Vida Religiosa | Patricia Ynestroza
Semeraro: Educar y entregar
la vida, este es el legado del Beato Lycarion May
Este 12 de
julio de 2025, en la iglesia de San Francisco de Sales de Barcelona, el
cardenal Marcello Semeraro pronunció una homilÃa con motivo de la beatificación
de fray Lycarion May, un Hermano Marista suizo asesinado durante la Semana
Trágica de 1909. Su reflexión se centró sobre la entrega de la vida, la
educación como misión y el coraje de vivir el Evangelio hasta las últimas
consecuencias.
En su homilÃa
para la beatificación de fray Lycarion (François Benjamin) May, el Cardenal
Marcello Semeraro, Prefecto del dicasterio para las Causas de los Santos,
destacó cómo la vida de este religioso suizo, asesinado en la Semana Trágica de
Barcelona en 1909, fue un ejemplo luminoso de entrega y servicio. Lycarion May,
marista dedicado a la educación de hijos de obreros, encarnó el espÃritu del
Evangelio: dar la vida por los demás, frente al egoÃsmo y la violencia que aún
sacuden al mundo.
Un contexto de violencia y esperanza
El cardenal
comenzó recordando el contexto en que Lycarion May encontró la muerte: la
Semana Trágica de Barcelona, entre el 26 de julio y el 2 de agosto de 1909. Fue
un periodo marcado por violentas revueltas anticlericales, fruto de tensiones
sociales, polÃticas y económicas que se habÃan ido acumulando en la ciudad y en
toda España. La leva de reservistas para la guerra en Marruecos, que afectó
sobre todo a las clases trabajadoras, actuó como chispa para un profundo
descontento social que pronto derivó en ataques a edificios religiosos,
escuelas y conventos.
En medio de
ese caos, Lycarion May, director del Patronato Obrero de San José, fue apresado
y asesinado. La suya, recordó Semeraro, fue una muerte violenta, fruto del odio
y la incomprensión hacia todo lo que representaba: la educación cristiana, la
presencia de la Iglesia en la sociedad y la opción de vida consagrada al
servicio de los demás.
Más allá del odio: la lógica del Evangelio
Sin embargo,
el cardenal invitó a ir más allá de la mera crónica de unos hechos luctuosos.
“Es el drama de siempre,” afirmó, evocando las palabras del papa Francisco: «La
violencia llama a la violencia». Y, aunque han pasado más de cien años,
Semeraro subrayó la dolorosa vigencia de aquella dinámica en el presente. Habló
de la “guerra mundial en pedazos” que el papa ha mencionado en varias
ocasiones: un mundo herido por conflictos, injusticias y odios que siguen
sembrando sufrimiento.
Frente a esa
lógica de enfrentamiento, el cardenal recordó las palabras de Jesús en el
evangelio de Juan: «Quien ama su vida la pierde, y quien odia su vida en este
mundo la conservará para la vida eterna». No se trata, explicó, de despreciar
la propia vida, sino de no quedar encerrados en un egoÃsmo que excluye a los
demás. “Los demás no existen, solo existo yo”, denunció Semeraro como la gran
tentación del individualismo moderno, que se traduce también en sistemas
polÃticos, económicos y sociales basados en la opresión y la desigualdad.
La vida como don y encuentro
En contraste,
el purpurado propuso otra lógica: la del don de sà mismo. Citó al poeta
brasileño Vinicius de Moraes, quien decÃa que “la vida, amigo mÃo, es el arte
del encuentro”. Para los cristianos, ese “arte del encuentro” adquiere un
rostro concreto: Jesús, que “me amó y se entregó a sà mismo por mÔ, como
escribió san Pablo. En ese gesto está la sÃntesis de la vida de Cristo, y
también —según Semeraro— la clave para entender el martirio de fray Lycarion.
Educador entregado, Lycarion May no se limitaba a transmitir conocimientos. Su enseñanza era, en palabras del cardenal, “un verdadero acto de amor y servicio”. Su labor con los hijos de los obreros en el Patronato Obrero de San José encarnaba la esencia del carisma marista: atención a la persona, formación cristiana, cercanÃa y responsabilidad social. Esa entrega lo convirtió en objetivo para quienes, desde posiciones anarquistas y anticlericales, querÃan erradicar la influencia de la Iglesia y sustituirla por una escuela antirreligiosa.
Un martirio coherente con la vida
Pero el
cardenal insistió en que el martirio no fue un hecho aislado, sino el culmen
lógico de una vida coherente. “Su martirio puede considerarse como la cumbre y
el sello de su vida”, dijo Semeraro. No fue simplemente vÃctima de la violencia
de su tiempo, sino testigo hasta el final de aquello en lo que creyó: educar,
servir, amar.
Uno de sus
cohermanos maristas dejó testimonio: “Dicho Hermano fue toda su vida religiosa
ejemplar y mereció terminarla con el martirio.” Esa coherencia es precisamente
lo que la Iglesia reconoce al elevarlo a los altares. Su muerte no es solo una
tragedia del pasado, sino una invitación viva para los cristianos de hoy.
“SÃgueme”
El cardenal
concluyó la homilÃa poniendo el foco en el seguimiento de Jesús. “Si alguno
quiere servirme, que me siga”, recordó citando el Evangelio. Seguir a Cristo,
subrayó, no significa instalarse en la comodidad, sino estar siempre en camino,
como lo estuvo fray Lycarion, que salió de su tierra suiza, aprendió nuevas
lenguas, se dedicó a los más necesitados y, finalmente, aceptó subir a la cruz.
En las últimas
palabras de su homilÃa, Semeraro elevó una plegaria para que el ejemplo del
beato Lycarion inspire también hoy a los cristianos a vivir sin miedo, abiertos
a los demás y dispuestos a entregar la vida como servicio.
Un mensaje para hoy
La
beatificación de Lycarion May, más allá de un acto litúrgico, se convierte asÃ
en un signo de esperanza. En tiempos en que la violencia, la polarización y el
individualismo siguen marcando la vida social, el testimonio de este humilde
hermano marista recuerda que otra vÃa es posible: la de la entrega silenciosa,
la del educador que, con sencillez y firmeza, siembra futuro en las vidas de
quienes le son confiados.
Lycarion May
no fue famoso ni ocupó grandes cargos, pero su fe sencilla y su pasión
educativa brillan hoy como una llamada a poner la propia vida al servicio de
los demás. Tal vez, como dijo el cardenal Semeraro, sea precisamente ahÃ, en el
arte del encuentro y el don de sÃ, donde se juega la verdadera victoria sobre
el mal y sobre la violencia que sigue ensombreciendo nuestro mundo.
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