Cultura y Vida | Sandy Yanilda Fermín
El tren de la Vida
Hace unos días, una de mis hijas decidió abordar un
tren que la llevaría a varias ciudades, en busca de una aventura. Tenía mucho
tiempo, soñando con ese innovador viaje. Llegó el gran día y cuando
abordó, nos despedimos tristes; sin embargo, se fue feliz, porque para ella
significó un gran desafío y una meta que alcanzar.
¡La travesía!
La imaginaba en la ventanilla del tren a toda
prisa, su hermosa sonrisa, un sol brillante, la brisa tocando su mejilla y revoloteando
su cabellera dorada. Ansiosa por llegar a su primera parada.
El primer transfer llegó y el día se nubló. Largas
horas de espera. Al límite de la desesperación. El plan cambió, a poner todo en
las manos de Dios.
En su estadía en la primera ciudad, solo le dije:
Disfruta del lugar y dale las gracias a Dios por haberte detenido. Quizás en la
vía, pudo haber rieles fuera del carril y Dios quiso cuidarte.
En la segunda parada, había desaciertos e inseguridad
de lo que sucedería; sin embargo, nos mantuvimos positivas en el Señor de que
el tren estaba seguro, porque detrás de su chofer, la confianza era Jesús y Él estaba
al frente de todo. Él tenía control de lo que sucedía. Pedíamos
la fuerza del espíritu Santo, al ritmo del tren y no diera marcha atrás, sino
adelante…
La tercera parada fue muy larga, no había señales de
comunicación, pero estábamos conectadas en la oración. Llegó el Tren, tomó un
taxi y por fin se visualizó el lugar donde llegaría, donde encontró un nuevo amanecer
y una aventura por realizar.
Durante esta travesía de mi hija, reflexioné sobre
lo siguiente:
El tren de la vida: lo comparamos con ese futuro que
tenemos por delante y cada uno de los vagones son nuestro pasado. Los asientos
vacíos, son cada una de las personas que fuimos conociendo en cada parada. Durante
nuestro recorrido en la vida, tenemos paradas con alegría, otras con muchas tristezas,
otras no previstas.
A veces queremos ir a toda prisa, como va el tren y
nos descuidamos del hermoso paisaje que Dios nos regala cada día. Otras veces parecemos
locomotoras que va a toda máquina, en vez de disfrutar de quien nos acompaña en
el viaje.
Cuando nos desmontemos del tren de la vida, dejemos un
legado hermoso en el espacio de cada corazón que nos acompañó en el trayecto. Cuando
vean nuestro asiento vacío, reflejen nuestra imagen confiada y alegre, por
haber abordado un tren, con una familia esperanzadora, unos amigos incondicionales
y un Jesús que nos espera con los brazos abiertos; un Jesús que mueve nuestro
Tren, que mueve nuestras Vidas y queremos que se siente y nos acompañe para contarle
de nuestras historias.
Quiero siempre abordar el tren donde esté Jesús.
Quiero siempre abordar el Tren donde no le tema al futuro, sino que disfrute el
trayecto, en el momento presente.
Yo espero a mi niña con los brazos abiertos en la
estación de la alegría, con una experiencia positiva y capaz de afrontar la
vida.
Foto: Pamela Garlibeth Javier Fermín, es mi niña, en ese entonces tenía 7 años y viajaba en un tren de New York, en la primavera de 2008.
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