Comentario | Rosario Ramos
La fuerza de lo oculto
El evangelio de este domingo propone dos parábolas muy
sugerentes que nos revelan aspectos esenciales sobre cómo se manifiesta el
reinado de Dios en nuestra vida. Jesús prefiere anunciar con parábolas la
realidad del reinado de Dios como pedagogía para comprender mejor su mensaje.
No es un lenguaje inventado por Jesús, ya los rabinos usaban las parábolas para
explicar algún punto de la doctrina o sentido de algún pasaje de la Escritura.
La diferencia es que Jesús convierte las mismas parábolas en enseñanza para
hacer que el oyente se sumerja en ella y conecte con la misma esencia de su
mensaje y no con su literatura.
Estas parábolas se encuadran en el capítulo 4 del
evangelio de Marcos, cuyo objetivo es “enseñar” en qué consiste la novedad del
mensaje de Jesús con respecto al judaísmo. Es un capítulo especial en cuanto a
la palabra pronunciada por Jesús ya que parece que es en el que más habla; su
palabra se va convirtiendo en una provocación para situarse ante un Dios que va
liberando la religión de lo que no es esencial.
A través de escenas comprensibles de la vida
ordinaria, pretende revelar lo incomprensible para movilizar a muchas mentes
llenas de prejuicios, ideas prestadas, patrones esclavizantes, dogmatizados y,
en algunas ocasiones, rígidos. Jesús no entra en dialécticas teológicas y
metafísicas para mostrar y demostrar su verdad, sino que utiliza un método más
sereno, sin agresividad y despertando reacción interna en los oyentes, aun
reconociendo la realidad de sus destinatarios.
Comienza el relato con una comparación, en boca de
Jesús, no para explicar teológicamente lo que es el Reino sino cómo actúa en lo
profundo del ser humano. No es casual que lo compare con una semilla que crece
por sí sola, un crecimiento que no podemos controlar ni manipular porque
pertenece a otro plano. Esta es la primera línea discontinua con respecto al
judaísmo radical de entonces y a ese mismo judaísmo, casi inconsciente, que
puede seguir presente hoy en nuestra manera de vivir la fe.
Con esta comparación pone de manifiesto que “lo de
Dios” es un dinamismo que se escapa a nuestra percepción racional necesitada de
cuantificar, sumar, restar, ampliar, clasificar, controlar… El reinado de Dios
pertenece a otras categorías porque es un dinamismo que necesita de nuestra
percepción espiritual. No se trata tanto de comprender sino de conectar con
esta corriente que trasciende nuestra existencia y que es su mismo origen. El
reinado de Dios, por tanto, no es un lugar, no ocupa espacio, no tiene tiempo,
ni volumen, ni es reservado para aquellos que cumplen fielmente todo cuanto hay
que hacer para “salvarse”. No es una conquista que llega por nuestros méritos,
no es un premio, ni propiedad de una élite elegida.
El reinado de Dios es el mismo dinamismo divino que se
manifiesta en lo humano que, en nuestra existencia, coge volumen, espacio,
tiempo y presencia a través de nuestra humanidad. Jesús no lo puede explicar
mejor: es una semilla que crece por sí sola, imperceptible, pero pujante, como
potencia transformadora, primero como raíz, a través de la que fluye la
verdadera naturaleza que somos.
Sería interesante que viviéramos con más conexión a
este grano de mostaza, oculto a nuestros sentidos, revelado a nuestra
conciencia interior, y que nos hace ser ramas tan grandes que a su sombra
anidan los pájaros. Este es el verdadero signo del reinado de Dios: cuando
hacemos presente nuestra capacidad de comunión con el género humano a través
del respeto a la dignidad de todo cuanto existe. Lo demás se dará por
añadidura.
¡¡FELIZ DOMINGO!!
Publicado en Fe Adulta
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