “emoción dualista”.
Para él, siempre que sentimos auténtico amor, estamos, en ese momento,
sintiendo nuestra unidad con Dios y con todo que es eso. Escribe: “La
experiencia del amor surge cuando entregamos nuestro estado de separación a lo
universal. Es un sentimiento de unidad… No es una emoción, es un estado de ser…
No es tanto que ‘dos sean como uno’ cuanto que es el ‘Uno manifestado como
dos’”. En otras palabras, cuando amamos a alguien, en ese momento, somos uno
con él o ella, no separados, de modo que, incluso aunque nuestras fantasías y
sentimientos puedan estar parcialmente envueltos en afectividad egoísta, está
ocurriendo algo más profundo y más real que nuestros sentimientos y fantasías.
Somos uno con el otro en nuestro ser; y en el amor, lo sentimos.
Desde esta perspectiva, el amor auténtico no es
tanto algo que sentimos; es algo que somos. En su raíz, el amor no es una
emoción afectiva o una virtud moral (aunque estas son parte de él). Es una
condición metafísica, no algo que viene y va como un estado emocional, ni algo
por lo que podamos optar o rehusar moralmente. Una condición metafísica es un
hecho, algo en lo que estamos, que forma parte de lo que somos,
constitutivamente, aunque podamos estar dichosamente inconscientes. Así, el
amor, no menos el enamoramiento, puede ayudar a hacernos más conscientes de
nuestro estado de no-separación, nuestra unidad estando con los demás.
Cuando sentimos el amor profunda o
apasionadamente, entonces quizás (como Thomas Merton describiendo una visión
mística que tuvo en la esquina de una calle) podemos despertarnos más de
nuestro sueño de estado de separación y nuestra ilusión de diferencia, y ver la
secreta belleza y profundidad de los corazones de otra gente: Tal vez, también
nos habilitará para ver a los demás en ese lugar en ellos, donde ni el pecado
ni el deseo ni el autoconocimiento pueden llegar: el centro de su realidad, la
persona que cada uno es a los ojos de Dios.
¿Y no sería maravilloso -añade Merton-… “si
pudiéramos vernos unos a otros así todo el tiempo?”.
Publicado en Ciudad Redonda, (Trad.
Benjamín Elcano). https://www.ciudadredonda.org/articulo/los-ojos-del-amor
Foto: Love photo created by wavebreakmedia_micro - www.freepik.com
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