Vida Consagrada | José
Danilo Piña Valenzuela
Sor Patricia,
Una vida de fiel entrega a Dios y a la Iglesia
En los albores
de los lejanos años 50, una tarde de bautizos en la catedral Santiago Apóstol el
Mayor de la ciudad corazón del Cibao, Ana Estela Reyes acudió a reemplazar a su
madre como madrina cuando, entre el murmullo de la feligresía, previo a la
ceremonia creyó percibir un susurro del Señor que agitó tempranamente su ser.
La oleada de renovación que trajo el Concilio Vaticano II, le permitió a Sor Patricia desempeñar un rol primordial en la misión de impulsar la educación en la fe
Cumplidos los 17 años estaba en plena primavera de su juventud, etapa en la que surgen angustiosos reclamos para definir las opciones de vida. Sin embargo, el barrunto de ese llamado, como sugiere el poeta, a ella le detuvo serenamente “a distinguir las voces de los ecos” y escuchar “solamente, entre las voces, una”. Amén de su dedicación a los estudios, era catequista desde los diez años y asociada al movimiento apostólico Hijas de María.
En un retiro de
discernimiento juvenil convocado por el Presbítero Daniel Cruz Inoa en la capilla
Santa Ana, el eco latente de aquel murmullo interior, en un momento de
esclarecimiento se transfiguró en promesa, la vislumbre de su vocación se transformó
en certeza y el don de la Gracia Divina le hizo declarar “de aquí en adelante, todo para Cristo”.
El desafío era
donde cincelar esa vocación. Su primer intento resultó ser una gran decepción.
Sus pasos la condujeron a una casa de religiosas, pero al verla, la Madre
General le dijo que tenía impedimento por su color de piel. Eran los tiempos de
la iglesia preconciliar.
Enterada sobre unas
monjas canadienses llegadas a tierra dominicana con el lema: “Dios proveerá”, que misionaban a lomo
de caballos, un segundo intento la condujo a la Junta de los Dos Caminos, ante
la presencia de la Superiora, la Madre Asunción. Una vez hecha la solicitud, en
agosto del 1957 ingresó formalmente a la Congregación Hermanas Nuestra Señora
del Perpetuo Socorro. Pero tres meses después, un domingo de noviembre le aquejó
una grave apendicitis. No había dinero suficiente para cubrir el costo de la
operación ni condiciones para la convalecencia.
No quedó más
remedio que su salida de la Congregación, retornando al hogar familiar a ser
otra vez Ana Estela Reyes, nombre que le dio su familia cuando nació en
Santiago, el 12 de enero de 1936, bajo la égida amorosa de sus padres Ramón
Emilio Reyes y Ana Julia Suriel. Es la tercera de seis hermanos: Cecilia, José
Leonardo, Andrés Mariano, Pedro y Ramón Hipólito. Solo sobreviven ella y los
dos últimos.
Meses después,
por gestiones del padre Romano Vaillancourt (MSC) confesor del noviciado, ante
la Madre General en Canadá, retorna al convento con pasos firmes para no abandonarlo
jamás. Sus votos temporales fueron el 15 de agosto de 1960; celebró la
profesión de sus votos perpetuos el 15 de agosto de 1965 como Sor Patricia,
nuevo nombre de religión.
La ciudad de
Nagua fue su primera misión como religiosa profesa, y luego Sabana de la Mar. Cruzaba
cada semana la bahía para impartir catequesis durante tres días en casa de la
legendaria señorita Elupina Cordero. Un viaje a Colombia de actualización catequística
en el CELAM, tras la oleada de renovación que trajo el Concilio Vaticano II, le
permitió desempeñar un rol primordial en la misión de impulsar la educación en
la fe.
A su regreso colabora en la conformación del Instituto Catequístico San Carlos Borromeo, con el Padre Andrés Savard, abriendo nuevos cauces en la tarea de formación de catequistas. Posteriormente, otro viaje de estudios a México para la fundamentación y aplicación del Plan de Pastoral, le ha hecho merecedora de un bien cimentado bagaje.
Su trajinar le ha llevado y traído, con idéntico ejemplo de fidelidad a esa vocación de enseñar, a La Romana, Santo Domingo, San Isidro, San Juan de la Maguana, El Cercado, Puerto Rico, San José de Las Matas, Mao-Montecristi, Monción, La Vega, entre otros, dejando por doquier fecundas huellas de servicio a Dios y a la iglesia, ejerciendo su ministerio con gozo, humildad, sabiduría y profunda fe.
Cuenta
86 años de edad, 63 años de vida consagrada y, luego de 46 años de salir de
allí, regresó hace poco a San Juan de la Maguana donde comparte comunidad con
Sor Rosa Adames (Superiora) y Sor Cándida Gervasio.
Además
de instruir en actualización catequética a los aspirantes del Seminario Menor
Buen Pastor, Sor Patricia está empeñada en la conformación de varios equipos de
entronización de la Biblia, que previa formación, visitan sectores haciendo
confesión de su fe, a la vez que acompañan a honrar la Biblia en un lugar
destacado de los hogares de la parroquia Santísimo Redentor de los Misioneros
del Sagrado Corazón (MSC).
Que bella historia de vida consagrada
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