Fe adulta | P. José Pagola, SJ
Al final, ¿por qué seremos juzgados?
Los cristianos llevamos veinte siglos hablando del
amor. Repetimos constantemente que el amor es el criterio último de toda
actitud y comportamiento. Afirmamos que desde el amor será pronunciado el
juicio definitivo sobre todas las personas, estructuras y realizaciones de los
hombres. Sin embargo, con ese lenguaje tan hermoso del amor, podemos estar
ocultando con frecuencia el mensaje auténtico de Jesús, mucho más directo,
sencillo y concreto.
Es sorprendente observar que Jesús apenas
pronuncia en los evangelios la palabra «amor». Tampoco en esta parábola que nos
describe la suerte final de los humanos. Al final no se nos juzgará de manera
general sobre el amor, sino sobre algo mucho más concreto: ¿qué hemos hecho
cuando nos hemos encontrado con alguien que nos necesitaba? ¿Cómo hemos
reaccionado ante los problemas y sufrimientos de personas concretas que hemos
ido encontrando en nuestro camino?
Lo decisivo en la vida no es lo que decimos o
pensamos, lo que creemos o escribimos. No bastan tampoco los sentimientos
hermosos ni las protestas estériles. Lo importante es ayudar a quien nos
necesita.
La mayoría de los cristianos nos sentimos
satisfechos y tranquilos porque no hacemos a nadie ningún mal especialmente
grave. Se nos olvida que, según la advertencia de Jesús, estamos preparando
nuestro fracaso final siempre que cerramos nuestros ojos a las necesidades
ajenas, siempre que eludimos cualquier responsabilidad que no sea en beneficio
propio, siempre que nos contentamos con criticarlo todo, sin echar una mano a
nadie.
La parábola de Jesús nos obliga a hacernos
preguntas muy concretas: ¿estoy haciendo algo por alguien?, ¿a qué personas
puedo yo prestar ayuda?, ¿qué hago para que reine un poco más de justicia,
solidaridad y amistad entre nosotros?, ¿qué más podría hacer?
La última y decisiva enseñanza de Jesús es esta:
el reino de Dios es y será siempre de los que aman al pobre y le ayudan en su
necesidad. Esto es lo esencial y definitivo. Un día se nos abrirán los ojos y
descubriremos con sorpresa que el amor es la única verdad, y que Dios reina
allí donde hay hombres y mujeres capaces de amar y preocuparse por los demás.
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